Tuercebotas
A cada uno le aprieta el zapato de forma distinta

Quien tenga cierta edad, sin duda, recordará aquellos recios zapatos de Segarra, que duraban más que los propios pies del usuario. Después de calzar al Ejército Nacional, su éxito popular, según la competencia, fue debido a que parecían salir de fábrica con una horma intermedia. Eran intercambiables, cada uno servía también para el pie contrario y había que domarlos caminando hasta más allá de las llagas. Era un calzado centrista, ni de derechas, ni de izquierdas. El concepto de tuercebotas se refiere al recluta cateto, que no sabe marcar el paso, pero puede aplicarse a cualquiera que ande por la vida con calzado estrecho y prefiera romperse el pie antes que cambiar de zapatos. Ser un tuercebotas significa en ciertos casos tener principios inquebrantables y convicciones tan profundas que impidan llegar a una solución pragmática ante cualquier problema perentorio. Es también una forma de orgullo, que atañe al político de derechas, a intelectuales patriotas e incluso a algunos jóvenes radicales de izquierdas que, en el fondo, se comportan como caballeros con la mano en el pecho. Ahora en este país se está dando un ejemplo de ceguera congénita. Bajo un cúmulo insoportable de palabras vacías derramadas sobre un público que toca palmas de tango, cuatro líderes políticos escenifican la imposibilidad de llegar a un acuerdo para formar Gobierno. A cada uno le aprieta el zapato de forma distinta. Uno cree que ceder es claudicar, otro espera su triunfo en la derrota de los demás, los cuatro prefieren romperse el pie antes que sacarlo de la bota. Aquellos zapatos de Segarra suponen hoy una lección política: Sánchez, Rivera e Iglesias deberían meter los pies con calzador en su horma intermedia, caminar sin preocuparse de las primeras ampollas y, una vez domados, puede que los sintieran cómodos e indestructibles y esa sería la victoria.
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