Un consejo para el PSOE
No es necesariamente cierto que el Partido Socialista saliese destruido de un acuerdo para que haya Gobierno, ni es seguro que Podemos vaya a ganar la hegemonía de la izquierda. Los socialistas pueden poner un alto precio a la cooperación con el PP
Que el PSOE es un partido clave para el sistema político español lo prueba que muchos españoles que no lo votan desean que se mantenga como una referencia sólida. Es natural que así sea. El partido socialista es uno de los grandes arquitectos de la España constitucional de 1978 y, por lo mismo, artífice del que es sin disputa el periodo de mayor libertad, prosperidad y justicia social de nuestra historia. También tiene sentido que sean precisamente los que desprecian el magno acuerdo de 1978 —no porque les haya ido mal, sino por resentimiento o manía ideológica— los que anhelan ahora la ruina del PSOE. La complicidad entre la izquierda universitaria y doctrinaria y los nacionalismos secesionistas es vieja, pero ha sido la levadura de la crisis económica la que ha conseguido inflarlos hasta ponerlos en posición de cuestionar los consensos fundamentales de nuestra convivencia.
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Cuestionar un consenso no tiene, en principio, nada de malo, pero es perjudicial si se pretende reemplazar por un doctrinarismo que concita menor acuerdo. Ese es uno de los problemas de Podemos: sus prescripciones, desde el derecho de autodeterminación hasta su antimonarquismo (algo distinto del genuino republicanismo) no tienen ni se espera que tengan en breve plazo el asenso mayoritario de la sociedad, a la que en cambio podrían polarizar con grave percance para la convivencia. Dado que los países prosperan cuando compactan su vida en el centro político, y no cuando se polarizan, arriesgaré un consejo para los socialistas. No pretende ser infalible. En inglés existe para esta clase de consejas que uno dispensa sabiendo que su valor no está probado, la expresión two-cents advise o consejo de dos centavos. Aquí van mis dos centavos para el PSOE.
Descarto de entrada que Sánchez logre el apoyo de Podemos para gobernar. La cuestión del derecho de autodeterminación se interpone, y aunque no lo hiciera la suma aún precisa el concurso imposible de otras fuerzas. Quedan dos opciones: algún tipo de entente con el Partido Popular, o poner proa a nuevas elecciones. Para enjuiciar ambas hay que entender primero que el PSOE tiene un problema de narrativa. Por un lado ha sobreactuado en su oposición al PP. Con independencia de lo que uno piense de la obra de gobierno popular (y yo, modestamente, pienso que está llena de errores y oportunidades perdidas), el PP no es ese partido demoniaco empeñado en arrasar el Estado del bienestar que ha intentado retratar el PSOE. El PP es la derecha democrática española. Sin más. Ni extrema derecha ni derecha extrema. Y la corrupción no le aqueja más que a otros partidos. Pero después de haberle pintado cuernos, cola y tridente, al PSOE le resulta imposible, o eso cree, vender a sus votantes algún género de pacto con el enemigo. Por el otro lado, le sucede algo inverso.
Viendo el resultado de las elecciones, más que cambio las urnas han dicho pacto
El PSOE hace lo correcto en “no ceder en la unidad territorial”, pero tras tanto tiempo pactando con partidos secesionistas, rayanos en la xenofobia antiespañola, en autonomías y ciudades, de permitir el descrédito de los símbolos comunes y de negar los derechos de los que hablan la que sigue siendo lengua común, su defensa de la unidad territorial se antoja ahora pasada de moda y poco cool. Ha permitido absurdamente que el concepto de España se identifique con posturas conservadoras, y ahora no sabe explicar por qué la unidad territorial es importante y es progresista (que lo es). Con aspavientos se ha sellado su vía hacia el PP y por sus contradicciones no sabe explicar su negativa ante Podemos.
¿Cuál es la opinión reinante? Esta: que cualquier entendimiento con el PP sería castigado por su electorado, condenándolo hasta su casi extinción (llamemos a esto síndrome del PASOK, en homenaje a la moribunda socialdemocracia griega). De tal diagnóstico se extrae la receta: el PSOE debe negarse (teatralmente) a colaborar con el PP, negociar (teatralmente) un acuerdo con Podemos y acudir a unas nuevas elecciones imputando (teatralmente) el probable fracaso de las negociaciones para llegar a un Gobierno de izquierdas a la intransigencia de Iglesias. Demos por buena la conjetura por ahora: una gran coalición sería nefasta y lo mejor es acudir a las urnas. ¿Que qué puede esperar el PSOE en unos nuevos comicios? En el peor de los casos, si no consigue explicar sus posturas, puede producirse el temido sorpasso (y no hay que perder de vista que en unas nuevas elecciones Podemos y el partido anteriormente conocido como Izquierda Unida no cometerán el error de ir por separado).
Además en unas nuevas elecciones provocadas por el PSOE, el PP engordaría y el centro liberal más afín de Ciudadanos podría hundirse. En definitiva: un desastre para los socialistas. Pero situémonos en el mejor escenario: aquel en el que el PSOE consigue rehacerse y tras una vibrante campaña recupera apoyos. ¿Cuál sería la ganancia? ¿15, 20, 30 diputados como mucho? Seguiría lejos de una mayoría absoluta. Para formarla aún precisaría el concurso de Podemos. En realidad, unas nuevas elecciones solo arrojan ganancia si el PSOE pudiera morder no sólo del electorado de Iglesias, sino también del PP y de Ciudadanos hasta encaramarse al primer puesto. No sé si eso es realista. Por tanto, las elecciones son una apuesta arriesgada: si sale bien es para quedarnos como estamos, y si sale mal, es para quedarse peor.
Unos nuevos comicios engordarían al PP y no darían la mayoría al partido de Ferraz
Consideremos la primera opción: la cooperación con el PP. Podría ser a la grande, a través de un Gobierno conjunto, o a la chica, con una abstención pactada y sometida a rígidas condiciones. Por ejemplo estas: cambio de candidato a la Presidencia del Gobierno, modificación de los Presupuestos, inicio de los trabajos de reforma de la Constitución —el punto estrella del programa de Sánchez—, derogación o modificación parcial de los puntos más sensibles de las leyes más polémicas de la pasada legislatura, adopción de medidas de carácter social. El PSOE puede poner el precio tan alto como quiera y negociar su apoyo. Puede, si decide entrar en el Gobierno, pedir los ministerios más sensibles para su electorado. Y puede, pasados dos o tres años, afrontar unas elecciones en las que ofrecerá a sus electores salvaguardas sociales robustecidas y el dividendo de una Constitución mejorada. (Un apunte: si el PSOE consigue armar una coalición anti-PP, ¿de verás cree que será fácil luego sumar a la derecha a la reforma constitucional en la que cifra su solución para Cataluña?).
El PSOE cree que las urnas han dicho cambio. Viendo el resultado —un variado conjunto de impotencias—, más bien parece que han dicho pacto. Y el pacto es el verdadero cambio en España. No es necesariamente cierto que el PSOE fuese a salir destruido de un Gobierno de asociación o coalición: dependerá de la obra de gobierno que pueda atribuirse a su término. Tampoco es necesariamente cierto que Podemos vaya a ganar la hegemonía de la izquierda: dependerá del discurso ideológico que tenga enfrente. Porque una cosa está clara: si el PSOE opta por ir a unas nuevas elecciones, no puede dejarse zurrar como un saco de boxeo por el populismo.
Juan Claudio de Ramón Jacob-Ernst es ensayista.
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