Serpientes enrolladas
Vista desde el concepto de poder de la república de Roma, Cleopatra era una aberración: extranjera, monárquica, mujer y autónoma
En la Puerta de Europa, dos rascacielos puntiagudos se inclinan cual arco de triunfo sobre una monumental gata azul. Es la divina Bastet velando pacífica la espectacular exposición Cleopatra y la fascinación de Egipto (Arte Canal, Madrid, hasta el 8 de mayo). Más de 170.000 visitantes, a los que me sumo, avalan la actualidad de una egiptomanía surgida antes de Cristo. Yo me inicié explorando la necrópolis romana del subsuelo, en la actual plaza de la Villa de Madrid de Barcelona, y terminé queriendo ser egiptóloga. Deseaba llegar a lo más profundo, iluminar la muerte, dibujar un mapa del laberinto. Los Reyes Magos de Oriente colaboraron trayéndome libros alejandrinos, pero poco se sabe de Cleopatra VII, la última reina de Egipto.
Recientes investigaciones académicas separan historia de leyenda. Cleopatra fue una mujer de Estado, fuerte, inteligente, culta y políglota. Sus rivales en Roma la retrataron como una insaciable femme fatale para desprestigiar a Marco Antonio, su aliado político y esposo. La cultura romana masculinizaba a las mujeres sexualmente activas, al tiempo que feminizaba a los hombres que se relacionaban con ellas. Sexismo clásico. En realidad, la pérfida oriental actuó como todo estadista, estableciendo alianzas políticas y dinásticas mediante el matrimonio y la descendencia. La diferencia es que la soberana no necesitó recurrir a una mujer que no fuera ella misma.
Vista desde el concepto de poder de la república de Roma, Cleopatra era una aberración: extranjera, monárquica, mujer y autónoma. Su vida lujosa, sofisticada como el brillo del ópalo, fue imitada por los romanos virtuosos. Dispuesta a matar a otros o a sí misma, Cleopatra no murió desnuda en su lecho por amor, como se la representa habitualmente, sino en el mausoleo real, vestida de reina, azul como Isis y el mar, la corona ceñida. Prefirió ser besada por un áspid, símbolo de la realeza egipcia, a adornar el carro de la victoria del enemigo. Así se opuso al poder romano. Así terminó el período helenístico, disuelto como una perla.
Ave Cleópatra, generaciones de manipuladores te contemplan. Calumnias patricias, pintura erótica, cuentos y lamé escénico mudaron tu acento. Gracias a Bastet, hoy ya no se desprecia a las gobernantes. Como todos saben, a las mujeres esforzadas, obreras o reinas, presidentas o alcaldesas, abogadas o pescaderas, se las valora dignamente. Por si acaso, yo, mediterránea antigua, memorizo una lección moral majestuosa: antes que ser botín de lujo, me enrollo con una serpiente. Ella es sabiduría. Lengua incisiva. Casi no duele. Hace pensar. Camino de estrella.
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