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CARTA DESDE EUROPA 'DIE WELT'
Tribuna
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La democracia no se regala

Para abrir los ojos, Alemania tiene que volver a poner los pies en la tierra y dejar de soñar

Alexander Van der Bellen, durante su último mitin electoral antes de las elecciones presidenciales de Austria en Viena.
Alexander Van der Bellen, durante su último mitin electoral antes de las elecciones presidenciales de Austria en Viena.Heinz -Peter Bader. (REUTERS.)

París. Después de Berlín, después de Madrid, después de Londres. Si la Unión Europea fuese el mecanismo de un reloj, en este momento algunos de sus engranajes se pararían o, tal vez, se volverían completamente locos. ¿Por quién doblan allí las campanas? En muchos lugares del mundo se está asistiendo al final de algo. No de la democracia, sino de una ilusión de democracia, de despreocupación y de inmensa seguridad en todas las situaciones de la vida. En Austria es el fin de la "casa del pueblo", la bienintencionada alianza de los dos grandes partidos de masas que ha acabado en corrupción y parálisis. Una parte de ese pueblo se ha buscado otros receptáculos. Se desdeña el procedimiento democrático de la adopción de compromisos por consenso. Se desprecia la democracia liberal. El fin de la relación tiene lugar acompañado por un profundo disgusto, por la cólera y por el resentimiento (también por el odio). No lo gobierna ningún espíritu, ningún aliento revolucionario, ningún despegue como el de 1989, sino el estado de ánimo, las emociones y el afán de castigo y venganza. Ante todo, no hay en él ninguna voluntad de crear algo nuevo, sino única y exclusivamente el imperativo del rechazo, un enorme y rotundo "no". Todo debe seguir siendo como es, o como se cree que fue en el pasado. En Alemania es el sueño de la joven República Federal después de la guerra, de la época del milagro económico del canciller Konrad Adenauer o de la década de 1980; en todo caso, del tiempo anterior a la reunificación y a la caída del Telón de Acero; a la liberación de las mujeres y de las minorías como la de los homosexuales. La modernidad desborda a mucha gente. Un viejo asunto. Además, la globalización no es ningún camino de rosas. Hasta la Alemania campeona del mundo de turismo emisor se lamenta de ello.

Pero, ¿acaso después de 70 años de democracia europea se puede imaginar un descenso a los tiempos de la barbarie? Tal vez sería mejor imaginar una época de ralentí nacional, sin falsas promesas ni jerga política. Años de análisis pragmático de la situación y de intento de entablar un diálogo entre política y sociedad que merezca más el calificativo de verdadero para salvar lo que merezca la pena ser salvado; de recordar los principios y lo que se ajusta a la verdad; de serenarse como sociedades. A lo mejor este acaloramiento a la vista de la crisis de los refugiados y el desprestigio de la Unión entre las poblaciones de Europa ha sido necesario para que estas vuelvan a darse cuenta de cuál es su propia esencia y para que reconozcan lo que las distingue a unas de otras, pero también lo que, en el fondo, las une. Hay límites para todo, y está bien que sea así. Es evidente que en los últimos 25 años las sociedades de Europa se han exigido demasiado a sí mismas porque han tolerado demasiado. Por liberalismo "todo es posible, todo vale".

La nueva época se ha inaugurado ya en Viena, donde un presidente verde gracias a una mayoría por los pelos tendrá que ser capaz de ofrecer otra canción que no sea solo "es que somos tan abiertos y tan modernos..." Volvamos al mecanismo del reloj. Nada se mueve en Idomeni. Ahora el campamento, símbolo del acoso a Europa, pero también de la desesperación de los refugiados, está cerrado. Había que disolver la jungla de tiendas de campaña y encarrilarla por una vía ordenada, descentralizada y oficial. También aquí algo está a punto de terminar y, al mismo tiempo, de comenzar.

Han transcurrido más de 20 años desde que el entonces director del International Herald Tribune, en un artículo solicitado por el portal digital del Tageszeitung, escribiese: "¡Vamos, Alemania! ¡Abre los ojos!". El autor se mostraba crítico con el hecho de que Alemania todavía no hubiese entendido que era un país de inmigración. Para abrir los ojos, tiene que volver a poner los pies en la tierra y dejar de soñar. La democracia no la regala nadie. Nadie regala nada.

Andrea Seibel dirige la sección Forum de la empresa alemana de informativos multimedia WeltN24.

Traducción de News Clips.

© Lena (Leading European Newspaper Alliance)

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