Llorar durante el orgasmo
¿Por qué hay personas que no pueden reprimir el llanto en el momento culmen? He aquí una encuesta nada científica, pero altamente reveladora
Hay una escena en Monster’s ball en la que Halle Berry folla con Billy Bob Thornton mientras, desgarrada en llanto –tiene una vida horrible, acaban de matarle al hijo–, repite “Just make me feel good, just make feel good”. Resultado: polvo antológico de la historia del cine y Oscar para Berry.
Confieso que esa escena marcó durante algún tiempo cierta idea del llanto asociada al sexo o confirmó mi sospecha: la del sexo como catalizador, acaso bálsamo. El sexo es todo lo que no es horrible, todo lo que no duele. Solo hazme sentir mejor. ¿Por qué lloramos cuando follamos? ¿Por qué antes, durante o después? Yo he llorado antes –porque quería follar– y después –porque quería volver a follar–, pero las lágrimas que más me han intrigado son las que han brotado en los segundos finales del orgasmo y en el periodo refractario. Cuando, ahí, en el preciso instante en que se escapa todo, en que te liberas del peso y te mueres pequeñamente, en que te corres, o te vas o te vienes y una descarga incontrolable de tensión sexual llena de oxitocina, prolactina y endorfinas te recuerda que estás jodidamente viva, también en ese momento, te pones a llorar. Es un llanto involuntario, inesperado, desconcertante.
No estoy hablando de la disforia postcoital, una melancolía que sigue al gozo. Es más que eso. Mi amiga Ro dice que le pasa cuando aguanta demasiado el orgasmo, tanto que al llegar lo hace conmoviéndola. “Siento que amo”. Aunque no sea verdad. Nuestra admirada Amarna Miller, la actriz porno con sentimientos, también es de las que piensan que hay un factor emocional potente para follar hasta las lágrimas. “Recuerdo dos ocasiones, después de hacer el amor con mi pareja, que los sentimientos eran tan grandes que la única manera de sacarlos era echarme a llorar”.
La artista María Llopis se suma a este llanto: “Me ha pasado y ha sido pura maravilla. El gozo es tan intenso y la conexión con el universo tan brutal que lloras de felicidad. Qué tiempos aquellos, nena. Hace tiempo que no tengo tan buenos amantes. Creo que ese momento del orgasmo es el nirvana ese del que hablan. Yo lo habré experimentado dos o tres veces. Ahora solo tengo ojos para mi baby, que es un ser entre sexos”. La escritora María Fernanda Ampuero confiesa haber sido de la estela Halle Berry, la de “la caliente doliente”. “Cuando mi papá acababa de morirse y mi matrimonio de irse a la mierda, estaba tristísima y salidísima. Quería que alguien me rellenara el agujero, perdón la vulgaridad, pero quería sentir algo que no fuera ‘eso’. Volver a sentirme bien me hacía llorar como una criatura. Aunque, si se trata de fenómenos involuntarios, soy más de carcajadas, pero a gritos, y los tíos se acojonan, ‘¿estás bien, tía?’. No te imaginas, igual creen que me burlo de ellos”. La periodista Nerea Pérez de las Heras suscribe lo de la carcajada: “Qué va. No he llorado, me he descojonado de risa como una deficiente”.
En el preciso instante en que se escapa todo, una descarga incontrolable de tensión sexual llena de oxitocina, prolactina y endorfinas te recuerda que estás jodidamente viva
La performer y poeta activista experta en eyaculación femenina Diana Pornoterrorista, me contesta: “Sí, pero supongo que eso le pasa o le ha pasado a todo el mundo, ¿no?”. Diana siempre cree que a todas nos pasa todo lo raro que le pasa. Le doy la mala noticia de que no, no a todas. “Creo que pasa por el subidón de serotonina y me puede pasar en todas las circunstancias, desde una paja hasta un polvo, en general cuando estoy premenstrual y cuando el orgasmo es de los intensos”. Amo a Pornoterrorista. Es capaz de conmoverse a sí misma. Un lujo en estos tiempos. En cambio, yo nunca he visto llorar a un tío. Y tampoco mis consultadas. “¿Son unicornios?”, me pregunta María Fernanda.
Mi colega Santiago Roncagliolo admite que él nunca ha llorado, pero que una chica lloró estando con él: “Y pensé que había hecho alguna salvajada sin querer, pero luego ella me dijo que eso estaba bien, que lloraba cuando le gustaba. Desde entonces me preocupé porque no volvía a llorar. No se lo dije pero rompí con ella porque ya nunca lloraba”. Una rápida encuesta en redes sociales arrojó un saldo de solo dos hombres sexualmente llorones y tres reidores. El escritor Sergio del Molino es de los últimos: “No lloro nunca, ni con el fi nal de E.T.”, bromea. Machote. Pero es cierto, no llorar no siempre significa no sentir. Yo he llorado muchas veces y solo en polvos en los que uno siente que pasa a otro nivel del videojuego. Es decir, cuando has sido capaz de entregar un palmo más de ti y tienes la intuición nítida y emocionante de que sí, de que el otro realmente ha entrado en ti y se ha puesto a caminar descalzo por las habitaciones de tu alma. Reconocimiento: como cuando has dejado de ver mucho tiempo a alguien y, de pronto, la aparición de ese rostro entre la multitud. Según yo, se parece tanto al amor –o al MDMA– que supera los linderos de esta columna. Lloro.
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