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Seres Urbanos
Coordinado por Fernando Casado

Abriendo calles participativas en Ciudad del Cabo

Ciudad del Cabo. Fotografía: @Ahumancity

Es fácil dejarse encandilar por Ciudad del Cabo. Flanqueada por una serie de montañas y parques nacionales que protegen la bahía, la ciudad observa a través de sus longitudinales playas el encuentro entre el Océano Atlántico y el Océano Índico. Si la Montaña de la Mesa, una de las siete maravillas naturales del mundo, hipnotiza con su mantel de nubes que cae evaporándose a través de sus acantilados, la Cabeza de León y el Pico del Diablo arquean la ciudad creando un microclima único que la convierte en uno de los centros de biodiversidad y reinos florísticos más variados del mundo.

Sus calles serpentean la cordillera entre parques y mansiones que se remontan al siglo XVII para acabar en el Victoria & Albert Waterfront y su puerto, con un paseo marítimo que atrae a 23 millones de turistas anuales.

No es de extrañar que Ciudad del Cabo sea la ciudad más visitada de toda África. En 2014, fue nombrada destino número uno para visitar por el New York Times y The Guardian, mientras CNN la declaró una de las 10 ciudades más encantadoras del mundo. Pero la ciudad no queda exenta de contradicciones. Y es que hasta los años noventa fue prácticamente un coto privado para los blancos. Cuando acabó el apartheid la población negra llegó a la ciudad, pero lo hizo de forma masiva y hacinándose en barrios marginales aislados de los centros cardinales de la ciudad.

Nelson Mandela pasó de la cárcel a gobernar el país en 1994 y Sudáfrica se preparaba para deshacer siglos de planificación urbana diseñados para dividir y aislar a sus comunidades. Aunque frecuentemente, los resultados fueron mixtos y algunas iniciativas incluso sirvieron para ampliar la división. El hacinamiento creado por el rápido crecimiento urbano, el desempleo y el fracaso de políticas de integración muestran la otra cara de la ciudad: actualmente es la novena ciudad más peligrosa del mundo (con 32 homicidios por cada 100.000 personas) y Sudáfrica ha sido nombrada la capital mundial de la violación (con 178 violaciones por día). Por lo tanto, la apariencia de seguridad ficticia de la ciudad depende de una industria sofisticada de seguridad privada, con enclaves residenciales vallados y zonas amuralladas. El país posee 9.000 empresas de seguridad privada certificadas, 450.000 guardias de seguridad activos y otros millón y medio calificados, pero inactivos.

En este contexto, Marcela Guerrero, colombiana residente en Sudáfrica los últimos diez años, se preguntaba si iniciativas como la ciclovía, que tanto sirvió en Bogotá para promover la cohesión social, podrían funcionar en Ciudad del Cabo: “Vimos la oportunidad de utilizar iniciativas que tan bien habían funcionado en América Latina y promover el uso de calles de manera que encarnaran el respeto para todos. Al abrazar el concepto de calles abiertas, pretendíamos contribuir a cerrar las brechas sociales y espaciales de la ciudad”.

En 2012 fundan el movimiento Open Streets-Cape Town para desafiar el paradigma de la movilidad urbana mediante la realización de campañas, intervenciones temporales, diálogos y caminatas por la ciudad. El objetivo era cambiar el comportamiento de la ciudadanía y fomentar un debate abierto en torno al papel que juegan las calles y el espacio público creando una ciudad más inclusiva y segura.

El equipo de Open Streets en un evento organizado en Cape Town. Fotografía: @Ahumancity

Nuestro objetivo” comenta Marcela, “era crear espacios compartidos que unieran a las personas, no importaba quiénes fueran o cómo se movieran, para lograr una Ciudad del Cabo más equitativa, más integrada, más segura y más inclusiva”.

Al principio no sabían muy bien cómo reaccionaría la población. Una de las primeras convocatorias que crearon cerraron una calle invitando a las asociaciones del barrio a acudir a expresarse en un espacio compartido. Esperaban 500 personas. Acudieron 5000.

El espacio público en este país es una comodidad carente”, cuenta desde el espacio de co-work dónde están basadas sus oficinas. “Mucha gente salió porque aquí no es común estar en la calle compartiendo un espacio abierto. Había mucha gente que solicitaba este movimiento. Venimos en el momento oportuno para poder sumar fuerzas con otras organizaciones y crear un cambio en la manera de convivir en la ciudad”.

Open Streets Cape Town funciona de manera sencilla. Se cierra una calle con permiso público y se invita a las personas a que vengan con cualquier tipo de vehículo no motorizado. Asimismo, se invita a las asociaciones locales y a las comunidades de vecinos a que ocupen la calle y organicen actividades culturales interactuando con la ciudadanía para utilizar el espacio y experimentar la ciudad de manera diferente.

El credo de la organización propone gestionar las calles para que permitan a las comunidades ser más seguras y cohesionadas, proveer plataformas para la expresión creativa de las culturas y los valores locales, ser lugares para la recreación y la interacción social y contribuir a la creación de empleo y la actividad económica local.

Las calles son una plataforma de interacción” recuerda Marcela. “Aquí nunca se había experimentado esto y con el pasado complicado y dividido de este país, es importante crear este tipo de iniciativas para fomentar la cohesión social”. Quizás, lo que parece no estar logrando la planificación urbana y el diseño urbanístico, lo puede lograr algo tan sencillo como cerrar las calles y dejar que la ciudadanía las ocupe para expresarse a su gusto.

Comentarios

Hummmmm.........es un proyecto muy bonito y necesario en ese país, me ha encantado.
Hummmmm.........es un proyecto muy bonito y necesario en ese país, me ha encantado.

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