La obra maestra de Josef Frank abre sus puertas
FOTO: Margherita Spiluttini
Josef Frank es el arquitecto favorito de Giorgio Armani. Es casi una costumbre que los creadores contemporáneos reconozcan más el talento de los diseñadores del pasado que el de sus competidores actuales. Sin embargo, esta vez es evidente que Armani dice lo que piensa. Así lo declaró a El País hace unos años y así lo corroboran los más de 2.000 muebles que ideó el austríaco. Cualquiera de ellos podría ser un Armani en estado puro. Sólo que Frank llegó antes.
Han tenido que pasar décadas para que el arquitecto vienés Josef Frank (Baden, 1885-Estocolmo 1967) sea considerado algo más que un verso libre de la modernidad. Aunque él siempre se quejó de que la vida -la huida de la persecución nazi primero y la Segunda Guerra Mundial después- había decidido por él el tipo de arquitecto y de diseñador que finalmente fue, lo cierto es que es en el Frank del principio, el que ideó las villas vienesas, donde fructificó el germen del desacuerdo.
Tras huir de Viena, Frank tuvo una segunda vida como diseñador en Estocolmo. Y, más tarde, una aventura americana. En Suecia, patria de su mujer, Anna, diseñó más de 2.000 muebles y unos 160 estampados textiles. 50 de esos dibujos florales se los regaló a Estrid Ericson -la empresaria que lo había acogido dándole trabajo en la firma Svenskt Tenn, que todavía produce sus diseños- cuando ésta cumplió medio siglo. En América dibujó una serie de viviendas. Su plan era regalar esos dibujos para que los obsequiados se enamoraran de ellas y se las encargaran. Quería diseñar más casas. Pero eso no sucedió. De modo que Frank terminó teniendo varias vidas como persona y una doble como arquitecto moderno y como diseñador ambicioso después. En ambas hizo gala de su inconformismo. “Accidentalismo” lo llamaba él. Se trataba de tener en cuenta el azar, por encima de las certezas, a la hora de diseñar. Que él mismo siguió lo que predicaba lo prueba el hecho de que la muestra que puede verse en el MAK de Viena hasta el próximo verano se llama Josef Frank against design (contra el diseño). Su negativa partía de negarse a arrasar con lo existente, y en su lugar tenerlo en cuenta a la hora de diseñar. Se basaba en no ser dogmático al proyectar y en dejar espacio para el azar. Se trataba de alejarse de las normas para abrir paso a los encuentros inesperados. Eso es lo que sucede cuando en una vivienda geométrica sin ornamento, la simetría se rompe y los planos se salpican de círculos y fracturas entre el interior y el exterior.
FOTO: Stephan Oláh
Algo así sucede con su famosa Villa Beer que, durante un fin de semana, abrirá por primera vez sus puertas. El Architekturzentrum de Viena está empeñado en que la apertura de esta hija díscola de la modernidad sea solo un aperitivo. Consideran que la ciudad podría utilizar la vivienda como centro de conferencias y reuniones.
FOTO: Stephan Oláh
FOTO: Stephan Huger
FOTO: Stephan Huger
FOTO: Stephan Huger
FOTO: Stephan Huger
En el distrito 13 de Viena, Hietzing, al oeste de la capital, las viviendas de Hoffmann, Loos y Plecnik conviven con la de Frank. Esta casa de 800 metros cuadrados terminada en 1931 es una vivienda moderna con secretos. Una casa con rincones, un edificio con nichos que recortan el espacio sin restarle fluidez. Por eso Villa Beer es una obra maestra, porque supo hablar el idioma de su tiempo sin que la modernidad del momento la cegara en su ambición doméstica. Así, resume una lección de ética creativa y demuestra a la vez cómo la verdadera vanguardia doméstica está siempre pensada no para levantar un manifiesto con forma de icono sino para mejorar la vida de quien habita una casa.
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