Mourinho contra Guardiola, un malentendido
Jose y Pep coinciden en lo fundamental: construyen equipos que cuestan millones
Repitámoslo, fútbol y política son universos paralelos. Uno y otra evolucionan hacia la mera representación escénica. En esa dramaturgia, cada actuante, sea político, entrenador o futbolista, cumple con el papel asignado y lo que importa es que el votante o el espectador se identifiquen con el papel. Manchester, una de las cunas del capitalismo industrial, será el escenario donde se va a representar otra función más grande que la vida: el enfrentamiento, según los patrones asignados, de José Mourinho, nuevo entrenador del United, y Josep Guardiola, nuevo técnico del City. Jose y Pep recitarán de nuevo el guión que ya leyeron al frente del Real Madrid y el Barcelona, pero en la misma ciudad. El clímax se promete asfixiante. La última estampa con una tensión parecida sucedió en Tombstone, el 26 de octubre de 1881, y enfrentó a los hermanos Earp y Doc Holiday con los Clanton y los McLaury. Se conoce como el duelo en OK Corral.
La dramaturgia tiene sus reglas, para que el espectador tenga más fácil la identificación y los críticos perezosos puedan agotar la cantinela del desdoblamiento y se ahorren cualquier amago de complejidad. Mourinho, conocido como Perfectus Detritus (La Cizaña es uno de los mejores episodios de Asterix) por quienes valoran su capacidad para sembrar la discordia allá donde va, es, obviamente, el malo. Sus hazañas son conocidas en el sur de Europa, desde Oporto hasta Milán; ahora también en Londres. No hay dudas ni matices.
El problema analítico es Pep. Después de unas temporadas gloriosas en el Barça en las que, según sus muchos y aplicados panegiristas, el chico de Santpedor reinventó el fútbol (tiqui taca, pases y más pases y generalidades del tipo vamos a defendernos con el balón), los hechos posteriores empiezan a deslucir los esmaltes de su hagiografía. Decidió entrenar al Bayern —algo así como si Voltaire se apareciese en el camino del Rocío— donde sus éxitos son perfectamente descriptibles. No ha conseguido una Champions con los bávaros y tampoco ha cambiado —ni siquiera arañado— la visión trotona del fútbol alemán, jugado por coraceros y presidido por ulanos. La suposición de que su influencia preciosista calará en el fútbol británico es una hipótesis hoy por hoy estadísticamente despreciable.
Los hechos y las conductas no respaldan el duelo conceptual. Jose y Pep coinciden en lo fundamental: construyen equipos que cuestan millones de euros (o de libras). Por eso el Manchester City está dispuesto a pagar 50 millones por Laporte, central del Athletic, y otros tantos por Stone, central del Everton. Pep se diferencia de Jose en un discurso estético pulido, pero irrelevante en el mercado británico —para los propietarios de los Manchester importa la cuenta de resultados— y en que se fabricó la etiqueta de “entrenador de la cantera”. Un malentendido como otro cualquiera; los casos de Götze, Xabi Alonso, Vidal y Douglas Costa son reales y desmienten la etiqueta prefabricada. Helenio Herrera expresó la idea más clara del fútbol: “Si quieren el mejor equipo del mundo, compren a los mejores jugadores del mundo”. Eso es todo.
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