París: Despedida y cierre
Soplan aires bélicos y nipones y españoles también: el otoño que viene, la moda masculina se inspira en Cuenca
Algunos diseñadores necesitan hacer la ruta del Transiberiano o largarse a visitar afluentes del Orinoco durante un mes para inspirarse. A Jonathan Anderson, el director creativo de Loewe, le basta con Cuenca. "Vi fotos, me pareció increíble y decidimos construir toda la colección alrededor del concepto de Cuenca. Tiene algo... cavernario", explicaba el viernes en la sede parisina de la casa. Pero no busque postales en su ropa, sino una camiseta de red de goma, setas pintadas sobre perfectos de recio cuero negro, enormes bolsas de inspiración militar, jerséis acolchados en verde camuflaje o chaquetas de lino vaquero. "Quería explorar la artesanía. Hacer que unas veces pareciera nueva y otras, antigua", dijo. La renuncia de Anderson a sonar como cualquier otro diseñador explica en parte por qué LVMH, el grupo francés propietario de la casa española, confía ciegamente en él. En los dos años que lleva el irlandés, la firma ha pasado de la irrelevancia casi absoluta a estar cómodamente instalada en ese volátil, inefable estado que se conoce como ser 'lo más'.
El milagro Loewe es parecido al que opera el italiano Riccardo Tisci en Givenchy, también de LVMH, desde hace diez años. Ahora que su estética entre callejera, tribal y lujosa ya está asimilada por el público, la maison se expande a paso ligero, esta vez, mezclando al dandi con el cowboy y al pandillero berlinés con un príncipe persa. Es decir, que había vaqueros (con tachas de cobre), sastrería (con detalles de visón y botas de vaquero) e incluso chaquetas bomber con una enorme cobra acolchada.
Esto es la guerra
Hay una corriente en la moda que reivindica su derecho a invocar al pasado sin que la acusen de nostálgica. Un salvoconducto para que creadores que han pasado los treinta, igual que su clientela, vuelvan a la adolescencia. Kris van Assche, el silencioso belga detrás de Dior Homme, sumó así al estricto corte de sus trajes una legión de plumíferos, pantalones de skater, conjuntos de cuero negro, guardapolvos con tachuelas punk y otras piezas sacadas del vademécum de la rebeldía juvenil. En la primera fila, Karl Lagerfeld, Marisa Berenson y Luca Guadagnino miraban absortos las rampas de skate de neón entre las que los chicos desfilaban. Eso, y la enorme araña del techo, ponían un forro de grandeur al conjunto.
La angustia adolescente, pero con un giro militar y alucinógeno, era también el mensaje de la colección de Études. La firma parisina –que nació en 2012 como editorial y consultoría de diseño– dedicó su desfile a Wolfgang Tillmans, el fotógrafo que inmortalizó el underground de los años noventa. Las raves, los skin heads y otros iconos de patio de instituto se materializaron en algunos de los hits del otoño que viene: jerséis deshilachados, bombers enormes, abrigos de espiga, arneses de paracaidista... Eso sí, para yuxtaposición de armarios (un lord y un trabajador, un colegial inglés y un alpinista), la de Sacai, que desfiló en el La Monnaie, en la rive gauche, y fue la excusa perfecta para que, en cuanto terminó, medio desfile se trasladara a las rebajas de Dries Van Noten.
Llama la atención que la coartada rebelde se haya convertido en la cuña perfecta para introducir piezas comerciales, pero ese es, tal vez, nuestro rasgo más definitorio como consumidores: estamos más dispuestos a invertir en una chupa de cuero que en un traje para una boda. Eso es algo que el gran ausente de esta temporada, Hedi Slimane, sabe bien. El rey de las chupas de cuero a 4.000 euros suele cerrar los desfiles de hombre de París, pero hace días canceló el suyo con el anuncio de que se celebrará el 10 de febrero en Los Ángeles, donde él vive. Slimane ha convertido Saint Laurent en una máquina de hacer dinero para el grupo Kering (también dueño de Gucci o Bottega Veneta), pero la rumorología de la industria apunta a que podría dejar la marca inminentemente.
Sin el clásico broche de oro con tres acordes acelerados de Slimane, la semana de la moda de París se queda con tendencias sueltas, como la japonesa (como vimos en Kenzo y Umit Benan, además de los guateados tradicionales nipones que han aparecido en todas partes), celebraciones aisladas de la vida y el lujo (el desfile de Balmain, una gloriosa extravagancia con orquesta incluida) y un elefante en la habitación: la inspiración bélica, presente en las principales colecciones, desde Louis Vuitton hasta, por supuesto Loewe. Posiblemente sea así como la moda se alinea con la paz, pero nadie como Jonathan Anderson para quitarle a su profesión las ansias de trascender. Por la parte que le toca, su colección no significa nada: "Trata de prendas, y punto. Creo que esto es lo más interesante ahora mismo, hacer ropa cuyo mensaje sea la funcionalidad. Deberíamos dejar de intentar sacarle significado a absolutamente todo".
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.