Waity Katie
Nada dura, nada interesa más de lo que tarda en agotarse la batería del móvil
No es precisamente una de la bondades de nuestros tiempos, la de esperar. La rapidez se ha convertido en inmediatez, la inmediatez en ¡ya! Nada dura, nada interesa más de lo que tarda en agotarse la batería del móvil. Si Warhol hablara, cómo se reiría de esos eternos 15 minutos de fama. Con un par de tuits sobra.
Normal que, así, tome más potencia la figura de Catalina, esa chica de treinta y pocos que no tiene nombre y apellidos, solo apodo. Ya es Kate. Ni Moss, ni Winslet, ni (faltaba más) del Castillo. La de Cambridge viene a la cabeza al pronunciar esas cuatro letras, que hubo una época en la que fueron cinco: Katie. Entonces, esa reducción de su nombre iba acompañado de Waity: la pequeña Kate a la espera. Imagen mental: la pobre, sentada con paciencia por su príncipe, desgraciadita.
Pues no. Vaya con Waity. No sabemos si el apodo del amarillismo británico era maldad o envidia o las dos, pero ella sigue el signo de los tiempos, no espera a nada ni a nadie. Cinco años ya de la Boda del Siglo y, si antes era observada desde la distancia, generando expectación, ahora las cámaras la buscan más que a su marido, (casi) que a su hijo. Su reciente viaje a India y Bután lo ha remachado: sonrisas, tiro con arco, sonrisas, vestidazos. Nada de la languidez de Diana, bella pero distante; de la cordialidad de Camila, amable pero distinta. Ella es divertida, cercana, terriblemente fotogénica. Y qué pelazo. No, no es su suegra —ni falta que le hace—, no busca comportarse como una reina, no es otra sino ella misma. No lo necesita: cuanto más Kate, mejor. Si quieren algo distinto, siéntense a esperar.
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