Nada o nada
En una sociedad partida en dos, la política se convierte en un asunto de tradición, terquedad y arrogancia
Si hoy es martes, seguro que algunos están tratando de responder preguntas imposibles con respuestas equivocadas. Así quiero considerar el referéndum británico en el que se ha votado la salida de la Unión Europea. Una pregunta imposible que recibe una respuesta equivocada. Esto sucede cuando se renuncia a los matices. ¿Está libre España de esa estúpida manera de manejar cada conflicto? Para manipular a las personas se recurre a etiquetarlas, como en los almacenes de camisería. La única rebelión consiste en negarse a etiquetarte a ti mismo y a los demás. No se ha inventado mejor manera de controlar a la gente que someterla a la dicotomía entre todo y nada. Seducidos por esa retórica de la simetría excluyente, acabamos por solo reconocernos en la mitad de nuestra cara, la otra media nos resulta enemiga. Cuando en tantos aspectos de la vida pública nos obligan a tomar una resolución basada en la dicotomía de opuestos, sería el momento de denunciar la estafa.
Los partidarios de la ruptura con la UE han sabido proponerlo como una dicotomía radical de los británicos entre soberanía propia, control fronterizo y nostalgia de los tiempos mejores. La emoción estaba de su parte. Para David Cameron, en cambio, era solo una cuestión de oportunismo, de resolver asuntos palaciegos, y eso le llevó a comportarse con la estúpida estrategia del padre que pregunta al niño si quiere más a papá o a mamá mientras le regala una bicicleta. Puede que todo se aplaque y al final se parezca mucho al referéndum griego donde los ciudadanos dijeron que se negaban a pagar la deuda en los plazos adquiridos y semanas después asumieron que sobre lo que no puede resolver sería mejor no votar. Lo más gráfico es que Reino Unido queda partido en dos y se suma a la nómina de Estados que se presentan bajo una división radical de aparentes opuestos, como los dos Estados Unidos, las dos Venezuelas, las dos Españas, las dos Argentinas.
Qué provechosa resulta esa división. Porque unos y otros se retroalimentan, sin tener necesidad de construir ni argumentar nada complejo, porque todo se reduce a cal y arena, a día y noche. La política se convierte entonces en un asunto de tradición, terquedad y arrogancia. Como las religiones con el estar conmigo o estar contra mí. Los líderes aspiran a encarnar un dogma, no a sentarse y tratar de responder a las preguntas correctas. Cada vez que la política concita esa dicotomía triunfa la inmoralidad, porque ya nadie razona. Todo es espasmo. Corran a elegir entre nada o nada.
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