¿De qué hablan los bancos en el espacio público?
Por Marta Fonseca (*)
Hay un elemento del mobiliario urbano, modesto, singular y elocuente que suele hablar con propiedad de nuestra vida en los espacios públicos: un banco.
Estos objetos son testigos mudos de nuestras actividades, contemplaciones, silencios… Acompañan conversaciones, atienden cansancios, guardan mensajes, son estaciones temporales de muchas actividades vitales y cotidianas. Y en su composición formal, plantean un tema conciso de diseño por la sencillez y desnudez que requieren para cumplir con características de confort, durabilidad, mantenimiento, etc., expresadas en la imagen sencilla y funcional de un plano sobre patas con o sin respaldo.
Los bancos urbanos construyen micro espacios en calles y plazas y dialogan con condiciones del relieve y el clima para albergar estancias cortas de tiempo y ayudarnos a definir distancias entre los espacios cotidianos que utilizamos: de la casa al mercado, a la escuela, al centro de salud, al parque, al lugar de trabajo y en general, hacia y entre la red de espacios que forman el tejido de las actividades que dibuja nuestra cotidianidad.
Imagen cedida por el Col.lectiu Punt 6.
Sentarse en el espacio público, es una actividad cotidiana y necesaria y puede ser placentera o sufrida según las cualidades formales y de relación que se han tenido en cuenta para su definición y ubicación. Aunque un banco suele venir de un proceso de diseño anterior al proyecto urbano donde se inscribe, siempre concentra en su razón de ser una depuración de soluciones para adecuarse a nuestro cuerpo, a los materiales con que será construido, a las condiciones climáticas de su vida en el exterior, siempre como objeto individual y casi nunca como la oportunidad maravillosa de relacionar, acompañar y construir la red de relaciones que entretejerá con las actividades de las personas diversas a las que atenderá.
En los espacios urbanos, el banco en su condición de objeto, suele tratarse como una pieza de composición, con un estilo, un precio, una cantidad y últimamente con unas normativas de uso para definir “cuales” actividades permitirá. Pero los bancos urbanos, son presencias abnegadas que nos cuidan y han de estar en los lugares donde vivimos con la voluntad de acompañar, facilitar, apoyar, acercar, soportar, conectar, el descanso entre trayectos, los encuentros pactados o fortuitos, la estancia que nos vincula a los lugares que deseamos… Es decir, han de estar para pautar las distancias que recorremos tanto si nos desplazamos a pie plano como si tenemos que mitigar el relieve o si somos jóvenes como si somos personas mayores o tenemos necesidades particulares por alguna diversidad funcional.
Por lo mismo, han de estar para:
- generar una conversación entre el vecindario que no se conoce,
- disfrutar una lectura bajo la sombra de un árbol en verano,
- reposar el cansancio propio o de las personas que acompañamos y cuidamos,
- acoger la hora de comer en medio de la faena,
- recibir encuentros entre amistades, escuchar y guardar nuestras conversaciones,
- dar tranquilidad y reposo a una madre cuando amamanta,
- acompañarnos en la espera de un autobús,
- vincular actividades entorno al juego infantil,
- acoger nuestra estancia sin necesidad de consumir en las terrazas de los bares,
- disponer un lugar donde contemplar, pensar y soñar y hasta sentir que el tiempo transcurre en compañía…
Los bancos urbanos se ven solo como objetos cuando están desarticulados de nuestras actividades cotidianas, en cambio, tienen alma cuando en su razón de ser son una proposición para acompañar y facilitar el descanso de las personas mayores porque mejoran su autonomía; o cuando apoyan y mejoran la estancia y el trabajo de “cuidar” a otras personas en el espacio público, porque atienden y visibilizan esta labor en la sociedad -una tarea que en el reparto de los roles de género mayoritariamente seguimos desempeñando las mujeres-; o cuando atienden los trayectos que realizamos entre actividades cotidianas de día, de noche, tomando el sol o protegiéndonos del calor; o cuando promueven encuentros entre las vidas diversas de las personas, entendiendo que hay diferentes maneras de estar y apropiarse de los espacios comunitarios cuando estos encuentros se dan entre la misma o entre diferentes culturas; o cuando su presencia está vinculada a las condiciones ambientales tanto de los espacios públicos como del interior de nuestras casas, si se ubican en lugares con mucha o poca actividad y si son una extensión de los espacios interiores de nuestras viviendas, etc.
Estos objetos solícitos no merecen desarticularse de nuestras vidas ni se ven muy a gusto cuando regurgitan monólogos ensimismados en espacios urbanos que desconocen las necesidades de la diversidad de personas que somos.
(*) Marta Fonseca es arquitecta e integrante de Col.lectiu Punt 6
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