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Coordinado por Gonzalo Fanjul y Patricia Páez

Pobreza en España: pregúntele a su vecino

Esta entrada ha sido escrita porRubén Villanueva

El último Día Internacional para la Erradicación de la Pobreza celebrado el 17 de octubre, estuvo rodeado de una aura de optimismo en ciertos sectores: era el primero tras la aprobación de los nuevos diecisiete Objetivos de Desarrollo Sostenibleen Naciones Unidas. No pretendo volver al debate sobre el aumento sin precedentes de la desigualdad global; pero me ronda una sensación —una especie de dejà vu para que me entiendan— que me ha ido invadiendo a lo largo de estos últimos meses. Y es que, como estoy seguro ya les habrá ocurrido a muchos lectores, para mí durante estos últimos años las estadísticas se han ido personificando poco a poco en familiares, amigos y conocidos.

En el año 2001, cuando en lugar de hipotecas basura y preferentes se hablaba de internet y las denominadas punto.com, yo pasaba interminables tardes en casa de mi amigo Manu jugando a videojuegos. La familia de Manu, pensaba yo entonces, era algo particular, distinta a la del resto de mis amigos. Para llegar hasta su casa había que bajar escaleras en vez de subirlas. Manu vivía en un semisótano barcelonés de 4 habitaciones con sus tres hermanos, sus padres, su abuela senil y dos perros (uno de ellos también senil).

El padre de Manu era 'paleta' y su salario tenía que cubrir las necesidades de su mujer y sus cuatro hijos, además de las de su octogenaria madre. La abuela pasaba los días en su habitación gritando y despotricando contra la madre de Manu, su nuera. Como no era de extrañar, el dormitorio de la abuela era muy codiciado, ya que tres de los hermanos compartían un minúsculo cuarto. Manu, al ser el mayor, tenía el suyo propio. Los tres pequeños tenían su propio plan de ocupación de la habitación para cuando llegase el día señalado. Muchos días, los dos hermanos menores de Manu —de cinco y diez años— no iban al cole, simplemente porque su madre no se levantaba para llevarlos. Eso, recuerdo, generó un par de avisos de los servicios sociales. Mientras, Manu encontraba trabajos esporádicos a través de empresas de trabajo temporal que le permitían cubrir sus necesidades y contribuir con algo a la familia. La hermana, sin embargo, también en edad de trabajar, había dejado los estudios y se quedaba en casa cuidando de los dos pequeños y la abuela.

Recuerdo los enfados de Manu cuando abría la nevera y tan sólo encontraba palitos de cangrejo y empanadas congeladas para cenar. Las odiaba. Una vez, la novia de Manu decidió llevar al hermano menor al oculista tras meses de ver al niño con la cara pegada a dos palmos de la tele. Comprarle las gafas supuso un gran esfuerzo y recuerdo que tras unos meses las llevaba remendadas con celo por varios sitios. No había dinero para comprarle unas nuevas.

Quince años después, los datos muestran que siguen existiendo en España casi tantos “Manus-y-familia” como antes, y que, además, su situación ha empeorado considerablemente. En 2012 el 22,1% de los españoles aun vivía en pobreza relativa —en 2004 la tasa estaba en 20,1%. Aunque este dato por sí solo ya es terrible, lo realmente preocupante son las estimaciones relativas a la intensidad y severidad de esa pobreza. A pesar de que sus valores se mantuvieron relativamente estables entre los años 2004 y 2007 —en plena bonanza económica—, a partir del año 2008 se empieza a agravar la situación, alcanzando su peor momento en 2010. Esto significa que, con la llegada de la crisis económica, no sólo un mayor número de personas han acabado por tener rentas inferiores al umbral de pobreza, sino que las rentas de los hogares pobres están cada vez más alejadas de la línea de pobreza y las posibilidad de salir de esa situación son menores.

A pesar de la abultada bibliografía demostrando el potencial de la protección social para combatir la pobreza, habría bastado con preguntarle a Manu su opinión sobre la actual situación social en España para darse cuenta de que volver a poner a las personas en el centro de las políticas públicas debe ser la prioridad para nuestra sociedad como conjunto.

Lo que más cuesta explicarle a los Manus de este país, sin embargo, es el constante dejà vu en el que vive inmersa la política social española; una especie de Día de la Marmota. Los recientes cambios producidos en el Régimen del bienestar —prioridad a las políticas de flexibilización laboral, freno al creciente déficit público, contención del gasto social vía reducción de la intensidad protectora, remercantilización selectiva de servicios públicos y desviación hacia el mercado, la sociedad civil y la familia de funciones asumidas antes por el Estado— no son más que los ingredientes de la misma receta aplicada durante la década de los ochenta.

Y es que el Estado del bienestar español continúa respondiendo al de un modelo de universalización de baja intensidad protectora, con alta descentralización política y administrativa —gracias al desarrollo autonómico y municipal—y en el que el Estado sigue teniendo el principal papel en cuanto a regulación y financiación, pero juega un rol cada vez menor en la gestión, que tiende a estar en manos del mercado y de las ONG. Este modelo de bienestar no habría sido posible sin la presencia crucial de la familia, o lo que es lo mismo, sin la función reproductora y cuidadora de la mujer.

La novedad es que durante esta última crisis han fallado dos de los pilares básicos que proveen bienestar a la ciudadanía: el mercado de trabajo y la familia. Lógicamente, el tercer pilar, que es el Estado, debería de haber adoptado ya medidas distintas y creativas ante los nuevos riesgos sociales. No obstante, estas solo han comenzado a ver la luz en plena precampaña electoral. Algunas de estas nuevas propuestas contarán con un mayor apoyo por parte del votante medio que otras. Las hay de carácter más general, al mismo tiempo que muchas van dirigidas a grupos vulnerables específicos. Sean cuales fueren, lo importante es que en un país con tradicionales altas tasas de pobreza, el estado del bienestar español necesita reinventarse para continuar su avance reformador.

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