¡Socorro, auxilio!
Escribo desde Bruselas para pedirles ayuda, porque ¿no es ese el objetivo de tener una red, un pacto de solidaridad, una Unión, por poco que quede de ella?
Nuestra última Carta desde Europa se publicó antes. Antes del drama. Antes de los cuerpos despedazados en una estación de metro y en un aeropuerto. Antes de tantas cosas que hoy, en Bélgica, nos producen tristeza, pero no solo eso. Cuántas apisonadoras han pasado una y otra vez sobre el cuerpo de este país trastornado, que ahora les pide ayuda.
Escribo desde un país devastado (y vilipendiado), un país que a veces querría esconderse, al que le gustaría que se olvidaran de él por un instante y que se acabaran esos titulares terribles de la prensa extranjera. Desde un país que siente vergüenza, que quiere recuperarse, pero que hace un mes que recorre su viacrucis.
Escribo desde Bruselas, la capital de Europa, que cumple una pena cuádruple, quíntuple, infinita, desde los atentados terroristas. Pero no solo eso. Estos jóvenes enloquecidos, carentes de sentido o demasiado llenos de él, de los que no se sabe bien qué fue lo que les llevó a asestar los golpes fatales, a hacer estallar los cinturones de explosivos que habían fabricado en uno de esos apartamentos de tres habitaciones de paso en los que vivimos todos.
Mientras todavía estamos contando nuestros muertos y heridos —los de todos: ciudadanos de más de 40 nacionalidades en Maelbeek y Zaventem—, cuando queremos mostrar nuestro duelo, resulta que 500 hooligans irrumpen en la plaza de la Bolsa, para dar al mundo la (falsa) impresión de que Bélgica está tomada por una horda de fascistas. Unos payasos, unos locos, pero el daño está hecho, y tiene alcance mundial.
¿Aló, Madrid? ¿Cómo recobrarse de unos atentados terroristas en el corazón de una gran ciudad?
Una semana más tarde, se producían enfrentamientos entre habitantes de Molenbeek y las fuerzas de policía. Nada grave, pero el mundo se conmociona en cuanto se mueve una pestaña en Molenbeek. Otra semana más, y el aeropuerto seguía sin funcionar. Otra más, y los controladores aéreos fueron a la huelga y causaron la histeria en una Bélgica en la que acababan de empezar a despegar otra vez los aviones. Durante este tiempo, dos ministros han (pseudo)dimitido, otros dos han dimitido de verdad, el ministro del Interior ha acusado a “una parte significativa de los musulmanes de haber celebrado los atentados”, se ha creado una comisión de investigación de los incumplimientos belgas en la lucha contra el terrorismo y el radicalismo y huele a ajuste de cuentas.
Hay varias cosas más, ¿se las digo? Flandes acusa a Bruselas de ser un gran bazar institucional, el mundo acusa a Bélgica de ser un Estado fallido, el presidente Erdogan nos acusa de ser patéticos e incompetentes y Christiane Amanpour, la estrella de CNN, acusa a un primer ministro de ser responsable de (casi) todos los males del mundo. Es una exageración, pero es inevitable que las dudas se extiendan. ¿Cómo vamos a disminuirlas, si nosotros mismos nos hemos dinamitado?
Les envío, por la presente, una “carta desde un rincón de Europa en tiempos de terrorismo”. No una opinión, ni un ensayo, sino una crónica de una época negra que no habíamos previsto. Escribo desde mi país como he escrito a mis tías o a mis primos, para decirles: “Estamos vivos, pero no estamos bien”. Escribo para pedirles ayuda, porque ¿no es ese el objetivo de tener una red, un pacto de solidaridad, una Unión, por poco que quede de ella?
¿Aló, Madrid? ¿Cómo recobrarse de unos atentados terroristas en el corazón de una gran ciudad? ¿Aló, Berlín? ¿Cómo se administra una gran ciudad con unas instituciones sencillas? ¿Aló, Roma? ¿Cómo se previenen los deseos de matar y suicidarse de unos jóvenes que quieren hacer volar todo por los aires? ¿Cómo se recupera el espíritu de unos jóvenes a punto de caer?
¿Aló, Suiza? ¿Cómo se hace para que dos comunidades lingüísticas convivan sin que se pierda eficacia en los intersticios, las capas superpuestas, las llamadas de teléfono no hechas, los contactos incompletos, las coordinaciones inexistentes o indeseadas, las enemistades, los odios, los rencores del pasado, a veces dentro del mismo partido, a menudo entre dos regiones de un mismo país? ¿Aló, Francia? ¿Cómo vamos a impedir que esta cohorte de jóvenes yihadistas francófonos, esta división monolingüe del ISIS, vuelva a golpearnos? ¿Y nosotros, como vamos a lograr no volvernos racistas, fachas, islamófobos, paranoicos?
No es que la situación sea desesperada, o siniestra, o terrible. Es que no tenemos el ánimo necesario, ni las soluciones, ni apenas la lucidez. Es que les necesitamos a ustedes.
¿Aló, Europa? Aquí Bruselas...
Béatrice Delvaux es editora de ‘Le Soir’.
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.
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