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En Bangladesh, los blogueros van al infierno

Saltaron a la palestra hace tres años y se han convertido en el principal objetivo de grupos islámicos extremistas. A pesar de vivir con terror, estos activistas seculares no tienen intención de rendirse

Jibayanda Jayanta, ante su ordenador.
Jibayanda Jayanta, ante su ordenador.Zigor Aldama
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“No me llames bloguero”. Jibanananda Jayanta lo deja muy claro antes incluso de comenzar la entrevista. No en vano, esa se ha convertido en una palabra maldita en Bangladesh. Es una etiqueta que puede acarrear la pena de muerte y que, como poco, supone una condena a vivir en un estado de miedo perpetuo. “Llámame activista de Internet”, pide con una sonrisa este hombre, que ha tenido que cambiar de residencia tres veces en dos años para evitar que lo maten.

Jayanta explica la razón de forma concisa: “Bloguero es alguien a quien en este país se asocia con el ateísmo”. Y en la antigua Pakistán Oriental hay pocas cosas peores que no creer en dios. “Algunos lo consideran algo tan terrible que creen que asesinarnos y desmembrarnos con un chapati—un machete tradicional bengalí— les abrirá las puertas del paraíso”.

Algunos miembros de los grupos islamistas más radicales así lo hacen: al menos cinco blogueros fueron brutalmente asesinados el año pasado, y la lista de la muerte —en la que aparece el nombre de Jayanta— es muy larga. Por desgracia, el pasado miércoles se certificó que, poco a poco, quienes aparecen en ella van muriendo. Nazimuddin Samad, un estudiante de Derecho que había publicado en Facebook varios mensajes contra los islamistas, fue atacado en plena calle con chapatis y cuando cayó al suelo malherido los criminales lo remataron con un balazo en la cabeza mientras gritaban "¡Alá es grande!".

Aunque la policía todavía no ha confirmado los motivos del asesinato, es evidente que el movimiento secular que representan estos activistas y pensadores libres está en la diana de unos extremistas cada vez más presentes y poderosos. “Hay quien los relaciona con el ISIS o Al Qaeda —cuya rama en el sur de Asia reivindicó un par de estos crímenes—, pero son grupos locales que llevan operando desde hace décadas. Puede que reciban apoyo de Oriente Medio, pero no son parte de un entramado terrorista islámico global. Eso sí, en Bangladesh controlan empresas y bancos, y tienen una gran influencia política y una aparente inmunidad judicial”, apunta Arif Noor, otro de los nombres de la lista, que en 2013 fue atacado con un machete.

“Bloguero es alguien a quien en este país se asocia con el ateísmo”

“Eran las doce y media de la noche y estaba esperando a que pasara un CNG —como se conoce a los triciclos motorizados que hacen de taxi— cuando cinco hombres se bajaron de un coche. Uno se acercó a mí y me atizó en la cabeza con un chapati. Salí corriendo, pero me alcanzaron y me volvieron a golpear”. Noor sobrevivió gracias a la ayuda que le prestaron unos transexuales que lo trasladaron al hospital, y ahora una cicatriz en la cabeza le recuerda que tiene que caminar con ojos en la nuca. En el teléfono móvil guarda la fotografía que le hicieron al llegar al centro sanitario, en la que aparece cubierto de sangre. “Claro que tengo miedo. Mi familia también”. Pero no le van a callar. “No pienso buscar asilo en otro país, como me ha recomendado mucha gente”.

Jayanta y Noor aceptan ser entrevistados en la oficina que la ONG Article19, defensora de los derechos de información y de expresión, tiene en un barrio residencial de la capital, Dacca. Tres guardias armados protegen el lugar, pero ellos rechazan los guardaespaldas que les ofrece el Gobierno. “No nos fiamos de nadie”, coinciden. “Cualquiera con un arma podría estar compinchado con algún grupo extremista. También sería más fácil comprar a quienes se supone que deberían protegernos. Lo mejor es vivir solos y que ni siquiera nuestros amigos sepan donde residimos”, comenta Jayanta antes de reconocer que así es casi imposible tener vida social.

Arif Noor muestra la foto que le hicieron cuando llegó al hospital, ensangrentado pero vivo, tras el ataque que sufrió.
Arif Noor muestra la foto que le hicieron cuando llegó al hospital, ensangrentado pero vivo, tras el ataque que sufrió.Zigor Aldama

Estos pensadores libres tienen enemigos poderosos. Luchan desde el ciberespacio para lograr que Bangladesh fortalezca los cuatro pilares recogidos en su Constitución de 1972. La norma fundamental se aprobó tras la separación de Pakistán, un país que, a su vez, se desgajó en 1947 de la India británica, tras un controvertido proceso de descolonización que desembocó en varios conflictos bélicos y en una carrera de armamento nuclear que continúa siendo uno de los mayores peligros de la región. “Democracia, nacionalismo, socialismo, y secularismo”, enumera Jayanta. “Desafortunadamente, sólo el nacionalismo vive. El resto de los principios están heridos de muerte”, se lamenta.

Detrás de esta grave erosión de los derechos humanos, que pasa inadvertida para el mundo, está el partido islamista Jamaat e Islami, que fue prohibido en 1971 y reinstaurado cuatro años más tarde. El grupo persigue la creación de una República Islámica regida por la ley de la Sharia: “el establecimiento de una especie de Arabia Saudita en el subcontinente indio”, en palabras de Jayanta. El movimiento secular es el único que opone una resistencia frontal a esta pretensión, “razón por la que los blogueros, independientemente de lo que escriban, se han convertido ahora sinónimo de enemigos del islam”, apunta.

Los crímenes contra estos activistas seculares suelen quedar impunes

Y los islamistas han sido capaces de movilizar grandes masas en su contra. Hace tres años, cerca de 100.000 personas tomaron las calles de Dacca para exigir que varios autores de bitácoras digitales fuesen detenidos y encarcelados en virtud de una antigua ley británica que contempla dos años de prisión para quienes "insulten a la religión" y de otra aprobada en 2006 que castiga con hasta 14 años de cárcel "la publicación de informaciones falsas, obscenas, o difamatorias en Internet". Durante las manifestaciones, que rápidamente se tornaron violentas, murió más de una veintena de personas, en muestra de la peligrosa división que crece en el país.

“Hasta 2013 nadie en Bangladesh sabía lo que era un bloguero. Eran invisibles. Al fin y al cabo, nuestra tasa de alfabetización es baja y la mayoría no tiene acceso a Internet", recuerda Tahmina Rahman, directora de Article 19 en el país. "Pero entonces se produjo un choque entre los seculares y los islamistas. Los primeros exigían la condena a muerte de Abdul Quader Molla, un criminal de guerra. Los blogueros dieron la cara en público y llevaron a la calle los debates que se habían circunscrito en exclusiva a los blogs. Fue entonces cuando salieron a la luz y se enfrentaron a los extremistas que protegían a Molla”, precisa Rahman, que también está amenazada y tuvo que exiliarse un tiempo en Londres. Desde la ONG que dirige ha promovido la redacción de un decálogo de derechos para proteger a los blogueros, y ahora lucha por hacerlo universal. “Queremos que su trabajo sea comparable al de los periodistas”, justifica.

Jibanananda Jayanta.
Jibanananda Jayanta.Zigor Aldama

Pero los asesinatos del año pasado han hecho que cunda el miedo. “La mayoría sigue escribiendo, pero se autocensura. Saben que son vulnerables, porque ni siquiera el Estado persigue a los culpables”. Rahman sustenta esa dura acusación con varios ejemplos del año pasado: “Avijit Roy fue asesinado en plena calle a la luz del día. Hijo de un renombrado físico que incluso está en el comité de los Premios Nobel, había cometido el delito de crear una plataforma digital —Mukto Mona— para permitir que la gente se expresase libremente". Nadie ha sido condenado por el crimen y no parece que la investigación vaya a arrojar ningún resultado. Poco después mataron a Wasiqur Rahman, que no había logrado un visado para escapar a Suecia. Quienes acabaron con su vida también andan sueltos. "Aparentemente, nadie vio nada, aunque el asesinato se llevó a cabo en una zona densamente poblada”, comenta Rahman.

La directora de Article 19 hace hincapié en una excepción que proporciona información relevante sobre la raíz del problema: “En uno de los casos se consiguió dar con los culpables in situ. Y se descubrió que eran estudiantes de una madrasa —escuela coránica—. Dijeron que sus profesores les habían pedido que cometiesen el crimen”. Por eso, Rahman acusa del aumento del integrismo directamente al sistema de educación paralelo existente en Bangladesh. “A las madrasas suelen ir los peores estudiantes, que no pueden con la gran presión del sistema público, o los más pobres. En cualquier caso, son carne de cañón. Y lo peor es que, aunque en parte están financiadas por el Estado, el Gobierno no se atreve a tocar su sistema de enseñanza por temor a soliviantar a los extremistas y perder votos. Así se crea una peligrosa connivencia, por acción u omisión, entre los poderes político, económico, social, y religioso. Ese es el cáncer de nuestro país, y va en aumento”.

Por todo ello, Rahman predica un regreso a la tolerancia que ha caracterizado a los bengalíes: “La mayoría de nuestra población es musulmana, sí, pero nuestra cultura ha sido tradicionalmente muy moderada y tiene elementos del hinduismo. Ahora hay un movimiento que parece empeñado en lograr una radicalización de la religión, y estamos convencidos de que está apoyado por Pakistán", sostiene. "No en vano, los extremistas siempre se opusieron a la guerra de la independencia, y mantienen buenas relaciones con Islamabad. Es un complejo tablero político que, como siempre, termina cobrándose una multitud de vidas humanas”.

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