Una arquitectura de la reconciliación
En las escuelas de arquitectura se enseña a proyectar casas, no hogares. Se han olvidado de que la función de la arquitectura es “hacer visible cómo nos toca el mundo”, dice Juhani Pallasmaa parafraseando a Maurice Merleau-Ponty y reivindicando una arquitectura que sea más verbo (acción de uso) que sustantivo o adjetivo. Para distinguir el espacio vivido del espacio físico (geométrico), el arquitecto finlandés habla de “espacio existencial”, un lugar estructurado con los significados y los valores, con lo experimentado, lo recordado y lo imaginado.
Así Habitar (Gustavo Gili), el libro más reciente de Pallasmaa traducido al castellano por Álex Giménez Imirizaldu, es una recopilación de cinco artículos que indagan sobre la existencia encarnada en la arquitectura. De todos los escritos se deduce una idea común: el uso, la memoria y la experiencia pesan más que cualquier otra carga simbólica en las viviendas.
“Las obras maestras de la primera arquitectura moderna no representan optimismo ni amor a la vida a través de símbolos arquitectónicos”, opina Pallasmaa, que contrapone a esa idea otra derivada del sanatorio de Paimio de su admirado Alvar Aalto: un edificio que “no es una metáfora de la curación sino que es sanador: todavía hoy ofrece la promesa de un futuro mejor”.
El ensayista finlandés parte de una base: no se puede existir sin domicilio fijo (real o emocional). Admite que la tecnología transforma el mundo, pero niega que ésta altere la naturaleza de las emociones. Así, al distanciamiento entre arquitectura y vida atribuye él la pérdida de empatía hacia el habitante que ha caracterizado la arquitectura “autorreferencial y autista” de los últimos años. Para desterrar ese arrogante rechazo de la historia y para entender que “la casa es la cáscara de un hogar”, Pallasmaa apela al “opus con amore”, un hogar que no puede producirse de una sola vez sino gradualmente. Así se consigue que la casa sea, como quería Bachelard, “un instrumento para afrontar el cosmos”.
La reconciliación que propone entre la arquitectura retiniana y la ciudad experiencial (las luces que esperan, las piedras que hablan, los secretos que revelan y encierran las paredes) es también la anotada por el poeta Joseph Brodsky: “Los artefactos hablan más de nosotros que las confesiones” o la juanramoniana: “Nuestras casas saben bien como somos”.
Decidido a “salvaguardar la autenticidad de la experiencia humana”, Pallasmaa advierte que el hombre es capaz de construir solo si tiene esperanza: “la Esperanza es la santa patrona de la arquitectura” (si lo leyera Esperanza Aguirre…).
¿A quién preguntarías sobre la complejidad de la vida, a William Shakespeare o a Albert Einstein? Le preguntaron al Premio Nobel de Física Steven Weinberg. El físico contestó sin dudarlo.
El lector asiduo de los ensayos de Pallasmaa no encontrará aquí nuevas ideas. Y, sin embargo, el lector neófito leerá sintetizado su pensamiento y podrá hacerse una rápida idea de cuáles son las lecturas de cabecera del finlandés. Sus continuas referencias a La poética del espacio de Gaston Bachelard, al cineasta Andréi Tarkovski, al poeta Rainer María Rilke o al novelista Italo Calvino salpican cada uno de estos artículos, que buscan denunciar el vaciado de significado profundo que, en su opinión, ha vivido la arquitectura hasta transformarse o bien en una disciplina “retiniana” que suprime la empatía y la imaginación o bien en acertijos intelectuales de los que Pallasmaa incita a salir para que el colapso de la imaginación no arruine el idealismo.
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