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La reconciliación en Colombia y las sombras de un exterminio

Tres defensoras de derechos humanos analizan el el acuerdo entre el Gobierno y la guerrilla que pondrá fin al conflicto colombiano

La líder regional de Unión Patriótica, Imelda Daza, en su hogar .
La líder regional de Unión Patriótica, Imelda Daza, en su hogar .C. J. R.
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La historia no puede volver a repetirse. Colombia no puede recaer en los años más oscuros de la eliminación física por las ideas políticas. La defensora de derechos humanos y representante del movimiento político Unión Patriótica en la costa Caribe, Imelda Daza, es enfática en sus declaraciones. Se han logrado serios avances en la construcción de un post-conflicto, y la mejor muestra de ello son los acuerdos históricos firmados el 23 de junio en La Habana entre el Estado y la guerrilla de las FARC, que anuncian una entrega definitiva de las armas y la implementación de un proceso de desmovilización de más de 6000 combatientes guerrilleros bajo la observación permanente de la ONU. Pero esto es sólo el inicio de un largo y complejo proceso de reintegración en el que subsisten serios interrogantes en cuanto a la seguridad y la consecución de la Paz como objetivo de desarrollo sostenible (ODS).

Pocos días después del atentado en su contra acaecido en la ciudad de Cartagena de Indias, la líder política Imelda Daza revivió capítulos de una historia que parecía enterrada. Ella, la sobreviviente de una masacre propiciada con el apoyo del Estado colombiano y que acabó con más de 3000 personas del mismo movimiento político en la década de los ochenta, narra los detalles con una entereza asombrosa.

El viernes 6 de mayo del 2016 a las siete de la tarde se confirmaban los peores augurios. Hombres armados lanzaron una granada desde el exterior del lugar donde estaban reunidos Imelda Daza, Gustavo Gallardo (el responsable de derechos humanos de Marcha Patriótica) y Manuel Fernández (presidente del sindicato de trabajadores Sutimac). A continuación, mantuvieron durante largos minutos un tiroteo con los guardaespaldas e hirieron a uno antes de huir. De repente, volvía a materializarse esa pesadilla que llevó Imelda Daza a exiliarse fuera de su país durante 26 años: el peligro de muerte al que se expone por sus ideas, pero también la falta de Estado de derecho y la escasa eficacia de las autoridades locales en la defensa de los derechos humanos de trabajadores y activistas políticos.

“Con este atentado de Cartagena se quería provocar una masacre para impactar violentamente la opinión nacional y convencer a los colombianos de que no hay condición para firmar un acuerdo de paz”, explica Imelda Daza. El uso de explosivos, la presencia de numerosas personas y las circunstancias del ataque sustentan esta tesis, pero también conllevan un mensaje más simbólico: “Querían cobrar mi temeridad. La resistencia, la dignidad. La elite que nos ha gobernado pretende tener un pueblo sumiso”.

De regreso a su domicilio, el nerviosismo ha aumentado notablemente pero ella insiste en resaltar los cambios positivos que ha experimentado su tierra, la ciudad de Valledupar, porque ella es así: optimista y perseverante. Tras el atentado, se alegra de haber recibido muestras de apoyo de amistades y conocidos, llamadas de periodistas que en otros tiempos la hubieran ignorado totalmente debido al estigma de “guerrillera” que la misma sociedad impone a los que defienden los derechos humanos.

A raíz de ese ataque, Imelda Daza no tardó en comunicar al Gobierno la necesidad de mejorar su esquema de seguridad, pero sobre todo, de combatir una de las mayores amenazas que existen en la actualidad contra el proceso de paz: el paramilitarismo.

Confío en el proceso de paz porque hay voluntad de ambas partes como nunca la hubo antes Imelda Daza

“El Gobierno debe comprometerse a fondo con el desmonte del paramilitarismo, explica la líder política: Nosotros, desde la Unión Patriótica, hemos dicho que el paramilitarismo no ha terminado, que la negociación de Justicia y Paz sacó del escenario los cabecillas que los extraditaron, pero la estructura quedó, porque se supo además que muchos de los desmovilizados eran actores de una escena teatral, que fueron falsos, entregaron armas falsas. Los verdaderos testaferros y cuadros macabros del paramilitarismo quedaron aquí”.

Imelda Daza apunta a las Bacrim y las Águilas negras como nuevas ramificaciones del paramilitarismo, critica su cercanía con las fuerzas armadas, resalta el riesgo que representan para el desarrollo sostenible y el ejercicio de una democracia sana, y aun así mantiene la fe entorno a la firma de unos acuerdos en La Habana. “Confío en el proceso de paz porque hay voluntad de ambas partes como nunca la hubo antes”, sostiene antes de describir lo importante que es la paz para empezar la reconstrucción del país, para entablar ese desarrollo incluyente que se resiste. Como bien dice Imelda Daza: La paz es una plataforma para construir el futuro.

Y justamente la cercanía de la firma definitiva del acuerdo de paz con las FARC –anunciada para el 20 de julio en Colombia por el presidente Juan Manuel Santos– podría ser la causa del atentado que sufrió en los primeros días de mayo. Según ella, los diálogos se encuentran en su etapa final. La firma es una cuestión de semanas y, por eso, la crispación se traslada al terreno. La líder política ve un acuerdo inminente y anticipa también la proximidad de una reacción violenta de los bandos de extrema derecha. “Creo que después de la firma de este acuerdo, va a ser como para encerrarnos. Lo veo muy peligroso para cualquier líder de izquierda”.

Esa misma preocupación comparte la presidenta del movimiento Unión Patriótica, Aida Avella, quien regresó hace tres años tras un largo exilio en el extranjero. Desde que se reactivaron las actividades del partido que encabeza, las amenazas han sido continuas. “En tres años ya tenemos un libro de amenazas a sindicatos y muchos defensores de la restitución de tierras. Eso es nefasto para la paz”, explica la líder política.

En ese contexto, y tras el atentado a Imelda Daza, Aida Avella recuerda inevitablemente la situación de los años ochenta. Colombia no parece haber avanzado mucho con respecto a garantizar libertades y derechos. En aquella época la forma de actuar era muy parecida. La sede se llenaba de amenazas, panfletos y llamadas, y luego los acosadores intimidaban físicamente. “Ese programa se vuelve a repetir, manifiesta la presidenta de la UP. Por eso preguntamos al Estado, pero también a los empresarios, si siguen pagando a los paramilitares, si seguimos siendo el enemigo interno”.

El atentado a Imelda Daza significa una alerta para el proceso Aida Avella

Para Aida Avella está claro que existe un plan de masacre parecido al que asoló la izquierda en los años 80. Las amenazas brotan de todas partes del territorio colombiano, desde La Guajira hasta la selva amazónica, a veces al mismo tiempo, y esa articulación la remite nuevamente a los grupos paramilitares a quienes atribuye el atentado de Cartagena. “El atentado a Imelda Daza significa una alerta para el proceso. Significa que los enemigos están actuando y que, si han de matar, lo harán”.

Preguntada sobre la amenaza que suponen los paramilitares para la paz negociada en La Habana, la representante a la Cámara y co-presidenta de la Comisión de Paz del Congreso, Ángela Robledo, también coincide en que el atentado a Imelda Daza es una voz de alarma respecto a lo que puede ocurrir en un futuro si no se admite abiertamente que hay un recrudecimiento del paramilitarismo. La mejor prueba es la denuncia de 116 muertes en los últimos cuatro años por parte de Marcha Patriótica.

Colombia todavía debe hacer un gran esfuerzo de transparencia para conseguir el objetivo de Paz que formula la ONU (ODS N° 16). “Se debe reconocer que durante el Gobierno de Uribe no hubo realmente un desarme, los paramilitares siguen manteniendo un control territorial y una presencia armada importante”, argumenta la representante a la Cámara. “Es necesario ir a la raíz del problema, hablar de las alianzas entre paramilitares y el ejército, y entender que existen ataques frecuentes contra los defensores de derechos humanos”. Ese paso es esencial para llegar a una paz sostenible.

Al igual que Aida Avella e Imelda Daza, Ángela Robledo se preocupa por el devenir de la izquierda política colombiana, reconoce que es uno de los puntos más sensibles en la fase final de las negociaciones, y no obstante, mantiene la esperanza viva. “Yo soy positiva, considero que esto proceso no tiene punto de regreso”.

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