Los cuatro peligros del caminante
Una vez vi escrita en el libro de visitantes de un refugio del Camino de Santiago una frase que me hizo sonreír: “Los enemigos del caminante son tres:mundo, demonio y carretera”, en referencia a las peligrosas travesías por asfalto que los caminantes a Santiago se veían obligados a efectuar en aquellos tiempos ante la falta de andaderos en buena parte del recorrido. Me hizo gracia la comparación con el catecismo que nos obligaron a aprender en la escuela y, como amante de las caminatas que soy, me guardé la anécdota. Hasta que un día, mientras recorría también a pie la Vía de la Plata, la otragran ruta histórica de la península ibérica, pude comprobar que más allá del pobre mundo, del vilipendiado demonio y de las inevitables carreteras existíaun enemigo mucho más feroz para los que aún creemos que la pedestre es la forma más placentera de desplazarse.
Hacia ya tres horas que había salido de Grimaldo, en la provincia de Cáceres. Caminaba por un delicioso paisaje de dehesa, entre encinas y alcornoques a cuyos pies crecían miles de florecillas de todos los colores y fragancias. Aquella era, sin duda, una hermosa primavera. En esas cavilaciones andaba, cuando a lo lejos me pareció que el camino se encajonaba entre alambres de espino y sobre su superficie terrosa se intuían unos puntitos negros. Apreté el paso, comido por la impaciencia, pero conforme me acercaba mis ojos empezaban a corroborar lo que mi mente se negaba a procesar. ¡Aquello era una manada de toros negrísimos, enormes y cada uno dotado con dos astas blancas de las que solo se ven en la Feria de San Isidro!
Entonces caí en la cuenta de que había entrado en una finca de ganado, no sabía si bravo o manso, de las muchas que salpican la dehesa extremeña y allí, de frente, a unos 50 metros, tenía a los protagonistas de aquel negocio taurino ¡Daba miedo verlos! Eran unos 25 torosde todos los tamaños, pero más bien tirando a grandes y fieros. Unos tumbados en medio del camino, otros en pie mirándome de manera indolente. ¡Y lo peor era que la valla de espinos cercaba el resto de la finca y me obligaba a pasar por allí, sin posibilidad de rodeo!
Quedé paralizado, sin atreverme a continuar. La guía que consulté antes de partir decía que en Cáceres las mayoría de ganaderías son de toros mansos y que en sólo en Salamanca se crían bravos. Estaba en Extremadura, sí, pero... ¿eso lo sabrían también los toros? ¿qué notas habrían sacado aquellos astados en geografía? ¿y si alguno era ácrata y no aceptaba las fronteras impuestas por el hombre? ¿O había venido desde Salamanca a visitar a un primo de Badajoz? Vaya usted a saber. El miedo produce monstruos.
Analicé con frialdad la situación y cribé una lista de posibilidades. Ésta quedó reducida a:
A) Pasar a capón entre una manada de toros negrísimos sueltos y en mitad del campo (solo para toreros y suicidas).
B) Dar media vuelta y desandar el camino (perdía todo un día; aunque bien pensado qué significaba aquella minucia ante la opción de perder la vida)
C) Pactar con ellos un armisticio.
En esas estaba cuando de repente me pareció oír el ruido de un motor. “Alucinaciones producidas por el miedo”, pensé. “Estoy en mitad de la nada, en un camino de cabras, quién va a venir por aquí en coche”. Sin embargo, unos minutos después apareció un Seat 127 de color naranja entre los encinares. Le hice el alto con la misma ansiedad que si estuviera evacuando Saigón en el 77 y les conté mis cuitas a la cara que apareció con gesto de sorpresa detrás de la ventanilla. Los dos jornaleros, que atajaban por allí para ir a un cortijo cercano –el coche era del señorito y les importaba un rábano si reventaba–, me miraron con una mezcla de risa y resignación y me dijeron que no pasaba nada, que eran mansos, pero que si no me fiaba, subiera al coche y me dejarían al otro lado de la manada.
Fue el tramo de auto-stop más corto y vergonzante que he hecho en vida. Cuando me bajé al otro lado, 100 metros más allá de donde me recogieron, con la vida intacta pero mi orgullo por los suelos, levanté la mano al aire para despedirme de mis salvadores mientras pensaba para mis adentros: “¡Cuatro! ¡son cuatro! Los peligros del caminante son cuatro: mundo, demonio, carretera y .... toros.
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