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Menores en la ruta: desierto, mar, miedo y caos

Dos chavales marfileños cuentan cómo llegaron a Italia: sus motivaciones, sus temores y sus esperanzas

Amadou (nombre cambiado), marfilense de 16 años, en la Casa delle Culture de Sicilia.
Amadou (nombre cambiado), marfilense de 16 años, en la Casa delle Culture de Sicilia.PABLO TOSCO (Oxfam Intermón)
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Este verano he tenido la oportunidad de conocer a Amadou y a Losseny, dos chicos de Costa de Marfil que habían llegado a Italia hacía un mes, tras un durísimo viaje a través de África.

Cuando entré en el comedor de la Casa delle Culture me senté por casualidad junto a ellos. Charlaban animadamente delante de un plato de cuscús. Su conversación podía haber sido la misma que la de cualquier otro adolescente en cualquier parte del mundo. Me hablaron de la película del famoso comic marfileño Aya de Yopougon, que yo no sabía que se puede ver gratis en Youtube. Entre cine, música, cómics y fútbol, acabé descubriendo que los dos chicos no se habían conocido en su país, sino en el bote con el que cruzaron el Mediterráneo. Desde entonces ya no se habían separado.

De repente, el signo de la conversación cambió. Empezaron a contarme el miedo que habían pasado durante la travesía por mar. Una experiencia que les unió para siempre. Me di cuenta pronto de que son como la noche y el día. Mientras Amadou, tímido y poco dado a las palabras, tenía la mirada perdida recordándolo, Losseny se reía de mí por pensar que iban con chaleco salvavidas o que sabían nadar.

Ya con los platos vacíos les pregunté por qué habían decidido meterse en esa aventura. Amadou me contó que quiere reunirse con su hermano en Francia y que su sueño es ser futbolista. Toda la familia se endeudó para que su hermano tuviera una oportunidad, pero él tuvo que marcharse sin ningún apoyo. Losseny, en cambio, prefiere quedarse en Italia, trabajar y enviar dinero a casa. Los dos se escaparon sin decir adiós. “No quise contarle a mi madre que me iba porque no me lo hubiera permitido”, asegura Losseny.

Tras recoger la mesa, me invitaron a visitar la habitación que comparten. Llevaban semanas viviendo en esta Casa delle Culture, la sede de una asociación que se ha ofrecido a acoger a las personas más vulnerables que desembarcan en las costas de Sicilia. En la escalera que lleva a su cuarto nos cruzamos con muchos otros adolescentes como ellos. La directora nos dice que este año se ha duplicado el número de menores que acuden solos. En la casa pueden llegar a convivir hasta 40 chavales de distintos puntos del continente africano, desde Senegal hasta Guinea, pasando por Somalia o Eritrea. La mayoría son varones y tienen entre 11 y 17 años. No vemos ninguna chica. “Las mujeres suelen llegar por otras vías, normalmente a través de redes de prostitución”, lamenta.

Lo peor fue pasar por Libia. Allí están en guerra. Todo el rato, boom, boom, boom. Es como un concierto de tambores

Están contentos con la habitación en la que duermen, aunque a mí me parece muy desangelada: solamente contiene dos literas de hierro, unas mantas gastadas y una amplia ventana sin cortinas. Para ellos estas pocas cosas representan la seguridad y la calma que no han tenido en mucho tiempo. El recuerdo de la ruta a través de África, por Burkina Faso, Níger y Libia, que hicieron por separado, les asalta una y otra vez, como una pesadilla. Amadou explica que para él lo más duro fue cruzar el desierto desde Agadez: “La furgoneta no paró durante tres días seguidos. Íbamos 29 personas apelotonadas sin nada para beber porque los traficantes decidieron llevar menos bidones de agua para meter a más gente”. Para Losseny lo peor fue el mes que estuvo malviviendo en Libia: “Allí están en guerra. Todo el rato, boom, boom, boom. Es como un concierto de tambores”.

Les pregunto cómo lograron sobrevivir. Me cuentan que nadie les ayudó en el camino, menos aún por el hecho de ser menores. Al contrario: muchos adultos se aprovecharon de ellos precisamente por serlo. Tampoco los trataron de acuerdo a sus derechos como menores cuando llegaron a Italia y fueron transferidos al centro de registro de Pozzalo. Numerosas ONG, como Oxfam, hemos denunciado que este tipo de centros están saturados y ni siquiera cuentan con infraestructuras de saneamiento adecuadas. Aunque se supone que la estancia máxima es de 48-72 horas, muchos niños y niñas permanecen en ellos incluso hasta cinco semanas, sin ni siquiera poder cambiarse de ropa ni de muda, ni llamar a sus familias en sus países de origen o a familiares que residen en Europa.

“Pozzalo es como un manicomio”, sentencia Amadou sentado en su litera. “Aquí al menos tenemos una buena cama, comida caliente, ropa limpia. Y además nos enseñan italiano”, añade su colega mientras señala la habitación. Lo único que lamentan es que solo pueden llamar a casa una vez a la semana y que no hay Internet. “Eso hace que nos aburramos y no podamos desconectar”, aseguran estos chicos que siguen el día a día de sus amigos y familiares a través de Facebook. Luego está que querrían estar trabajando, aunque en Europa no puedan por su edad. “Mi madre se pone muy contenta cuando la llamo. Aunque obviamente no le puedo contar que no estoy haciendo nada”, confiesa Losseny. Esa puede ser una de las razones por las que muchos menores hayan decidido escapar de los centros de acogida italianos y buscarse la vida por su cuenta, lo que les hace más vulnerables a la violencia y la explotación.

Cuando les pregunto si aconsejarían a sus amigos emprender este viaje obtengo dos respuestas muy diferentes. Losseny afirma que jamás: “Es mejor quedarse en cualquier país africano que jugarte la vida de esta manera”. Amadou es menos tajante: “Tienes que vivirlo para entenderlo”.

Me cuesta despedirme de ellos. Hacen gala de la hospitalidad africana, me acompañan hasta la puerta y me dan las gracias por haberles escuchado. Les deseo suerte porque sé que la van a necesitar, y porque se la merecen. Pienso que sería bueno que muchas personas pudieran conocer a estos chicos y a otros tantos como ellos que ya están entre nosotros. Han tenido que desarrollar todo su valor, su inteligencia y su capacidad de resistencia y tienen mucho que aportar. Y como cualquier adolescente tienen derecho a una vida y a un futuro.

Laura Hurtado es periodista de Oxfam Intermón.

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