Ventana al pasado
Si creía que me iba a reír me salió el tiro por la culata: me avergoncé de mi pasado televisivo. Pero luego, pasada la turbación, una idea cayó como una losa en mi mente
La tele se seguía viendo bien, pero oírse, no se oía la verdad. Y lo que pudo ser una oportunidad para estimular la imaginación: mi mujer, incluso mis hijos y yo mismo, jugando a doblar la voz de políticos, presentadores, concursantes de realities… se convirtió en un severo y contundente: hay que comprar una tele nueva. Que conste que yo lo propuse por hacer algo divertido en familia, no por ahorrarme el dinero. Y si dije, horas después, que estaba preparado para instalarla (una smart tv de 42 pulgadas), fue porque me veía capaz, no por escatimar 60 euros, que no es dinero, ni es nada. El caso es que estuve toda la puñetera tarde con el asunto y pasé por muchos estadios: ilusión, desconcierto, ira, negociación, depresión y, por fin, aceptación. Lo único que había sido capaz de enchufar (que funcionara) era el VHS. Entonces se me ocurrió visionar cintas donde había grabados antiguos programas míos; ese aparato novedoso se convertiría, pues, en una ventana al pasado. Lo que desfiló ante mis atónitos ojos fue un batiburrillo de imágenes donde se me veía, ora disfrazado de mujer, ora maquillado como un chimpancé, ora como un paleto… etcétera. “¿Qué es esto?”, pensé, apenas me reconocía haciendo esas pantomimas, diciendo esas patochadas. Si creía que me iba a reír me salió el tiro por la culata: me avergoncé de mi pasado televisivo. “Es un horror —reflexioné—. ¿En qué momento me pareció buena idea?”. Pero luego, pasada la turbación, una idea cayó como una losa en mi mente, haciendo un gran estruendo, levantando una gran polvareda: JAMÁS VOLVERÍA A HACER NADA MEJOR.
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