Pagando la carne a terceros (a propósito del caso Torbe)
Muniain y De Gea, tras un partido con la sub-21. / CORDON
Por ANALÍA IGLESIAS
“La desnudez pornográfica está cerca de aquella obscenidad de la carne que, tal como advierte Giorgio Agamben, es el resultado de la violencia”. Byung-Chul Han.
Es cierto, el hilo de voz de las esclavas sexuales ha aguado el show del fútbol animado por otros seres humanos que también ofician de mercancías, pero con consentimiento; en este caso, son chicos muy jóvenes que ganan mucho dinero (dígase ‘deportistas de élite’) que podrían haber encargado la organización de algunas de sus fiestas desaforadas a un comisionista del sexo, que ahora está en la cárcel, imputado de trata de seres humanos y abuso de menores, entre otros delitos.
“El capitalismo agudiza el proceso pornográfico de la sociedad en cuanto lo expone todo como mercancía y lo entrega a la hipervisibilidad. Se aspira a maximizar el valor de la exposición. El capitalismo no conoce ningún otro uso de la sexualidad”. El que habla es el filósofo surcoreano Byung-Chul Han, que dedica un capítulo de su libro La sociedad de la transparencia a La sociedad porno.
Intentamos entender
Del imputado, el tal Torbe (dígase ‘director de cine porno’), un tipo grueso, de unos cuarenta y tantos, se puede constatar el tenor de su humor y sus gamberradas cómplices con los jugadores de fútbol en tweets en los que los invita a su casa, habla de “las chicas” o celebra sus productos top como el “Bukakeeee”. Si algún lector tiene estómago resistente puede pasar por su página web ‘putalocura’, para toparse con varios vídeos en los que él mismo –con voz de engatusador de niño/as– mantiene charlas y sexo con las chicas que va reclutando: “¿Cuándo te crecieron esas tetitas? ¿A los diez años? Ahhh, ¿Y ahora tenés diecinueve añitos? Mmm”. Trascartón, el manoseo, y lo demás. Hay muchos otros videos editados, acelerados, que duran segundos (probablemente suficientes para hacer llegar al clímax a los precoces visitantes). Producción en línea de montaje, a gran escala, esa es la impresión que da el chiringuito-site atiborrado de mercadería.
“La economía capitalista lo somete todo a la coacción de la exposición. Solo la escenificación expositiva engendra el valor; se renuncia a toda peculiaridad de las cosas. Estas no desaparecen en la oscuridad, sino en el exceso de iluminación (…) El porno no solo aniquila el eros, sino también el sexo. La exposición pornográfica produce una alienación del placer sexual. Hace imposible experimentar el placer. La sexualidad se disuelve en la ejecución femenina del placer y en la ostentación de la capacidad masculina” (Byung-Chul Han, La sociedad de la transparencia).
Hay sospechas de sexo violento, sin consentimiento, con mujeres que supuestamente fueron forzadas y que han señalado a los participantes en las miserables veladas, según los documentos publicados por eldiario.es. Entre ellas, hay menores de edad y, entre ellos, figuran algunos futbolistas de élite (hay supuestos whattapps que dan cuenta del mutuo conocimiento) y, a todo esto, empieza la Eurocopa.
Entre el material de la investigación, está también la transcripción de una conversación telefónica en la que un cámara, que trabajaba para Torbe, reconoce que ha pasado una noche en vela por la angustia que le provoca tanta chica llorando en el “set” del porno. El trabajador aventura que quizá no estén allí por propia voluntad.
Así están las cosas
Fotografía de Irene Díaz.
Sexo sin ninguna emoción (más que el semen abundante) arengado por viejos proxenetas (díganles “productores de cine porno”), algún tratante ucraniano con guardaespaldas alojado en el hotel más chic de Madrid y escenas frenéticas usando cuerpos de chicas muy jóvenes, que probablemente mandaron una foto desnudas para una página web y fueron extorsionadas. Claro que quizá, al principio, unas chicas seguramente desvalidas pensaron que necesitaban ese dinero y que no dolería tanto y no es tan improbable que luego fueran forzadas a continuar, amenazadas, y sí vejadas y obligadas a dejarse humillar por las patotas de hombres que cualquiera puede ver en la website y que, además, se multiplicaban fuera de cámara, según sus testimonios y algunas pruebas aportadas.
Es cierto, puede que no sea delito lo de los futbolistas, si es que hubo futbolistas (siempre cabe la presunción de inocencia). Pagar ‘carne de desahogo’ no es delito, el coste es otro. Pero varias preguntas se nos han ido atrangantando porque la angustia se anuda con cada nueva revelación.
‘Profanar’ es una palabra que usa a menudo el filósofo para hablar de los cuerpos explotados en esta sociedad del espectáculo, donde la acumulación es la medida del éxito. “Exposición es explotación”, apunta Han. “Contagio y desahogo”, dice. Nunca cariño, nunca empatía, decimos.
No es solo este “torbellino”, ahora. Hay otros ejemplos, recientes: el “volquete de putas”, se mencionaba la semana pasada en el Senado español, a partir de un caso de corrupción con cemento; la violación masiva en Brasil hace unos días, lo que el lector habrá escuchado de cualquier prostíbulo de carretera.
¿Por qué un veinteañero tendría que ir con varios amigos a usar un cuerpo alquilado, pobre, el mismo para todos? Un hueco, una boca, una cara que no importa de quién sea, ni cuál su gesto. Reírse en masa de una sesión de sexo pagada a un tercero, o arrebatada por la debilidad de la ‘presa’.
“El cuerpo exhibido de modo pornográfico de hecho es ‘pobre (…) Es la indiferencia descarada lo que las mannequins, las pornostars y las otras profesionales de la exposición deben, ante todo, aprender a adquirir: no dar a ver otra cosa que un dar a ver (es decir, la propia absoluta medianía)”, explica Byung-Chul Han.
Intentamos entender qué pasa en una sociedad desarrollada, de libertades individuales garantizadas para salir y ligar, y acostarse y levantarse, y decirse “chau” o enamorarse, de igual a igual, chicos y chicas ¿Tanto miedo hay a sentir como para alejarse del riesgo de la emoción a través de una transacción por un pedazo de carne?
“Somos una generación que no está disponible emocionalmente”, explicaba la bloguera de veintitantos Krysti Wilkinson, y lo publicaba el Huffington Post, hace unas semanas. “Queremos oír frases cutres de ligoteo, pero no queremos que nos conquisten... porque eso implica que nos pueden dejar (…) Queremos seguir persiguiendo la idea del amor, pero no queremos caer en ella (…) No queremos relaciones: queremos amigos con derecho a roce, ‘mantita y peli’ y fotos sin ropa por Snapchat (…) Queremos todas las recompensas sin asumir ningún riesgo.”, escribía.
¿Sanar la sexualidad? "Yo tengo más fe en el instinto que en la civilización actual. Los instintos humanos libres se autoregulan. Una persona sana recupera esa espiritualidad que viene del animal interior; recupera, por ejemplo, la sexualidad, que está muy dañada en la mayor parte de la gente a pesar de que hay en el mundo una libertad sexual superficial que yo no veo como libertad, sino como una contrarrepresión a la represión. Eso no tiene nada de sano", opina el terapeuta chileno Claudio Naranjo.
Por ahora, infinitas opciones, para qué detenerse. Incapaces de la emoción de un instante de verdad, incapaces de amar (en sentido amplio, humano). Hay tanto para elegir que no sabemos ni siquiera qué preguntarle al portero suplente de la Selección Nacional cuando se presenta en rueda de prensa frente a los periodistas deportivos. Y, entonces: “David, ¿cómo te enteraste?”. El hombre, que ya es hombre, ha venido hablando casi sin aliento, se le nota el nudo en la garganta, diciendo que él no sabe nada, que él no hizo nada. “Estaba jugando a la play” (risita).
“Tenemos que centrarnos en la Eurocopa. El chaval ya ha dicho que no es culpable de nada”, zanja algún periodista deportivo.
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