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El acento
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Eurocopa 2016, las tinieblas después de la luz

Jugadores que en otras circunstancias serían considerados piezas mediocre pasan a cotizar al precio de Pelé, Tostao o Maradona

Jesús Mota
Paul Pogba y Antoine Griezman
Paul Pogba y Antoine GriezmanFRANCE PRESS

Como el resto del Universo, el fútbol está sometido a la entropía. Han de pasar decenios, acumular muchos fracasos y esperar a raras alineaciones astrales para confluyan los talentos y aparezcan selecciones como la de Brasil (1970 y 1982) o España (de 2008 a 2014), capaces de mutar el desorden sudoroso en diversos grados de armonía combinativa. La Eurocopa de Francia (2016) apenas ha registrado el destello de Islandia. El resto ha sido regresión futbolística, trivialidad e histrionismo. Actores principales sollozantes (Cristiano cuando se lesiona o cuando Portugal gana la final; hemos olvidado la máxima kantiana de que al hombre entero solo le están permitidas en público las lágrimas magnánimas) y actores secundarios (el francés Payet) encumbrados en el mercado local sin saber cómo ni por qué.

En el ámbito estrictamente futbolístico, Francia 2016 es una vuelta al paleolítico. Los equipos, mediocres, contaban con atletas en lugar de futbolistas; podían haberse presentado a una competición de halterofilia o a una media maratón con los mismos resultados futbolísticos. El fútbol practicado ha sido a empujones, a tirones; los jugadores han renunciado a la precisión y a la claridad mental para superar la acumulación de paquetes musculares defensivos. No es extraño que el jugador más valioso de la final haya sido Pepe, ese cruce de Cráneo Rojo y Skeletor o que se haya extendido la costumbre de calzar botas de distinto color, quizá para que los jugadores supiesen distinguir el pie izquierdo del derecho.

La interpretación dominante es que el envilecimiento futbolístico se ha debido al aumento del número de equipos en competición y a la dureza de las competiciones previas de clubs. Pero es más probable que tras la era de los talentos refulgentes (Xavi, Iniesta o Silva en sus mejores tiempos), llegue una larga etapa de sequía futbolística. De desorden entrópico. Los signos son ominosos y auguran una etapa de mediocridad. Hay que acudir a la base material y financiera del fútbol para explicar el fenómeno. Los jugadores ya no se filtran a través de un proceso largo y doloroso (a la vez, azaroso), hasta depurar el genio, sino que los mercados dominados por comisionistas los compran y los venden sin madurar, al calor de una burbuja financiera que se alimenta incesantemente de los petrodólares (jeques que se encaprichan hoy del fútbol como ayer se engolfaron en el turf) y del excedente monetario chino. Empresas chinas dominan el Manchester, el Aston Villa, el Inter, el Sochaux, el Espanyol o el Granada, entre otros.

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Igual que la entropía mide la calidad y el desorden, las leyes de la economía dictan que cuando aumenta la masa monetaria se dispara la inflación. Jugadores que en otras circunstancias serían considerados piezas mediocres —percherones incansables, de risible capacidad técnica— pasan a cotizar al precio de Pelé, Tostao o Maradona. En conclusión, la Eurocopa 2016 ha dictaminado que el futuro del fútbol para los próximos años es un corretón infatigable como Pogba. Unos 120 millones de precio nos contemplan desde ese futuro desazonante.

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