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La venganza de las especies invasoras

Stefano Bianchetti (Getty)

LOS EVERGLADES ocupan más de 3.800 kilómetros cuadrados de manglares, zonas pantanosas de agua dulce, praderas costeras, pinos y cipreses en la bahía de Florida. En este parque nacional al sureste de Estados Unidos, el agua se esconde a menudo bajo la vegetación. El terreno parece firme, pero las vallas circundantes advierten a los conductores de su llegada a un universo de pantanos. Ahí se ocultan los caimanes, responsables de la muerte de 33 personas en los últimos 16 años.

Salvo el herpetólogo Kenneth L. Krysko, nadie podía imaginar que un enemigo todavía más poderoso acabaría rondando estas latitudes: el cocodrilo del Nilo puede alcanzar hasta seis metros de longitud y su reputación de asesino supera a la de los caimanes. En cuatro años, ha liquidado a 123 personas en el África subsahariana. Krysko trabaja en el Museo de Historia Natural de Florida, donde ha determinado gracias al ADN que tres ejemplares juveniles de cocodrilos de los que se tenía constancia en los Everglades desde 2009 coinciden con el gran depredador africano. El investigador no descarta que haya más de ellos moviéndose a sus anchas por estos pantanos. Pero resulta altamente improbable que los turistas que visitan estos ríos de hierba vayan a ser atacados por cocodrilos africanos.

LOS SAPOS MARINOS SE REINTRODUJERON EN AUSTRALIA PARA ACABAR CON UNA ESPECIE DE ESCARABAJO. HOY CONSTITUYEN UNA PLAGA DE MILLONES DE EJEMPLARES.

Sostiene Krysko que los tres ejemplares objeto de su análisis estaban relacionados genéticamente y no guardaban conexión con el ADN de los cocodrilos del Nilo confinados en zoológicos. Este científico apunta al comercio de mascotas exóticas. “Se trata del mayor causante de la introducción de anfibios y reptiles exóticos en Florida. Este es el lugar del mundo donde más se sufre este problema. A casi todo el mundo se le ha escapado una de estas mascotas, y seguramente muchos liberan animales cuando llega el momento en que no pueden hacerse cargo de ellos. También lo hacen con la esperanza de que procreen para poderlos explotar económicamente”.

Jabalí, viejo conocido del campo español y sapo marino. Originario de América.
Un picudo asiático y alga asesina. Se expande con fuerza por el Mediterráneo.

A pesar de la sensación de estar ante un enclave impenetrable, hasta los Everglades han llegado peces exóticos como el oscar, proveniente de América del Sur, los cíclidos maya de América Central o la tilapia azul africana. Entre las dos especies invasoras que han adquirido más notoriedad en la zona están las pitones subsaharianas y las de Birmania. ¿Capaces de matar? “Definitivamente. Aunque hasta donde yo sé, nadie ha muerto por el ataque de una pitón salvaje reintroducida. Sí conozco historias de personas que han sucumbido por agresiones de estas serpientes mantenidas en cautividad. Hace unos pocos años, aquí en Florida, una pitón birmana escapó de su celda y estranguló a un bebé en su cuna. En Canadá, una pitón africana se escurrió de su jaula y mató a dos niños…”.

Algunos anfibios extranjeros de los Everglades, como las ranas arborícolas cubanas – procedentes de Cuba, Bahamas y las islas Caimán– y los sapos marinos –originarios de Hawái, aunque son terrestres– son muy venenosos. “Conozco a gente que ha tenido que ir al hospital por tocar una rana cubana y después frotarse los ojos”, prosigue Krysko. “Fui testigo de la muerte de un perro rottweiler de 36 kilos que se tragó un sapo marino y murió en mis brazos después de 45 minutos espantosos, entre estornudos, alucinaciones y golpes de la cabeza contra el suelo”. Los sapos marinos se reintrodujeron en Australia en 1935 para acabar con una especie de escarabajo, pero el experimento acabó en chasco monumental. Los 3.000 sapos originales se han multiplicado hasta convertirse en una plaga de millones de ejemplares. Las ranas arborícolas cubanas probablemente llegaron a estos Everglades por accidente en 1920, a bordo de diversas embarcaciones.

Perca americana. Apreciada para la pesca deportiva, ha alcanzado Europa, Asia, Hawái…

“Reintroducir una especie es como abrir la caja de Pandora”, dice Susan Adams, ecóloga del Servicio Forestal de Estados Unidos y presidenta de la Asociación Internacional de Astacología (especialidad del estudio de crustáceos) en Oxford, Misisipi. “Cuando reintroduces una nueva especie, sea una bacteria invisible al ojo humano, un árbol o un gran mamífero, no hay manera de saber qué sucederá. Podrías ser incapaz de erradicarla para siempre. Y en ocasiones, lleva mucho tiempo antes de que la especie se extienda y se convierta en invasora”. ¿Cómo nos afecta? Adams, que vive en Misisipi, enumera historias locales que conoce de primera mano:

–Las hormigas de fuego llegaron desde Sudamérica hasta Mobile, Alabama (EE UU), a principios del siglo XX. Probablemente en cargueros, de forma accidental. Son muy pequeñas, pero su picadura es dolorosa y dura días o semanas. Viven en jardines, patios y cunetas. Entran ocasionalmente en las casas, forman un enjambre cuando atacan a alguien y han provocado muertes por alergia. Agreden a mascotas, al ganado y las aves en nidos. Luchar contra ellas cuesta 750 millones de dólares al año.

–Los jabalíes, originarios de Eurasia, se introdujeron como fuente de alimento y para la caza. Crecen hasta los 90 kilos, destrozan las cosechas y el paisaje, y perjudican a anfibios, aves y reptiles. Contagian enfermedades parasitarias al ganado. El Gobierno de EE UU calcula pérdidas de 1.500 millones de dólares al año.

Cotorra argentina. Entró en España como mascota y hoy está catalogada como especie invasora y dañina.

–La carpa plateada y la cabezona fueron reintroducidas en Arkansas en los años setenta para mejorar la calidad del agua en los estanques. Pronto se escaparon, tal y como predijeron los científicos, devastando los peces locales y el alimento disponible. La ecóloga Susan Adams dice que los peces saltan con tanta violencia desde el agua que han ocasionado numerosas heridas a turistas y daños en las embarcaciones de recreo.

El continente europeo no permanece ajeno a las plagas. Está infestado por más de 14.000 especies foráneas. Algunas de ellas se convierten en invasoras. Ocasionan pérdidas de 12.500 millones de euros anuales. “Una estimación a la baja”, matiza la bióloga Elena Tricarico, de la Universidad de Florencia. No solo se trata de dinero. Estos invasores son, según Tricarico, “la segunda causa de la destrucción de la biodiversidad. Y nosotros somos los responsables”. Ella realizó en 2006 su tesis doctoral mientras ayudaba a pescadores que faenan en el lago Massaciuccoli, la reserva húmeda más importante y bella de la Toscana. Ese lago fue la puerta de entrada en Italia del cangrejo rojo (Procambarus clarkii), el mayor invasor de agua dulce de los de su clase. Allí donde se establece, destierra a muchos semejantes locales. Procede del noreste de México y el sur de Estados Unidos, pero ahora vive en muchos ríos y lagos de Europa, África y Asia.

“una vez que una especie invasora se introduce en un ecosistema nuevo, será prácticamente imposible erradicarla”.

Cada verano, las autoridades locales se veían obligadas a prohibir la pesca del cangrejo rojo en el lago Massaciuccoli: el agua se llenaba de cianobacterias –antiguamente llamadas algas verdeazuladas– que exudaban un veneno, la microcistina, posible causante de tumores. “Los cangrejos acumulaban la toxina y eran consumidos por la gente, por lo que vedaron su pesca hasta que bajaran los niveles”, explica Tricarico. “Pero los pescadores perdían sus ingresos, y nos consultaron para que buscásemos una solución que les permitiera pescarlos en ese mar de algas”. La investigadora demostró que los animales concentraban la toxina en los intestinos. Si se quitaban en primer lugar, los cangrejos podían consumirse de forma segura.

El cangrejo rojo no llegó a Europa  por sus propios medios. Fue el hombre quien introdujo de forma intencionada a este Goliat de su especie para su explotación económica. En España ha desplazado casi hasta la extinción al cangrejo autóctono. Pero también se explota económicamente. Algunos ejemplares se escaparon en 1973 de un criadero y saltaron al Guadalquivir. Tardó varios años en convertirse en invasor. En Isla Mayor (Sevilla) se pescan anualmente tres millones de ejemplares, destinados en su mayoría a la exportación. Un negocio que mueve 20 millones de euros. En marzo de este año, a instancias de una demanda presentada por la Sociedad Española de Ornitología (SEO) y otras organizaciones, el Tribunal Supremo dictaminó que las comunidades autónomas tienen que elaborar planes para su erradicación. El conflicto con el sector cangrejero y los ecologistas está servido. ¿Pero puede exterminarse a una especie invasora?

Mapache. Carnívoro de pequeño tamaño, se ha extendido desde Canadá, Alaska y el Caribe hasta Europa occidental y Japón.

“Una vez que una variedad exótica o invasora se introduce en un ecosistema nuevo, será prácticamente imposible erradicarla”, tercia José Luis Nieves-Aldrey, investigador del departamento de Biodiversidad y Biología Evolutiva del Museo Nacional de Ciencias Naturales (CSIC). “La estrategia debe pasar por su manejo como una especie más del ecosistema. Esto a veces choca con la burocracia administrativa, que se empeña en operaciones costosas que con frecuencia se revelan inviables o inútiles”. De acuerdo con Juan Carlos Atienza, director de Conservación de SEO Birdlife, la sentencia del Supremo sobre el cangrejo rojo no impide su pesca y comercialización, siempre que se persiga el objetivo de limpiar los ríos para no reintroducir el animal con objeto de explotarlo en el futuro. Una práctica que puede darse, asegura Atienza, entre pescadores. “Se puede llevar a cabo sin poner en peligro los puestos de trabajo a corto y medio plazo”.

La frontera entre las especies nativas y las invasoras es a veces muy borrosa. Pesa la tentación de demonizar al recién llegado. “Con mucha frecuencia los medios, los conservacionistas y algunos científicos ponen el énfasis en los aspectos negativos de las especies invasoras como elementos que perturban las comunidades nativas o empobrecen la biodiversidad”, tercia Luis Nieves-Aldrey desde el CSIC. “Obvian que en muchos casos los efectos pueden ser positivos o neutros, una vez que la nueva especie se adapta”. Nieves-Aldrey pone como ejemplo algunas que hoy se consideran nativas, como el pino piñonero o el pino carrasco, resultado de introducciones muy antiguas. O el cangrejo autóctono español, que en realidad procede de viajes llevados a cabo desde Italia durante el siglo XVI.

La Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) alberga un catálogo con las 100 especies biológicas invasoras más dañinas. Esta organización actualiza cada año el retrato del planeta como el de un mundo invadido. Los alienígenas no provienen del espacio exterior. Algunos, como la mangosta india, tienen sangre caliente, miden entre 25 y 40 centímetros y su capacidad para la conquista resulta asombrosa. Este mamífero acabó con un ave, el rascón, que vivía en la isla de Fiji, en el Pacífico. Y ha ido saltando a diversos puntos del planeta, extirpando a su paso a otras siete especies de mamíferos, aves, anfibios y reptiles de la isla japonesa de Amami-oshima, el petrel de Jamaica o tortugas caribeñas y palomas locales en la isla Mauricio.

A veces, estos alienígenas tienen escamas: la perca del Nilo se introdujo en el lago Victoria, de África, y acabó con 200 especies de peces autóctonos considerados como únicos en el mundo.

Cotorra de Kramer. Originaria de África y Asia e introducida como mascota, causa daños en las cosechas.

En otras ocasiones, los invasores se deslizan por el suelo gracias a una baba que ellos mismos fabrican: es el caso de un caracol carnívoro centroamericano que probablemente ha contribuido a la extinción de 234 especies de caracoles de diversas islas oceánicas, después de que fuera introducido en África para controlar a otro caracol gigante africano en un experimento que salió muy mal.

Las profundidades de los suelos oceánicos tampoco se libran de estas plagas. La fosa Palmer se abre en el lecho del mar a unos 120 kilómetros de la costa sureste de la península Antártida. Durante millones de años, las bajas temperaturas han cerrado la puerta a cualquier intruso. Pero una expedición de la Fundación Nacional para la Ciencia de EE UU encontró pruebas de que los cangrejos rojos gigantes –que miden más de un metro con las patas extendidas– han establecido colonias estables a profundidades de entre 841 y 2.266 metros. El crustáceo procede del Pacífico Norte, de las aguas que rodean la península de Kamchatka y Alaska. Los soviéticos lo llevaron en 1960 hasta el mar de Barents, cerca de las costas noruegas. Titulares del tipo “los cangrejos gigantes invaden la Antártida” pueden parecer sensacionalistas,  pero Richard B. Aronson, el coautor del estudio, no dudó en calificar de “catastrófica” la aparición de este cangrejo.

Tener un cerdo vietnamita como mascota se puso de moda cuando george clooney empezó a pasear al suyo por la calle como si fuera un perro.

¿Culpables? En gran medida, la especie humana. Abrimos la puerta a los invasores. “A veces de forma intencionada, mediante los cultivos de acuicultura, el comercio de mascotas, la horticultura y la pesca; y otras, por accidente, a través del agua de lastre de los barcos”, dice la bióloga de la Universidad de Florencia Elena Tricarico.

El puerto de Nueva York recibe anualmente 5.000 grandes contenedores de buques con su carga repleta de larvas y de organismos. El canal de Suez, con un tráfico de 50 buques al día, intercambia más de 10 millones de toneladas de carga entre el océano Índico y el Mediterráneo. Estas rutas marítimas funcionan “como una ruleta ecológica”, según ha contado Hanno Seebens, un biólogo de la Universidad de Oldenburg (Alemania), a la revista Discover. Seebens investigó el tráfico marítimo de un año –casi 2,9 millones de viajes– comparándolo con los puntos calientes de invasión de especies.  Su conclusión es que las rutas más peligrosas conectan puertos marítimos a una distancia intermedia, especialmente en el sureste asiático, Oriente Medio, Singapur, el canal de Suez, Hong Kong y Panamá. “La probabilidad de que una especie pueda invadir gracias a un solo viaje es pequeña, pero si haces esto miles de veces, lo que compruebas es que se establece por sí sola”.

Rata almizclera. Se introdujo en España a partir de granjas de crianza para pieles. Cotorra de Kramer. Originaria de África y Asia e introducida como mascota, causa daños en las cosechas.

Rafael Araujo es un experto en moluscos del Museo Nacional de Ciencias Naturales de Madrid. En su despacho atesora las pequeñas conchas con rayas de una especie de mejillón que crece en racimos de miles. A principios de 2000, el animal, originario del mar Caspio, entró en aguas del Ebro. “Probablemente, a través de los puertos catalanes”. Se multiplica de forma tan asombrosa que es capaz de atascar la toma de agua de una central nuclear o una entrada para riego. “Puede haber millones de ellos por metro cuadrado”. Araujo recuerda llamadas telefónicas de la central nuclear de Ascó por emergencias y su diagnóstico de las fotos que le llegan. “Tienen ustedes una plaga de mejillones cebra. Es algo que viene sucediendo en España desde el año 2000 y, desde hace 30 años, en otras centrales nucleares del mundo. Conozco situaciones en las que han tenido que parar la central para limpiar estas vías. Ahora el mejillón está en casi todas las cuencas de España”.

Araujo ya lo venía advirtiendo desde los noventa. Este pequeño molusco (Dreissena polymorpha) iba a llegar a España, traído probablemente por el agua de lastre de los buques. La criatura había emprendido mucho antes la conquista del mundo. Se pegó al casco de los barcos desde el Caribe hasta alcanzar el canal de Panamá en 1915. En los años treinta, cuando Estados Unidos importaba trigo de Ucrania, los buques cargaban en los puertos del Caspio el grano –y el agua contaminada con larvas de estos moluscos– que luego descargaban en los Grandes Lagos. En la década de los sesenta el molusco colonizó algunos puertos de India, alcanzando Japón un decenio más tarde y conquistando Hong Kong en los años ochenta.

Cangrejo rojo americano. El Goliat de los cangrejos de agua dulce está presente en muchos ríos del mundo.

La llegada al Ebro resultó explosiva. Ahora, la situación del mejillón se ha estabilizado relativamente. No hay forma de retirarlo de los ríos, pero tiene algunos efectos positivos: aclara las aguas y aumenta la diversidad de las plantas acuáticas, indica Nieves-Aldrey. Los perjuicios económicos son muy grandes. Solo en Estados Unidos bordean los 2.000 millones de euros en 10 años. En España se calcula que entre 2006 y 2020 los daños ocasionados por este mejillón podrían alcanzar los 40 millones.

El mejillón no es el único invasor con el que se ha topado Araujo. “He buceado en aguas del Ebro a menudo, y me he topado con siluros de casi dos metros. Es casi como si te pasara un trolebús”. Estos enormes peces fueron introducidos por una colonia de alemanes hacia los años setenta para su pesca deportiva. Ahora, campan a sus anchas en el río, atacando a las palomas ante la sorpresa de los transeúntes del puente de piedra de Zaragoza.

Langostino japonés. Impacta en Europa, Asia, África…

En otros casos la invasión pasa inadvertida, pero no por ello resulta menos dolorosa. Carlos Pérez-Santos, naturalista y herpetólogo experto en venenos, lleva ocho años estudiando las palmeras del mundo. Ha recorrido un gran número de jardines botánicos en Miami, Ginebra, Viena, Lisboa, Barcelona, Madrid, México… “Cualquier palmera me llamaba la atención, y es así como he podido seguir muy de cerca la invasión del picudo rojo (un gorgojo tropical asiático). Me afectó muchísimo porque soy testigo de la destrucción irreversible de miles de ejemplares”.

Las plagas no son solo de origen animal. Pablo Vargas, investigador del Real Jardín Botánico del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), advierte de los peligros del camalote, o jacinto de agua. Procedente de la cuenca del Amazonas, esta planta crece con tal rapidez que sus hojas acaban cubriendo la superficie acuática. Allí donde prende succiona el oxígeno disuelto y los nutrientes. Para muchas especies de peces, es el manto verde de la muerte por asfixia. También atasca los sistemas hidráulicos. Importada como planta ornamental, el camalote se ha extendido por todo el mundo. “Lo conocí en Portugal hace 40 años”, recuerda Vargas. “He podido presenciar una lenta pero imparable invasión en ríos españoles”.

Pero este botánico confiesa que su peor experiencia fue el ataque que sufrió por mosquitos tigres durante una noche en la que estuvo en Almería realizando unas investigaciones sobre censos de polinizadores de plantas. El mosquito, que procede de Asia, es capaz de picar 48 veces en una hora, y transmite enfermedades como el dengue, la fiebre del Nilo occidental, la encefalitis japonesa y el virus del zika. Se ha extendido por todo el mundo debido al comercio mundial de neumáticos de segunda mano, que actúan como perfectos recipientes de agua para conservar los huevos del insecto. Un pronóstico científico y anticipación, indica Vargas, es la única fórmula en un escenario de cambio climático que permitirá en España “la entrada de especies más tropicales”.

Pino carrasco. Introducido antiguamente, hoy ya se considera una especie nativa.

El comité científico que asesora al Gobierno español sobre el catálogo de variedades exóticas e invasoras maneja una lista en la que figuran tanto las veteranas como las recién llegadas. Una especie que llega a un lugar nuevo siempre tiene un plazo de tiempo –latencia– hasta que se convierte o no en un invasor. Mario Díaz, presidente del comité científico de SEO/Birdlife y uno de los principales asesores, señala que  una de las más preocupantes en España es un hongo asiático que infecta a las encinas españolas y las seca, con un efecto devastador similar al del virus de la mixomatosis en los conejos. El hongo es una plaga que avanza desde el suroeste al noreste. Hay un proyecto para cartografiarlo y ha llegado al sur de Castilla-La Mancha. “El 95% de todos los viveros europeos están infectados”. Su vía de entrada, al ser microscópico, es mediante plantas infectadas y suelo contaminado.

También son muy nocivas las estruendosas cotorras argentinas, que destruyen plantas y otros nidos. Ya forman parte del paisaje urbano de Barcelona, Toledo y Madrid. Acaban de ser incluidas como especie invasora y es legal su exterminación, pero los Ayuntamientos y las Administraciones no hacen nada, asegura Mario Díaz. Como suele ocurrir en muchos casos, la gente las compró para tenerlas en jaulas, como animales de compañía, y las soltó en el momento en que fueron molestas. El  naturalista Pérez Santos reside en Torremolinos y cuenta que las cotorras ya han llegado hasta la zona costera del Mediterráneo, desde Port Bou hasta Gibraltar. “En la comunidad donde vivo han desaparecido los gorriones y casi todos los pájaros cantores, son presas fáciles”, añade.

Otro invasor que ocupa el primer lugar en la lista más reciente de especies invasoras de la UE es la avispa asiática, que llegó a España en 2010. Este insecto es un eficaz asesino de abejas de la miel y acaba con sus colmenas, causando graves daños al sector apícola. Las modas también contribuyen a la difusión del potencial invasor. El cerdo vietnamita se puso de moda cuando el actor George Clooney decidió pasearlo por la calle como si fuera un perro. En España, algunos se lo compraron como mascota. Un estudio del biólogo Miguel Delibes Mateos ha identificado 42 de ellos que viven en libertad en Cataluña, Galicia, Castilla y León, Comunidad Valenciana, Andalucía y Asturias. Y alerta sobre la posibilidad de que se hibride con el jabalí salvaje. Los expertos insisten: al comprar una mascota, que sea autóctona.

Rana cubana y lucio. Introducido para la pesca en Asia, África, Norteamérica y Europa.

El científico Adolfo Cordero, de la Universidad de Vigo, completa un retrato actualizado de las invasiones en España. Cita a la avispilla del castaño, un insecto procedente de China, como uno de los más recientes. Cordero explica que la manera de luchar contra ella es precisamente mediante otro insecto chino, parásito específico de la avispilla. “Las vías de entrada son tantas que no es posible evitar la llegada de nuevas especies. Pero sí existen mecanismos de detección temprana”. En ocasiones, señala este investigador, los invasores son introducidos deliberadamente por la Administración, al ser útiles para su explotación económica, como el eucalipto en el norte de la Península.

El riesgo es acabar demonizando la generalidad. El ecólogo Mark Davies, del Macalester College en Minnesota (EE UU), es una de las voces más heterodoxas al respecto. “Los organismos son solo organismos, no tienen moral ni ética. Se limitan a vivir”, afirmó en Scientific American. El biólogo y escritor Ken Thompson, autor de ¿De dónde son los camellos? (Alianza Editorial), concluye que esta es solo una parte de un problema global: la transformación de la biosfera por culpa de la actividad humana. “Deberíamos dejar de pensar que podemos volver a situar el reloj en alguna edad dorada y prístina previa al ser humano, aun cuando tuviéramos alguna idea de qué aspecto tenía aquel estado prístino. Deberíamos concentrarnos más en sacar el máximo partido de nuestro mundo feliz invadido”.

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