_
_
_
_
10° ANIVERSARIO LUCTUOSO

Rocío Jurado, una vida de copla

Hace hoy diez años se murió ‘La Más Grande.’ Su imagen y su legado musical siegue en la mente de miles de admiradores.

José Huesca (EFE)

Las coplas, los boleros, las baladas, las rancheras y el flamenco de Rocío Jurado (1946-2006) forman parte del patrimonio musical de la lengua española. Murió hace diez años, sabiendo que para muchos era “La más Grande”, hoy sus canciones no dejan de sonar y su imagen continúa en la mente de miles de admiradores. Cuando la madrugada del 1 de junio de 2006 su hermano Amador Mohedano anunció a los medios de información que La Chipionera acababa de morir, cientos de personas salieron hacia el Centro Cultural de la Villa (hoy Teatro Fernando Fernán Gómez), en la madrileña Plaza de Colón, para darle el último adiós. Dicen que aquel día pasaron por la capilla ardiente unas 20.000 personas, una cantidad a la que la intérprete de Como una ola estaba acostumbrada a que la arropara en numerosas ocasiones.

Su afición por la música la adquirió en su propia casa, pues tanto su padre (zapatero) y su madre (ama de casa) cantaban en sus ratos libres. Cuando era niña solía participar en los festivales escolares y entonar alabanzas en la parroquia. También se apuntaba a casi todos los concursos de la radio y con mucha frecuencia los ganaba. Por eso hubo quien la llamó “La niña de los premios.” Pero a lo que aspiraba ella en realidad era a convertirse en una artista tan exitosa como La Niña de los Peines.

Rocío se paseaba por los escenarios derramando sensualidad, un chorro de voz espectacular, sentencias salidas del corazón y las entrañas.

Un día convenció a su madre para que la acompañara a Madrid, donde una antigua vecina del pueblo le presentó a Manolo Caracol y a su admirada Niña de los Peines. No obstante, sería Pastora Imperio la que fungiría como su “madrina” y la conduciría por el camino del estrellato, después de que Concha Piquer se rehusara a hacerlo. Pronto hizo alarde de su presencia escénica, alternando batas de cola y (elegantes y seductores) vestidos de noche, cantándole al amor, a su tierra o al despecho. No tardó en ser uno de los rostros más frecuentes de la prensa rosa y de los programas de televisión, en los que encandilaba al público con su melena rojiza, y luego rubia, bien moldeada con mucha laca, sus escotes sugerentes y sus brazos al cielo, características teatrales que más tarde se convertirían en la obsesión de sus imitadores travestis.

Rocío se paseaba por los escenarios derramando sensualidad, un chorro de voz espectacular, sentencias salidas del corazón y las entrañas (hace tiempo que no siento nada al hacerlo contigo; se nos rompió el amor de tanto usarlo) y una retahíla de adjetivos en contra de los hombres (es un gran necio, un estúpido engreído, egoísta y caprichoso, un payaso vanidoso, inconsciente y presumido, falso enano rencoroso, que no tiene corazón). Pero todo era parte del show, porque el sentimentalismo, la dulzura, era su moneda de cambio. Con todos. Con su Andalucía, su España, su México, su Colombia, su Argentina… su Chipona del alma.

Se casó, en una boda multitudinaria, con el boxeador Pedro Carrasco, con quien tuvo una hija, pero sus constantes giras (y una supuesta infidelidad por parte de él) acabaron con el matrimonio. Ella encontró el amor de nuevo en un torero, José Ortega Cano, y sumó a su familia un niño y una niña adoptados. Todo parecía ir bien hasta que en el verano de 2004 le fue detectado cáncer de páncreas. En septiembre de ese año citó a los periodistas en su casa de La Moraleja (Madrid), les contó “el mazazo” que le daba la vida y enseguida se fue a hacer su testamento. Repartió su dinero y sus propiedades entre su hermano, su marido y sus hijos y a Rocío Carrasco, la primogénita, la nombró heredera universal de su legado artístico. Siguió las indicaciones médicas, en Madrid y en Houston (Texas), donde les bailaba rumbas a las enfermeras “gringas” mientras le suministraban la radioterapia, pero al final la enfermedad acabó con ella. Antes hizo un último esfuerzo y se reunió en la pantalla de Televisión Española para cantar sus éxitos al lado de colegas como Raphael, Mónica Naranjo, Paulina Rubio, David Bisbal, Chayanne y Malú.

La tarde del 1 de junio de 2006 su cuerpo fue trasladado a Chipiona para enterrarla en el cementerio de San José, donde la alcaldía mandó hacer un mausoleo. Luego se dijo que se construiría un museo para compartir con el público sus vestidos, joyas, abanicos, fotografías y demás objetos que le pertenecieron, pero hasta la fecha, por discrepancias entre la familia y las autoridades de Chipiona, según la versión oficial, no se ha llevado a cabo el proyecto. Esa familia, que ella tanto quiso y cuidó, hoy se encuentra dividida y se comunican, sobre todo, a través de las revistas y de los programas de televisión.

Unos meses antes de morir, el 10 de enero de 2006, Roció Jurado fue al programa El loco de la colina (TVE) y Jesús Quintero le preguntó: “¿Cambiarías los 300 premios mundiales, los teatros del mundo, los poemas de Alberti, Gala, Burgos o los grandes poetas, lo cambiarías todo por el brillo de la juventud?” Ella, dueña de una vida de copla, vestida de rojo, con los ojos acristalados y el cáncer latente, le respondió: “no. Yo no quiero volver para atrás. Lo vivido, vivido. Lo pasado, está pasado. Y que Dios me dé muchos días para tirar para adelante. Y si volviera a nacer, cometería los mismos errores, porque no puedo renunciar a ser como soy. Si volviera para atrás, sólo volvería para ver la carita de mi madre y mi padre. Vivo dentro de mí la frescura de la juventud con mi hija, mis sobrinos, mi niña, mi niño, mis nietos.”

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_