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MIRADOR
Columna
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Viejóvenes

Cuidado con los disfraces, el de joven está de oferta en todos los gimnasios

David Trueba

En los últimos tiempos es imposible no rendirse ante la seducción de los jóvenes políticos que llegan a regenerar el desgaste institucional de España. Quizá por eso resulta depresivo descubrir similitudes entre la joven política y la vieja política. La más grave de ellas tiene que ver con la retórica mediática. En las pasarelas televisivas, los nuevos políticos son vendidos casi como Ángeles de Victoria’s Secret frente a los caducos portadores de la braga faja color carne. Gustan tanto y se gustan tanto que no desmerecen en ningún programa de gusto mayoritario, lo cual es una virtud estética, pero aún está por ver que sirva para corregir el desempleo juvenil. Donde sin duda no hemos avanzado mucho es en el discurso, y se les nota demasiado a los candidatos que moldean su palabrería al gusto de las encuestas, tan prudentes a la hora de responder que a veces pasan seis minutos sin hacer otra cosa que regatearse a sí mismos bien lejos de la portería.

La maestría en la no-respuesta requiere un principio básico, que no se note. Si se nota, el espectador le encuentra sabor a garrafón. Albert Rivera, que es entre los jóvenes el que apunta más posibilidades de convertirse en presidente por actitud, se ha precipitado en su reacción bélica tras los atentados de París. No es tan joven como para no recordar que es precisamente la estupidez de los bombardeos indiscriminados y la destrucción de las estructuras de país la que nos sumió en este caos. El negocio paralelo que engordan las soluciones militares puede que festeje candidatos tan lanzados, pero a los españoles nos define mejor ese monumento levantado con urgencia a las víctimas de los atentados del 11-M y que ahora está caído por el suelo y abandonado.

A quién le importan las víctimas con lo que mola la guerra. El reportero Gonzo ha ido dejando en El intermedio testimonios del mucho olvido que aún castiga a familiares de víctimas de la Guerra Civil. En su paso por El intermedio, Rivera escuchó atento a dos mujeres que reclamaban atención para recuperar desaparecidos de las fosas comunes, y concluyó que un país digno tenía que solucionar esa injusticia. Luego se enredó en palabrería de vendedor a domicilio para justificar que su partido permita que no se retiren honores al dictador Franco. Según su línea de razonamiento, también se podría nombrar hijos predilectos a Stalin, Hitler, Mussolini, John Wilkes Booth o Harvey Oswald, porque pertenecen, y vaya si pertenecen, a la historia de sus países respectivos. Cuidado con los disfraces, el de joven está de oferta en todos los gimnasios.

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