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Coordinado por Gonzalo Fanjul y Patricia Páez

Repensar la malnutrición infantil

Por Rubén Villanueva, desde Bangkok

No es tan sencillo: la nutrición infantil no depende solamente del ingreso familiar. Imagen: Unicef.

Algunos problemas saltan a la palestra pública durante la crisis, y pierden la atención cuando amaina el temporal. Es lo que ha pasado con malnutrición infantil. En España lo sabemos bien, y otros países conviven con la misma paradoja.

En contra de lo que pueda parecer, la idea de que tener ingresos equivale a tener una buena nutrición no es necesariamente cierta. Los datos indican que en muchos de los países con mayores cifras de casos de niños que sufren retraso en el crecimiento -como Pakistán, Indonesia o Bangladesh- la tasa de malnutrición infantil entre el estrato más rico de la población aun excede sobradamente el 20 por ciento considerado como aceptable por la Organización Mundial de la Salud. Es decir, que la malnutrición infantil no es tan sólo un problema exclusivo de los más pobres, sino a menudo un problema social enquistado.

Hasta hace muy poco, la lucha global contra la malnutrición infantil ha estado compuesta por programas nutricionales de carácter específico. Más recientemente ―a raíz de la publicación en 2013 de una serie de investigaciones sobre nutrición materno-infantil en la revista científica especializada The Lancet―, se ha empezado a aceptar de una forma más generalizada que la mayoría de las formas de malnutrición infantil están relacionadas no sólo con factores como la salud materno-infantil o la disponibilidad de comida especializada y nutrientes, sino también con el acceso a agua y saneamiento, prácticas culturales, factores políticos y sociales.

The Lancet estimó que replicar a grande escala diez programas nutricionales de carácter específico y de efectividad probada llevaría a una reducción de la tasa global de retraso en el crecimiento de tan sólo un 20 por ciento. Mientras que innegablemente ello supondría una mejora considerable de la salud y el desarrollo infantiles, aun nos quedaríamos cortos y demasiado lejos de solucionar el problema. La Asamblea Mundial de la Salud se ha marcado como meta una reducción de la tasa global del 40 por ciento para 2025.

Por esa razón, la comunidad internacional ve necesario un nuevo tipo de intervenciones adicionales “sensibles” a la malnutrición para combatirla de una forma más efectiva. Pero, de qué tratan realmente estos nuevos programas y cuál es la diferencia en relación a las tradicionales formas de lucha contra la malnutrición, se preguntarán algunos. Hasta ahora, la mayoría de programas han tratado las causas inmediatas de la malnutrición infantil, esto es, los factores relacionados directamente con el consumo infantil de alimentos y el estado de salud de los propios niños.

Por el contrario, esta nueva ola de programas pretende abordar sus causas subyacentes: aquellas que afectan al niño de una forma indirecta, tales como el nivel de renta familiar, el acceso a una dieta suficiente, nutritiva y equilibrada, la disponibilidad y calidad de los servicios de salud o los recursos disponibles para una buena alimentación y cuidado. La principal novedad sin embargo radica en que mientras que la lucha contra la malnutrición infantil no estaba entre los objetivos principales de este tipo de programas, ésta ha sido añadida con posterioridad.

Esto significa que deberán asumir la medición del impacto de sus acciones sobre estos nuevos indicadores, cosa que no ocurría antes. Además, incluye nuevos sectores más allá del ámbito puramente materno-infantil como el sector agrícola, el de la protección infantil, el de agua y saneamiento, el de educación y el de la protección social.

Este último destaca de entre los varios sectores como uno de los que más activamente están contribuyendo a repensar la lucha contra la malnutrición infantil por la forma en que interrelaciona pobreza y malnutrición. Históricamente, en los países de renta media y baja los programas de protección social se han centrado casi exclusivamente en la reducción de los niveles de pobreza.

Durante estos últimos años ya se habla de programas de protección social sensibles a la nutrición. Sin embargo, en un momento en que los sistemas de protección social más desarrollados del Norte industrializado aún se están recuperando de la sacudida de la última crisis económica y social y nuevos sistemas se encuentran aún en fase de consolidación y expansión, el potencial de este tipo de programas para atajar la malnutrición infantil aún está por ver.

La parte más difícil ya ha sido superada. El cambio de paradigma ya es un hecho.

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