Vueling dilapida su 'capital' en tres días de caos
La compañía aérea ha sobredimensionado la oferta hasta provocar el colapso. Ahora tendrá que acometer de urgencia inversiones que quiso evitar
Ya lo dice el refrán: la avaricia rompe el saco. Esta y no otra parece haber sido la causa del caos provocado en el aeropuerto de El Prat por la compañía Vueling. Coincidiendo con el delicado momento de la operación salida de julio, la aerolínea low cost que acapara el 40% de la actividad del aeropuerto de Barcelona se ha visto obligada a cancelar decenas de vuelos y varios cientos más han sufrido retrasos intolerables. Miles de pasajeros han tenido que suspender sus viajes o han sufrido larguísimas esperas. Todo eso sin avisar y sin explicaciones. Muchos viajeros se han enterado de que no podrían volar por el simple y expeditivo método de ver desaparecer sus vuelos de las pantallas informativas. Las colas para reclamaciones iban de punta a punta de la terminal. Si mala ha sido la gestión operativa de la crisis, la de la atención a los afectados ha sido aún peor. A todo ello hay que sumar una muy tardía reacción tanto por parte del Ministerio de Fomento como de la Generalitat. Una vez más, los pasajeros han podido comprobar lo desprotegidos que están.
En un primer momento, la compañía atribuyó los problemas a la huelga de controladores de Francia, pero la excusa cayó rápidamente por burda y evidente: ¿acaso Vueling era la única compañía afectada por esa huelga? Luego atribuyó las suspensiones y retrasos a averías diversas, y finalmente a “problemas de operativa” que nadie se ha molestado en concretar. La explicación más plausible es, sin embargo, la que ofrecen los trabajadores de la compañía, el sindicato de pilotos (Sepla) y el sindicato de Tripulantes de Auxiliares de Vuelo de Líneas Aéreas: que Vueling ha sobredimensionado de tal modo la oferta que ha acabado provocando el colapso. En otras palabras, que ha ofrecido muchos más vuelos de los que podía realmente operar.
Todos culpan al anterior equipo directivo encabezado por Alex Cruz, que fue fichado en noviembre por British Airways. Le acusan de haber diseñado una expansión extrema que ha roto todas las costuras de la compañía. Ahora, la empresa no tiene ni aparatos, ni pilotos ni personal suficiente para atender los 400 vuelos diarios programados desde El Prat y los 700 que opera desde otros aeropuertos. Todo parece indicar que ha sido víctima de un modelo de gestión excesivamente focalizado en los resultados a corto plazo, que engrosan la cuenta corriente y el currículo de los directivos, pero que no siempre tiene en cuenta los intereses a largo plazo.
En una empresa de servicios, esta estrategia resulta muy arriesgada. El prestigio es un capital que cuesta mucho acumular y muy poco dilapidar. Vueling lo tenía. Dentro de las low cost era considerada una de las mejores. En 2015 obtuvo unos beneficios de 93 millones de euros: tres veces más de los esperados. Pero la euforia no suele ser buena consejera. Ahora, si quiere atender los vuelos comprometidos durante el verano, tendrá que acometer de urgencia las inversiones que quiso evitar. El coste del fiasco no se limitará a las multas y compensaciones que tenga que afrontar: recomponer la imagen le va a costar mucho más.
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