De Obama a Coolidge
Lejos del enemigo y cerca del vecino, Cuba regresa a su identidad histórica
El hecho cronológico es exacto. Calvin Coolidge fue el primer presidente estadounidense en activo que, en 1928, pisa suelo cubano. Y nadie se acordaba. Fue el anunció de la visita de Barack Obama a Cuba el que desempolvó el dato para llevarlo del archivo a la memoria política. Lo que confirma, de alguna manera, al pensador británico Timothy Garton Ash: toda historia lo es del presente.
De modo que el hecho histórico es la visita de Obama. En más de un sentido. Estrictamente hablando, Coolidge asistió a una reunión panamericana que se celebró en Cuba en esa fecha, no estuvo en una visita de Estado a propósito de Cuba. Obama es, por tanto, el primer presidente estadounidense que llega a la isla por culpa de la isla. Un acontecimiento mayor de la historia hemisférica.
Más allá de Cuba, el aterrizaje de un presidente de los Estados Unidos en territorio mitológico puede considerarse el fin del ciclo imperial en las Américas iniciado por John Quincy Adams a principios del siglo XIX.
Por razones geoestratégicas, Cuba atesoró el antiimperialismo latinoamericano durante toda la primera mitad del siglo XX en un sinfín de asociaciones y ligas intelectuales y estudiantiles que reverberaban en las universidades, en los cafés y algunas tertulias doctorales del país, fundado en el dixit martiano de impedir, con la independencia cubana, que los Estados Unidos “se expandieran, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América”.
Hasta la llegada de Fidel Castro en 1959 constituíamos una especie difusa del dilema moral de la frontera latinoamericana de los Estados Unidos
A Cuba llegó el dominicano Juan Bosch en 1955 a hablar de cómo detener las ambiciones norteamericanas en el Caribe, y Antonio Guiteras, un político cubano inteligente pero efímero, agitaba en los años 30 del siglo pasado la pasión de muchos jóvenes siempre ofendidos con la existencia misma de los gringos. Un buen historiador, Emilio Roig de Leuschering, primer animador del hoy muy visitado casco histórico de La Habana Vieja, escribió un vademécum titulado Cuba no le debe su independencia a los Estados Unidos, con el que pretendió dejar en claro que la intervención estadounidense en la guerra por la independencia de 1898 nada tuvo que ver con nuestra posibilidad y existencia como nación política. Y Rubén Villena, un poeta, puso toda la fuerza de su métrica en favor del más etéreo y gaseoso de los antiimperialismos: el poético.
Hasta la llegada de Fidel Castro en 1959 constituíamos una especie difusa del dilema moral de la frontera latinoamericana de los Estados Unidos. Desde 1961 ya no hay dilema moral: Cuba clausura el concepto de patio trasero, muy extendido en las Américas, y encabeza una guerra ofensiva en varios frentes contra el par imperialismo-capitalismo que, según las escuelas de pensamiento predominantes, personificaban los Estados Unidos.
¿Cuál fue el corolario de una percepción nacida de ciertos comportamientos brutales de los norteamericanos en el Caribe y Centroamérica? El nacimiento y la extensión de un nacionalismo latinoamericano duro por todo el hemisferio hasta regiones y países que, como Uruguay, no tenían anécdotas que contar de sus relaciones con los Estados Unidos.
Con la visita que Obama inicia hoy se destruye la consecuencia doctrinal más perniciosa de ese nacionalismo duro: la noción de que el vecino del norte es el enemigo histórico-natural de Cuba.
El nacionalismo cubano de la segunda mitad del siglo XX, hasta su muerte en las playas del consumo de Miami, se formó contra el significado mismo de Norteamérica
El nacionalismo cubano de la segunda mitad del siglo XX, hasta su muerte en las playas del consumo de Miami, se formó en la guerra estructural contra el significado mismo de Norteamérica. Fue un nacionalismo negativo que adquiría sustancia, cuerpo y unidad en la medida que se activaba con la mínima gesticulación yanqui. Y Los Estados Unidos han gesticulado lo suficiente como para sostener una saga de discursos de Estado y desfiles de masa, solo superados por el ejercicio maximalista de los norcoreanos.
Pero sin enemigos no hay nacionalismo duro. Su muerte, en el caso de Cuba, comporta un problema con los fundamentos del proyecto de país porque absorbió, para liquidarlos, el modelo, el knowhow y la riqueza económica heredados, junto a la identidad plural de la cultura cubana y del modelo político liberal que nos situaba en Occidente.
Obama, y esto es un retorno histórico, permite retomar los fundamentos culturales de la época en que nos visitó Coolidge. Hoy debilitados por una experimentación tensa y fallida en la frontera sur de los Estados Unidos a propósito de los Estados Unidos.
Lejos del enemigo y cerca del vecino, Cuba regresa a su identidad histórica al tiempo que se redescubre en su nacionalismo cultural.
Manuel Cuesta Morúa es portavoz partido Arco Progresista. @cubaprogresista
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