La carnada
Si entonces me pareció una mujer retraída y cautelosa, en la librería era otra
Los árabes escriben de derecha a izquierda. Eso fue lo primero que recordé —la mano de mi abuelo escribiendo en árabe sobre un cartón— cuando escuché a Manal Al-Sheikh, una poeta irakí refugiada en Noruega, leyendo poemas en una librería de Bergen, la ciudad de ese país donde se hizo, en noviembre, el festival de literatura de no ficción Verden i Bergen. La noche anterior había conversado con Manal, nacida y criada en Nínive, uno de los centros de Isis donde la regla es el terror marmóreo. Si entonces me pareció una mujer retraída y cautelosa, en la librería era otra. Sumida en un trance sereno, leía poemas en un árabe menos gutural, más tibio que el de mis abuelos, y la periodista Teresa Grøtan los leía después, finísimamente, en noruego. Ahí estaba yo, escuchando dos idiomas de los que no comprendo una palabra, y sintiendo, sin embargo, que las púas de la emoción se me clavaban en la nuca. Afuera llovía y era noche desde las tres de la tarde; adentro había un silencio espeso y yo, aunque no entendía nada, con una parte salvaje de mí, analfabeta de mí, creí entenderlo todo. Después me fui de Noruega y, durante muchos días, recordé los poemas, pero me resistí a saber de qué hablaban. Hasta que me dije que el hechizo no podía durar toda la vida y le escribí a Teresa Grøtan, para preguntarle. Me respondió que eran poemas tristísimos “acerca de la pérdida y del dolor, de estar esperando y buscando a alguien que no está”. A lo mejor no fue magia. En La vida mística, Charles Simic dice: “Es como pescar en la oscuridad, / Si me preguntas: / Los anzuelos son nuestros pensamientos / La cruda carnada nuestros corazones”. A lo mejor fue eso: como ser pescada en la oscuridad. Un pez un poco ciego que embiste una carnada luminosa y que, aunque no sepa dónde lo lleva, quiere tragarla hasta el final. A pesar de no entender. O precisamente por eso.
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