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El acento
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Los intentos de Blair de restaurar su imagen pública

El ex primer ministro británico anuncia el cierre de la sociedad con la que asesoraba a gobiernos y empresas para dedicar más tiempo a sus fundaciones caritativas

Milagros Pérez Oliva
Tony Blair en una intervención en el Foro Sierra Leona de Comercio e Inversión celebrado en Londres en 2009.
Tony Blair en una intervención en el Foro Sierra Leona de Comercio e Inversión celebrado en Londres en 2009. FRANCE PRESS

Algunos sospechan que es uno más de los juegos malabares del político británico más desprestigiado, incluso —o especialmente— entre sus propios correligionarios. De hecho, muy pocos, a juzgar por las reacciones suscitadas, se han creído que haya ningún propósito de enmienda en el anuncio hecho por Tony Blair de que va a cerrar la empresa de asesoría con la que se ha enriquecido tras dejar el poder en 2007. Con esta decisión, el ex primer ministro laborista parece querer salir al rescate de su malbaratado prestigio, pero no lo va a tener fácil. Su capital en este campo es inversamente proporcional al saldo acumulado durante estos casi diez años de actividad privada extraordinariamente lucrativa, pero de alta toxicidad política pues incluye contratos con regímenes autoritarios, fondos de inversión especulativos, empresas petroleras o entidades financieras como la americana JP Morgan o el grupo asegurador Zurich.

Tras pilotar la renovación del viejo laborismo de la mano de Anthony Giddens y su Tercera Vía, Blair ganó tres elecciones seguidas por mayoría absoluta entre 1997 y 2007. Pero su trayectoria posterior se ha convertido en un corrosivo, no solo para su imagen, sino también para el partido del que fue líder absoluto. Lo que pudiera tener de bueno su legado como gobernante está en entredicho. El Informe Chilcot ha dejado por los suelos su papel en la gestación de la guerra de Irak, hasta el extremo de que, ante la opinión pública mundial, Blair parece hoy más culpable que el propio Bush del inmenso error que fue embarcarse —para colmo con pruebas falsas— en aquella guerra cuyas secuelas todavía sufrimos.

Pero este informe ha llovido sobre una imagen pública ya empapada. Las objeciones no vienen tanto de su actividad como figura pública internacional —ha llegado a cobrar 320.000 euros por una conferencia— sino por sus trabajos como consultor en asuntos políticos y financieros. Particularmente el hecho de que alguien que ha manejado secretos de Estado y posee información sensible de su país, se dedique a asesorar a Gobiernos o fondos soberanos de otros países. Ahora ha anunciado que va a cerrar Tony Blair Associates, la sociedad paraguas que amparaba todas esas actividades, para dedicar el 80% de su tiempo a sus fundaciones caritativas. Eso sí, se reserva “retener un pequeño número de clientes particulares” para garantizar su sostén. No ha dicho cuáles. ¿No será este un nuevo ejercicio de ilusionismo del más osado de los magos?, se preguntan sus adversarios.

El suyo no es, sin embargo, un caso aislado y plantea un interesante debate sobre la conducta ética que deben seguir los exmandatarios. En 2005 el excanciller alemán Gerhard Schröder fue criticado por vincularse a la petrolera rusa Gazpron, en la que tenía mayoría el gobierno de Putin. Ahora, uno de los tres protagonistas de la famosa foto de las Azores, el expresidente de la Comisión Europea y expresidente de Portugal, Durão Barroso, acaba de aceptar la presidencia de Goldman Sachs en Londres. Hay muchos más casos, pero de todos ellos, Toni Blair es considerado el máster indiscutible.

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