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MIRADOR
Columna
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Humilladero

El Edificio España debe cumplir las normas urbanísticas que se establecieron cuando se permitió demolerlo por dentro y expulsar a quienes vivían allí

David Trueba

El Edificio España se pretendía un símbolo de grandeza en el pie de la Gran Vía. En las últimas semanas se vienen escuchando ruegos a una de las mayores fortunas chinas para que no abandone su reforma del edificio. Si quiere tirarlo que lo tire, si quiere construir un parque de atracciones que lo haga, lo que sea, pero que nos riegue con su dinero. Riéguenos con su lluvia dorada, riéguenos Mr. Wang. Todas las normativas del Ayuntamiento pueden saltárselas si lo desean. Estamos en crisis y por lo tanto pueden hacer con nosotros lo que les salga de la cuenta bancaria. No se había escuchado una sumisión tan paleta desde aquellos meses en que el millonario derechista Sheldon Adelson estuvo cachondeándose de nuestras autoridades genuflexas a costa de un casino gigante en Alcorcón.

Se supone que la plaza de España está a punto de reciclarse en un conjunto hotelero que podría llegar a disparatar el centro de la ciudad aún más de lo que padecemos. De prosperar todos los sueños de enanez acumulados por las autoridades madrileñas desde que nos endeudaron hasta las cejas, Madrid aspira a degradar su almendra central como lo ha hecho Barcelona en la última década, transformando avenidas tan cruciales para su carácter como el Paseo de Gracia y las Ramblas en un desfile de franquicias cuya finalidad es ordeñar al turista y espantar al vecino local, ese estorbo. La igualdad y la armonía comienzan en el orden urbanístico, no nos engañemos. La ciudad es un dominó. Tiras la primera pieza y empieza a caerse el equilibrio hasta el último rincón del extrarradio.

Los anteriores alcaldes permitieron que el entorno de la Gran Vía se degradara en un proceso de descapitalización de la capital nunca lo suficientemente estudiado. La degradación vino promovida por los agentes sociales de un cambio a peor, los mismos que intentan machacar la sanidad pública, la educación pública y el transporte público para que todos los vecinos compren la idea de que tales lujos solo pueden funcionar desde la gestión privada. El Edificio España, más allá de la creación de empleos, tiene que cumplir las normas de protección urbanística que se establecieron en el momento en que se permitió demolerlo por dentro y expulsar a quienes vivían allí. Error del que ahora somos cautivos. Si no se exige respeto por el Edificio España parece difícil que se exija respeto por el País España. Ese edificio podría terminar siendo un humilladero, esos testimonios de piedad cristiana que se ponían a la entrada de las poblaciones y que representaban la sumisión a un dios. Hoy el dios dinero.

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