El otro final de 'Friends'
¿Te imaginas qué hubiera sido de la vida de los personajes de esta serie si el final idílico no se hubiera cumplido? Nosotros sí y te lo contamos
Si algo deberíamos haber aprendido de estos años de apretarse el cinturón –algunos ya ni respiramos–, es que la culpa de todo la tiene Friends. Sí, una inofensiva sitcom de veinte minutos de duración que nos hizo creer que la vida iba a ser maravillosa cuando, en realidad, lo nuestro no tenía solución. Más de 10 años han pasado desde que sus protagonistas echaran el cierre a sus tramas –o al menos, lo intentaran– y todavía continuamos en las mismas. Los que crecimos a los pechos de la serie –servidor de ustedes el primero– aprendimos que siempre hay un familiar con un inmueble vacío en pleno centro que nos puede ceder, que el futuro profesional es siempre brillante aunque a veces no lo aparente y que ahí fuera hay siempre una persona especial esperándonos.
Claro, cuando hemos llegado a la misma edad que tenían sus protagonistas nos hemos dado de bruces con una existencia mucho menos afortunada. ¿Por qué Ross y Rachel sí y nosotros no?
Lejos de mimetizarnos con tanta celebración del aniversario de la serie y de esperanzarnos con las reuniones inesperadas que celebran cada pocos meses –hace poco las chicas estuvieron un programa de televisión y ahora han sido todos menos Chandler-, nosotros venimos a impartir justicia. Puede que en la década que duró la serie de ficción, sus protagonistas pasaran de ser unos pobres –en el sentido figurado, ya que vivían en Nueva York sin un empleo estable ni bien remunerado– ilusos a triunfadores en todos sus aspectos pero, ¿qué ha pasado después? ¿A qué se han dedicado estos seis amigos súper diferentes pero a la vez súper cómplices? ¿Cuál ha sido el camino que les ha llevado hasta 2016? Sí, es pura fabulación, pero, ¿acaso no se lo han planteado más de una vez? Pues nosotros tenemos la respuesta a todas sus dudas. Vayan preparando un plato bien frío que vamos a vengarnos de los que nos hicieron creer que podríamos tener un nivel de vida aceptable dando masajes en casa...
Bing contra Geller: divorcios, custodias y enfrentamientos familiares
La última vez que supimos de la vida de los protagonistas de Friends todo era magnífico.
Chandler y Mónica abandonaban su icónico piso del centro para mudarse a una casa más grande donde criar hijos. Ross y Rachel anteponían a su hija por encima de todos sus planes individuales. Phoebe se había casado y planeaba sentar la cabeza. Y Joey, bueno, pues el pobre hacía lo que podía. Un final agridulce para que todos soltásemos una lagrimita. ¿Y luego? Pues, sin duda, la peor parte. ¿Quién va a pensar que Mónica y Chandler van a aguantar una relación así de compleja a lo largo de los años? Lo de vivir solos, sin la marabunta de amigos siempre en casa, hizo que se dieran cuenta que no tenían nada que ver y el amor comenzó a enfriarse. Además, la obsesión de Chandler por encontrar un futuro profesional más acorde con sus intereses, sean estos los que sean, tampoco es la mejor ayuda para mantener el equilibrio. ¿Divorcio? Más que probable.
Peor situación es la de Ross y Rachel. Estuvieron juntos unos meses y, varios años después, acabaron encontrándose una noche y teniendo una hija. Rachel, la chica rica que quería triunfar en el mundo de la moda, pasó de hacer cafés en una tienda a recibir ofertas para trabajar en París. ¿A quién no le ha pasado?
Mientras que Ross consiguió una plaza en la Universidad y ya se olvidó de todos los quebraderos de cabeza laborales.
Dos posiciones antagónicas con una niña de por medio. ¿Va Rachel a renunciar a sus sueños? Dudoso. ¿Va Ross a dejar su plaza en la universidad? Más dudoso todavía. ¿El resultado? Citaciones judicial para determinar la custodia y las obligaciones de cada uno y mucho rencor entre ellos. Es el único final posible a una relación que casi no tuvo momentos placenteros. Tampoco hay que extrañarse.
Un futuro profesional muy incierto
Joey no consiguió triunfar como actor en los diez años que duró la serie. Sí, tuvo sus momentos de gloria –incluso ganó dinero– pero acabó fastidiándolo sin remedio. ¿Qué nos hace pensar que la vida posterior iba a ser diferente? De hecho, si hacemos caso al spin off que se marcó con una de sus hermanas, lo peor estaba todavía por llegar. Siendo generosos, imaginamos incluso una nominación a los Oscar como mejor secundario por algún papel en una película de Woody Allen, pero después de perder la estatuilla, el fracaso ya resultaría inevitable. El pobre acabaría apareciendo en algún programa de televisión rememorando su papel en Los días de nuestra vida y mostrando que haber sido guapo de joven no significa que el paso del tiempo te trate bien. Uno de esos juguetes rotos de la televisión.
Mucho más ventajoso era el punto de partida de Phoebe. No haber tenido ningún trabajo continuado le abría todo un mundo de posibilidades. Entre sus masajes, sus cuadros y los bolos en bares, la más alocada del grupo conseguía pagar un alquiler en una de las mejores zonas de Nueva York, con lo que imaginen si, en lugar de Manhattan, probase otros emplazamientos más económicos. Una auténtica ganga. Capaz de montar un servicio de guardería, tras la experiencia de cuidar a los trillizos de su hermano y amasar una fortuna considerable aprovechándose de los compañeros de trabajo de sus íntimos amigos. Los niños cantarían Smelly cat y Phoebe se llevaría el precio de una guardaría en pleno Nueva York, que no debe ser poco.
Al final, mucho mejor que montar un restaurante como Mónica y arruinarse por culpa de la crisis.
¿Y el amor? ¿Qué pasa con el amor?
Si algo no supieron hacer los guionistas de Friends era darnos el final que todos esperábamos. Ross y Rachel, Mónica y Chandler y sí, Phoebe y Joey. Queríamos un tres de tres.
¡Si es que la tensión sexual entre estos últimos era más que evidente! ¿Y una relación a tres junto a Mike, el marido de Phoebe? Pues tampoco es tan descabellado. El poliamor es tendencia en centros tan neurálgicos como Nueva York. Se comienza alquilando una habitación al actor para que éste pueda sobrevivir y se acaba compartiendo cama y viviendo un romance a tres bandas. Eso sí hubiese sido contarnos la realidad y no lo de Mónica cambiando a Richard, el del bigote, por Chandler. Al final, los menos afortunados son los que terminan llevándose el gato –apestoso– al agua. Ojalá el tiempo nos dé un Friends: 20 años después como epílogo a tantas esperanzas depositadas. Una miniserie contando que, con el tiempo, la amistad no lo puede todo. Buen rollismo el justo, por favor.
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