Una mujer feliz en Abobo
Amparo Morrondo en la maternidad de Abobo / Foto: Ángeles Jurado
Abobo es el segundo barrio más poblado de Abiyán, justo por detrás del populoso Yopougon y rozando el millón de habitantes. También se encuentra entre los barrios más precarios, pobres y violentos de la capital económica de Costa de Marfil, con un alto porcentaje de vecinos extranjeros que intenta buscarse un hueco en la economía informal marfileña. Las carreteras de tierra roja se vuelven impracticables con las lluvias, que también se llevan por delante algunas de las construcciones más frágiles, cuatro ladrillos cruzados, quizás cubiertos con un cañizo o una plancha de uralita. Los taxistas no quieren entrar aquí por la noche. Los servicios mínimos en la provisión de agua y electricidad no están garantizados para la gran mayoría de los vecinos. La vida es dura, básica y oscura en esta zona concreta del planeta.
Éste es el contexto que han elegido tres religiosas de la orden de las Hermanas del Ángel de la Guarda, Amparo, Guadalupe y Raquel, para desarrollar su labor de asistencia social, en una maternidad con dispensario que presta servicio a unos 40.000 aboboneses y donde atienden embarazos, partos, problemas de salud materno-infantil y enfermedades como el vih-sida. Explican que reciben una media de 150 visitas al día y funcionan como una clínica privada a precios muy asequibles, gracias a donaciones de oenegés e instituciones.
Forman parte del sistema de salud público marfileño. Salvo las religiosas (dos españolas y una nicaragüense), el resto del personal es marfileño y está perfectamente cualificado para llevar adelante la maternidad sin supervisión ni ayuda externa. La idea del proyecto es que sea sostenible y que los usuarios se apropien de él, de tal manera que no sea necesaria la presencia de sus promotoras extranjeras.
Sala de partos de la maternidad de Abobo / Foto: Ángeles Jurado
En un día como el de hoy, de buena mañana, no tienen partos ni recién paridas en sus instalaciones, muy sencillas aunque impecables y en perfecto estado de mantenimiento. Las mujeres abandonan la maternidad apenas unas horas tras dar a luz. Madres y niños parten lo antes posible, sobre todo, por cuestión de costumbre. Aquí se hace un seguimiento de la nutrición y la salud de los recién nacidos, los vacunan, los tratan cuando enferman y se detectan los casos de sida. Madres y niños esperan refugiándose del calor en la sombra, pacientes, respetuosos, en paz. Fuera hay racimos de niños juguetones que saludan a las monjas, en la calle, con los ombligos convertidos en botones-timbre que se dejan pulsar a modo de saludo.
La hermana Amparo Morrondo (Palencia, 1949) es la encargada de seguir los casos de sida, unos 700 en este momento. Lo hace desde la discreción absoluta y sin juicios y la solidaridad. Navarra de corazón y ya jubilada, se declara satisfecha porque, tras años ejerciendo de profesora de francés o costura o sufriendo en centros nutricionales y tras pasar también por golpes de estado, hambrunas y guerras, se centra finalmente en lo suyo: la asistencia social pura y "simple". "Tenemos la gran suerte de decir que el año pasado no tuvimos ningún recién nacido positivo", dice. Confiesa además que su trabajo predilecto es el que hace con mujeres.
"Abobo es uno de los barrios de Abiyán que menos han salido a flote, hay otros que han avanzado más. Hay mucho emigrante. Estamos en el sub-barrio Agnissankoi BC, Bella Ciudad", explica con una sonrisa jovial. Es una mujer que parece resplandecer de pura paz interior, canosa, con gafas, de rostro aparentemente adusto, sonrisa sincera y broma pronta. Se declara feliz con su vida tras experimentar traumas como un año del hambre en Mali, en el que tuvo que presenciar la muerte de muchos niños y se le quedaron grabadas sus miradas de incomprensión en la agonía. Dice que ha trabajado poco en la pastoral directa y mucho más en formación, capacitación y atención sociosanitaria. De nuevo, fundamentalmente con mujeres. "Mientras la mujer no vaya a la escuela y no avance, África lo va a tener más difícil", apunta.
Una de las usuarias de la maternidad de Abobo / Foto: Gonzalo Palacio
Amparo relata que da bandazos por el continente africano desde septiembre de 1977, cuando aterrizó en la Guinea Ecuatorial de Macías, terriblemente inexperta y en una situación de inestabilidad política extrema. Tras esa experiencia algo traumática, que se saldó con la expulsión del país de ella y sus compañeras, acusadas de espionaje por el régimen ecuatoguineano, pasó algún tiempo entre Francia y España. Regresó a tierra africana en 1980, cuando arribó a Mali, y desde entonces no ha vuelto a salir del continente africano. Vivió durante 25 años en un pueblo perdido a 500 kilómetros de Bamako, Nioro du Sahel, donde aprendió dogón y bámbara. Y hoy, a la sombra de un árbol del patio de la maternidad de Abobo, precisa que no quiere enseñar nada, sino aprender y trabajar codo con codo con otras personas. Con suerte y si se escuchan sus plegarias, también desea morir aquí.
El trabajo diario de la maternidad de Abobo / Fotos: Gonzalo Palacio
La hermana Amparo subraya que la maternidad de Abobo cuenta con 30 profesionales, de los que sólo son extranjeras ella y sus dos compañeras monjas. Afirma, rotunda, que el criterio de la congregación es no hacer lo que los marfileños puedan hacer por sí mismos y trabajar en proyectos que continúen en el tiempo, algo que asegura que -en este caso- es totalmente factible porque el personal local puede llevar adelante el centro si ellas se van de un día para otro.
Explica que al igual que hay una evolución imparable en el continente que ha elegido su corazón, también está evolucionando su congregación: se está dando un cambio en la pigmentación y la nacionalidad de sus hermanas, que ahora se están volviendo más meridionales, con mayoría latinoamericana. Y africana, por supuesto.
"La congregación empieza a pensar africano, vivir africano", se felicita. "Hay un proverbio africano que a mí me gusta mucho y que dice que por mucho que un tronco pase tiempo en el agua, nunca se va a convertir en un caimán. Podrá parecerlo y darte un susto, pero no lo es. A nosotras nos pasa. Por mucho que lleve casi cuarenta años en África, por mucho que haya intentando aprender sus lenguas, por mucho que intente aprender sus costumbres, soy española. Nuestro nacimiento nos imprime un carácter que no vamos a cambiar. Tampoco nos lo piden. No podemos ser como ellos, pero sí vivir con ellos, estar con ellos y aprender de ellos. No trabajamos por, sino con".
Se pone seria cuando cuenta que lo más duro que le ha tocado en la vida es ver morir de hambre a la gente y no poder hacer nada, pero también asegura que no le gustan los estereotipos africanos, esa especie de porno-miseria que se fomenta cuando muestras determinadas imágenes que refuerzan los clichés de hambre, guerra, tristeza y desastres inminentes. No le gusta enseñar fotos de pobreza o cosas negativas, aunque existan. En realidad, casi no tiene fotos de su cotidianeidad de los últimos casi cuarenta años. Y prefiere celebrar en persona al África que ríe, baila y canta, "la que te corrige, que también existe".
Amparo Morrondo transmite serenidad y alegría sobre el fondo de la llamada a la oración de una mezquita. "Cuando vine aquí quería salvar el mundo, hoy me siento feliz intentando humanizar este pequeño rincón que me ha tocado", concluye.
Las hermanas Raquel, Guadalupe y Amparo con Lola Huete / Foto: Ángeles Jurado
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