Protección social: la vacuna contra la pobreza
Esta entrada ha sido escrita por Rubén Villanueva.
El programa Bolsa Familia de Brasil, una de las experiencias más existosas de protección social en países en desarrollo. Foto: PNUD.
Francisco vive en Chokwe, Mozambique, y junto a su esposa cuida de los cuatro nietos que tienen a su cargo. Francisco sufre de una perdida auditiva provocada por un accidente laboral en las minas de Sudáfrica, hacia donde emigró años atrás en busca de un futro mejor. Con la pequeña cantidad mensual que recibe como beneficiario del Programa de Subsidio Social Básico compra los ingredientes necesarios para elaborar una bebida tradicional a base de maíz que luego vende para poder alimentar a la familia.
La historia de Francisco es tan sólo un ejemplo más de la importancia de las ‘transferencias monetarias’ (Cash Transfers, o TMs): pagos regulares por parte del Estado directamente a los más pobres. Y es que la protección social está de moda. Las TMs están en su pleno apogeo, habiendo generado durante esta última década acalorados debates en el sector del Desarrollo internacional.
Paradójicamente, mientras los actuales Estados del Bienestar europeos fueron conformados tras la gran depresión de 1930, una nueva crisis económica está en la raíz de su contracción y decapitación. Estos países usan todos una mezcla de programas, aunque apoyados en tres pilares básicos: Seguridad Social, transferencias monetarias incondicionales, y prestaciones sociales.
En los 80, la imposición del paradigma norteamericano por medio del Consenso de Washington en las instituciones de Bretton Woods – Banco Mundial y FMI – impidió que el modelo europeo de protección social fuese implementado en los países del Sur. A pesar de ello, a finales de los 90 cuatro países en desarrollo – México, Brasil, Sudáfrica e Indonesia – rechazaron esta visión del Norte industrializado y decidieron adoptar sus propios programas de TMs a gran escala.
En su libro “Tan sólo dadles dinero a los pobres” (Just give money to the poor), el escritor y académico británico Joseph Hanlon concluye lo siguiente sobre la expansión de los programas de TMs: estos programas son asequibles económicamente; los beneficiarios usan el dinero de una forma racional, sin malgastarlo; las prestaciones en efectivo son una forma eficiente de reducir los actuales niveles de pobreza.
En definitiva, los pobres saben cómo escapar de la pobreza, a pesar de que les falte el dinero necesario para conseguirlo. El éxito de este tipo de programas en los países en desarrollo demuestra que la trampa de la pobreza es real, sí, pero que también los pobres saben muy bien cómo gastar ese dinero de la forma más apropiada.
Pero, ¿cómo se encaja ahora que se les dé a los pobres un pez, en vez de enseñarles a pescar, como se pretendía antaño? ¿Interesa realmente cambiar de paradigma, saltar de los billones invertidos en ayuda internacional con elevados costes administrativos a un dólar semanal a cada pobre?
Por otro lado, los Programas de Trabajos Públicos (PTPs) son un componente clave de la actual protección social en muchos países, siendo a menudo la única forma de seguridad social disponible para la población pobre en edad activa y con capacidad para trabajar. En las últimas décadas han sido un componente de muchos de los Fondos Sociales apoyados por el Banco Mundial y por la comunidad de donantes. Estos parecen haber encontrado en los PTPs la fórmula perfecta, combinando transferencias monetarias con “participación activa” por parte de los beneficiarios. Además, los trabajos a realizar son normalmente identificados localmente y deben contribuir al interés común de las comunidades locales. Bajo esta lógica, la práctica de dar peces a los pobres queda legitimada ya que, al menos, se les obliga a nadar para ir a buscarlos. Y todo ello sin la necesidad de un cambo de paradigma.
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