Cenemos
Podríamos decir que nuestra política es una comedia de enredo, si no fuera porque nos va demasiado en ello

Bien sabe Dios que soy una ateaza y no creo en más destino que el de los genes, más lotería que la del trabajo y la economía, ni más fuerza transformadora que la del talento y la voluntad de mula torda de quienes los tengan. A veces, sin embargo, cuando no me dan las neuronas o la paciencia para entender qué demonios pasa ahí fuera, me da por fantasear con que hay alguien ahí arriba —en un alto despacho, me refiero— dirigiendo el cotarro para que luego vayamos nosotros y nos creamos que tenemos algún margen de maniobra más allá de levantarnos por las mañanas y seguir tirando del carro. Miremos si no la agenda española de los últimos tres meses. La política, aclaro, en la otra ya les digo yo que no hay una triste fiesta nacional hasta el puente de mayo. Observemos esta coreografía de entradas y salidas. Este ballet de puertas. Esta comedia de enredo, si no fuera porque nos va demasiado en ello. Parece una función diseñada por una mente diabólica para tenernos en vilo. Hasta nos han dejado el entreacto de las vacaciones para tomar aire y volver al baile de las ruedas de prensa, los golpes de efecto, los presuntos duelos fratricidas, las maniobras de aproximación y el abstente tú; no, abstente tú, tonto.
Llevamos 100 días con esta monserga. Hay un refrán manchego que, como todos los de por esos lares, mete el dedo en la llaga hasta el hueso. Ni se muere padre, ni cenamos, reza. Imaginemos la escena: ese hombre agonizando en el lecho de muerte y esos hijos debatiéndose entre la angustia del sufrimiento ajeno y la urgencia de sus propias tripas. Es muy bestia, de acuerdo, pero no me digan que no es la mejor definición de impasse de todos los tiempos. Pues eso. Que pase ya algo. Cenemos, aunque sea tarde. Malo es que se le muera ningún padre a nadie, pero algunos ya vamos teniendo un hambre canina.
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