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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Luchadores por la libertad

Es de justicia reconocer la labor de la “generación de la Transición” en las conquistas democráticas

El político socialista José Ramón Recalde.
El político socialista José Ramón Recalde.Jesus Uriarte

A las generaciones que han crecido con la Constitución de 1978 les parece natural poder disfrutar de las libertades, lanzar críticas de todos los colores contra los poderes o vivir sin la amenaza permanente de las armas de ETA. Sin embargo, no siempre fue así. La a veces denostada generación de la Transición obró para hacer saltar los candados de la dictadura —por más que algunos equiparen la Constitución a un candado impuesto—, y de ella surgieron auténticos luchadores por las libertades.

José Ramón Recalde, militante socialista, fue un ejemplo de ellos. ETA no consiguió acallarle ni siquiera disparándole un tiro en la cabeza. Justamente considerado como arquetipo de la decencia en política, fue una de tantas personas —conocidas unas, anónimas otras— que pusieron el coraje cívico por delante de la acomodación a las circunstancias o la opción de vegetar en las zonas confortables de los que no quieren ver ni saber.

Sin embargo, los reconocimientos le llegaron a Recalde con cuentagotas. Ya le había sucedido a persona tan relevante como Adolfo Suárez, el enérgico conductor del proceso de transición de la dictadura a la democracia, sometido después al ostracismo hasta que contrajo la enfermedad que terminó llevándole a la muerte. Y entonces, sí: la sociedad y la clase política homenajearon a un dirigente clave, artífice de consensos que sirvieron para sacar adelante este país.

Es una paradoja que la normalización democrática se lleve por delante a sus protagonistas. La vida pública se ha crispado progresivamente, con su correlato de indeseadas cicatrices en el cuerpo social, pero eso no debe impedir que la España democrática reconozca a los que más trabajaron por ella. No hay que aguardar a los fallecimientos para entonar un cierto mea culpa por la falta de trato justo, sino pensar qué debe hacerse para reparar la pérdida de memoria colectiva.

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