Erdogan falta a su palabra
El presidente de Turquía está dando pasos incompatibles con una sociedad democrática

En su deriva autoritaria, el presidente de Turquía, Recep Tayipp Erdogan, ha comenzado a actuar como si pudiera faltar a los compromisos adquiridos sin consecuencia alguna. Durante los últimos meses —en la creencia de que la comunidad internacional, y Europa en particular, pasarían por alto cualquier exceso debido al papel crucial que juega Turquía en la resolución de la crisis de los refugiados—, Erdogan ha dado pasos incompatibles con la senda hacia la democracia de la que jamás debió apartar a su país.
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El último se produjo ayer con su negativa a reformar la ley antiterrorista según lo había acordado él mismo con la Unión Europea durante las negociaciones para tratar de dar salida a la crisis de los refugiados. Un pacto que otorga a Turquía grandes ventajas económicas y la exención de visados a sus ciudadanos y la apertura de negociaciones para ingresar en la UE. A cambio, Bruselas pedía a Ankara una legislación penal más acorde con el respeto a los derechos humanos que impidiera los constantes atropellos a estos en nombre de la seguridad interior. Y entre las 72 medidas modificables estaba la legislación antiterrorista. Pero Erdogan ha escudado su negativa en la amenaza exterior —“estamos rodeados por organizaciones terroristas”—, una viejo recurso usado desde tiempos inmemoriales por gobernantes que no encuentran otro modo de legitimar sus decisiones.
Erdogan, renunciando a los fundamentos de la Turquía moderna, ha transformado una república parlamentaria laica en un régimen presidencialista que flirtea con el islamismo. Esta misma semana, aumentando todavía más su ya extenso poder, forzó la renuncia de su primer ministro, Ahmet Davutoglu, partidario de una relación pragmática y leal con Europa. Al parecer, el presidente turco considera que un acuerdo no se cierra hasta que él lo modifica según su interés. La UE debe demostrarle lo que equivocado que está.
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