¿Faltará Ciudadanos a su promesa?
El compromiso de no gobernar con Rajoy es secundario respecto a la propuesta principal que hizo la formación naranja: regenerar el Estado desde la cordura
Las elecciones de diciembre fueron un pequeño chasco para Ciudadanos. Los cuarenta diputados obtenidos supieron a poco porque para poco, en principio, servían. Pero, tras la renuncia de Rajoy a presentarse a la investidura, se abrió un escenario que Ciudadanos supo rentabilizar al máximo. Interpretando correctamente el ánimo del tronco central de sus votantes, ató al PSOE al mástil del centro (un mástil al que Sánchez quiso con sabiduría dejarse atar) y logró acordar con los socialistas un documento de gobierno más que decente que compactaba la vida política española en el centro reformista (que es desde donde los países prosperan). Contra lo que se ha dicho, su base electoral no castigó esa maniobra: en los nuevos comicios el partido naranja perdió relativamente pocos votos y la pérdida de algunos escaños se debió más a los efectos caprichosos de la ley electoral.
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No sólo eso. Del nuevo reparto de cartas en junio, Ciudadanos salió con una mejor mano que en diciembre. El objetivo para el que nació, impulsar la regeneración, así fuera sacándosela con fórceps a los partidos tradicionales, estaba así más cerca. Y sin embargo, lo que ha venido luego, ha sido el autoinfligido enervamiento de ese potencial. Digámoslo así: la negativa de Ciudadanos a entrar en un gobierno de centro-derecha con el Partido Popular solo puede tener como consecuencia la esterilización del voto de centro y el cierre de la ventana de oportunidad para reformar este país en serio. Naturalmente, Rivera y su ejecutiva –aunque no de forma unánime– no concluyen lo mismo. Resulta entonces que las premisas no son compartidas. Examinemos los argumentos:
En primer lugar, Ciudadanos alega que sus votos no son determinantes, puesto que la suma con el PP no alcanza los 176 votos necesarios. Pero este argumento es secundario: no se hizo valer a la hora del pacto con los socialistas, cuando el sumatorio era todavía menor. Entonces como ahora se trata de lo mismo: armar una mayoría que, aunque no sea la técnicamente precisa, sí sea la políticamente legítima.
En segundo lugar, Ciudadanos dice no querer entrar en un gobierno continuista “con las mismas políticas y las mismas caras”. Este argumento plantea un falso dilema. Porque si Ciudadanos no quiere un gobierno continuista lo tiene muy fácil: entrar en el Gobierno. Su mera presencia hará que caras y políticas sean distintas. Es precisamente quedándose fuera cuando conseguirá que el Gobierno sea continuista.
Si el votante ve que declina gobernar cuando puede hacerlo, perderá su interés en el partido
De los débiles argumentos aducidos pasemos ahora a las falsas asunciones. La primera: que no habrá terceras elecciones. Esto se apoya a su vez en un inverosímil presupuesto: que Ciudadanos, a base de pedirlo muchas veces, conseguirá dos cosas: que Rajoy se aparte a favor de otro candidato y/o que el PSOE se abstenga en la votación final. Es admirable la autoconfianza que despliega aquí Rivera y los suyos. Creen que en pocas semanas lograrán estas dos proezas: que el Partido Popular abandone una asentada cultura verticalista de poder, que ha terminado por atrofiar los mecanismos de sucesión en el liderazgo; y que el PSOE renuncie a la que en los últimos años ha convertido en su principal seña de identidad: la demonización del Partido Popular, suma de todos los males sin mezcla de bien alguno, y la sobreactuada y aspaventosa oposición a la derecha española. No se discute aquí que ambas cosas serían deseables, sino que Ciudadanos tenga, de manera realista, el poder para doblar el brazo, al mismo tiempo, al primer y al segundo partido de España. Más probable parece que ambos terminen por elevar la apuesta y, antes de ceder, aboquen al país a una terceras elecciones.
Elecciones que a Ciudadanos no le convienen. Lo que nos lleva a la segunda falsa asunción: que el partido ha espesado ya una masa crítica de tres millones de votantes de centro liberal que no volverán al PP o al PSOE. Muy dudoso. Ese espacio existe, pero sólo en tanto sea útil. Si el votante ve que Ciudadanos declina gobernar cuando tiene la oportunidad de hacerlo, perderá su interés en el partido. Por no decir que el desprestigio de populares y socialistas que ha propulsado la alternativa de centro no durará para siempre. Para hacer cristalizar ese espacio, el partido naranja necesita exhibir obra de gobierno: es eso lo que le permitirá crecer y decantarse organizativamente. La idea de que en los Gobiernos de coalición el socio menor sale peor parado es sólo una extrapolación (¿dónde está escrito que el electorado español se vaya a comportar igual que el alemán o el británico, con su coyuntura tan diferente?). También podemos poner a descansar el lema de “sillones vs reformas” porque es obvio que las “reformas” se hacen mejor desde los “sillones”. ¿En qué universo es igual de fácil reformar desde el parlamento que desde el Gobierno? Es ingenuo pensar que tan efectivo será impulsar un Pacto Educativo desde la “oposición responsable” que desde, no sé, ¡el Ministerio de Educación!
Es el signo actual de la política española que ser responsable exija hoy tener coraje
Queda el asunto del candidato a investir. Sí, Rivera se comprometió a no apoyar a Rajoy. Cuando lo hizo, sucumbió a la presión de unos medios más obsesionados con el morbo de los nombres que preocupados por las políticas públicas. Pero a la luz del resultado electoral, en la que la candidatura encabezada por el actual presidente experimentó un notable crecimiento, bien hubiera podido Rivera desdecirse de ese compromiso. Los celosos sacerdotes de la coherencia extrema, que no aprueban los cambios de opinión, ni cuando estos son razonables y razonados, le hubieran disparado sus perdigones. Pero el grueso de su electorado, que comprendió su pacto con Sánchez, -y por ser de centro, es pragmático- hubiera disculpado también su pacto con Rajoy si a cambio obtuviera un suculento paquete de reformas. Y ello asumiendo que los escándalos de corrupción que todavía manchan al PP están ya en manos de los tribunales. Lo que tiene ahora el elector naranja es Rajoy, cero reformas (merced a una abstención gratuita) y la promesa de una “oposición responsable”. No parece del todo satisfactorio.
En suma: el compromiso de no gobernar con Rajoy es secundario respecto a la promesa principal que hizo Ciudadanos: regenerar el Estado desde la cordura. Esa regeneración se hará desde el gobierno o no se hará. Gobernar, cierto, conlleva riesgos. No se quiere aquí dar a entender que el dilema de Ciudadanos sea sencillo de resolver. Pero es el signo actual de la política española que ser responsable exija hoy tener coraje. Rivera es un talentoso líder político, quizá el más desenvuelto y prometedor de la escena. Pero si ha de llegar a estadista, no puede conformarse con ser oposición.
Juan Claudio de Ramón Jacob-Ernst es ensayista.
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