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¿Son los padres pobres peores padres?

Las clases bajas tienen menos recursos, no solo económicos, sino de tiempo, emocionales y congnitivos para la crianza. ¿Hasta dónde influye eso?

Una familia de Nicaragua.
Una familia de Nicaragua.Banco Mundial

Hace tiempo escribí un artículo ¿Son los pobres malos padres? un tema relevante ya que en los organismos multilaterales cada vez que hablamos sobre los programas de desarrollo infantil -servicios de cuidado, apoyo parental y otros- insistimos en la necesidad de que sean focalizados en los hogares más vulnerables. La relación entre pobreza y desarrollo infantil es una de las ideas que exploramos en el libro Los Primeros Años.

Creado en 1959, el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) es la principal fuente de financiación multilateral de América Latina y el Caribe. Tiene como miembros a 48 países, 2.000 empleados y su principal misión es reducir la pobreza en la región a través del apoyo de proyectos de desarrollo económico, social e institucional, en forma de préstamos, donaciones y asistencia técnica. Su sede central está en Washington.

¿Por qué focalizar los programas de desarrollo infantil hacia los hogares pobres?

Las intervenciones de desarrollo infantil de buena calidad tienen el potencial de cambiar el futuro de los niños que nacen en hogares en situación de desventaja. Un ejemplo emblemático en América Latina y el Caribe es un programa piloto que se hizo en Jamaica. Un grupo de niños desnutridos entre 9 y 24 meses de edad, recibió visitas domiciliarias de una hora semanal durante 24 meses. En estas visitas, personal comunitario de salud trabajaba con el niño y su madre en un currículo estructurado para promover el aprendizaje a través del juego y las interacciones de buena calidad, es decir, receptivas, cálidas y sensibles.

Veinte años más tarde, los niños que recibieron este programa tenían resultados sustancialmente mejores que otros niños similares: tenían un mayor coeficiente intelectual, habían completado mayores niveles educativos, tenían ingresos mayores, demostraban mejor salud mental y tenían menos incidentes de comportamientos violentos.

Este fue un programa de apoyo parental a través de las visitas domiciliarias, focalizado en niños en situación de desventaja que fue capaz de modificar las trayectorias de desarrollo y la vida de estos niños.

¿Cómo crecen los niños en situaciones de pobreza?

En América Latina y el Caribe, la pobreza se encuentra muy asociada al logro de peores resultados en múltiples dimensiones del bienestar y del desarrollo infantil, como documentamos en Los Primeros Años. Por ejemplo, los niños de hogares con menores ingresos, o de madres con menor educación, se encuentran peor que aquellos más favorecidos en dimensiones tan variadas como la nutrición, el desarrollo cognitivo y de lenguaje, el acceso a la educación inicial y los servicios de cuidado infantil, la disponibilidad de materiales y actividades de juego en el hogar, o la frecuencia del castigo físico, por nombrar solo algunas. En otras palabras, hay muchas dimensiones en las cuales los niños que crecen en hogares pobres se encuentran peor que sus pares de estratos socioeconómicos más ricos.

En España, 1.307.868 niños y niñas viven en hogares con una renta inferior al 40% de la renta mediana, según datos de 2014. La pobreza no puede medirse exclusivamente en términos económicos. Por ello, la Unión Europea ha creado el indicador AROPE que va más allá de la dimensión económica de la pobreza y añade dos dimensiones más: la privación material severa y la baja intensidad de trabajo en el hogar. Casi tres millones de niños y niñas viven en esta situación de riesgo de pobreza o exclusión. Y de ellos, 791.385 sufren privación material severa

Son aquellos que viven en hogares que no pueden permitirse al menos cuatro de las siguientes nueve actividades:

  1. Pagar el alquiler, una hipoteca o facturas corrientes.
  2. Tener la casa a una temperatura adecuada el hogar durante los meses de invierno.
  3. Poder afrontar gastos imprevistos.
  4. Una comida de carne, pollo o pescado (o sus equivalentes vegetarianos) al menos 3 veces por semana.
  5. Irse de vacaciones al menos una semana al año.
  6. Tener un coche.
  7. Tener una lavadora.
  8. Tener un televisor en color.
  9. Tener un teléfono (fijo o móvil).

Entonces ¿son los pobres malos padres?

Esta es una pregunta con trampa. La pobreza o la riqueza por sí solas no predicen si una persona es mejor o peor padre o madre. No obstante, sí hay que reconocer que los adultos que se enfrentan a diario con la pobreza tienen menos tiempo, dinero y recursos emocionales y cognitivos para atender las necesidades de sus hijos.

En otras palabras, la pobreza es un factor mediador que pone en riesgo la oportunidad de los niños de alcanzar su desarrollo potencial. ¡Los expertos estiman que hay más de 200 millones de niños en el mundo que corren ese riesgo!

La pobreza de ingresos limita la capacidad de la familia de satisfacer necesidades como la alimentación, la salud o la buena nutrición. La pobreza de tiempo recorta la frecuencia y calidad de las oportunidades de juego y de interacción entre adulto y niño, esenciales para el aprendizaje en la primera infancia. Son estas oportunidades de interacción las que moldean la arquitectura del cerebro humano. Se usa la metáfora de servir y devolver, como en el tenis, para describir el proceso irremplazable en el cual las interacciones entre niño y adulto van dando forma a las conexiones neurológicas del cerebro en desarrollo.

Además, la economía del comportamiento ha demostrado un desafío adicional que enfrentan los padres y madres pobres. La resolución de los problemas diarios de subsistencia de una persona que vive en pobreza no es una tarea sencilla. En este proceso, los pobres agotan muchos de los escasos recursos cognitivos con los cuales cuentan. Esto hace que cuenten con menos recursos cognitivos que les permitan tomar las mejores decisiones en otros ámbitos, como por ejemplo, el bienestar de sus hijos.

Aunque todos los padres del mundo desean lo mejor para sus hijos, la pobreza es una barrera importantísima que dificulta el logro de este objetivo a quienes se enfrentan con ella. La necesidad de priorizar el acceso de las familias pobres a los programas de desarrollo infantil financiados con dinero público parece una conclusión elemental. Desconcierta que en muchos países de América Latina y el Caribe, e incluso Europa, este no sea el caso.

María Caridad Araujo es especialista líder en el departamento de Salud y Protección Social del Banco Interamericano de Desarrollo.

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