Soleá Morente y Natalia de Molina, en busca de la 'it girl'
Ambas comparten escenario en 'Clara Bow', la nueva propuesta de Tanqueray STAGE
El día está feo en Madrid. Podría ir caminando pero, como empieza a hacer frío, decido cogerme el 21. El autobús, que pasa por las calles de Alberto Aguilera, Sagasta y Génova, va hasta arriba de jubilados bien vestidos y de señoras peinadas de peluquería. Me bajo en Colón, a la altura del museo de cera. He quedado con Natalia de Molina y Soleá Morente en el Meliá Fenix, al lado del Hard Rock. Actriz y cantante, respectivamente, comparten escenario en la obra Clara Bow, una pieza de teatro breve ubicada en los locos años 20, escrita y dirigida por Secun de la Rosa dentro del Tanqueray Stage, una plataforma que busca montar representaciones en sitios “raros”. En este caso, al Palacio Duarte Pinto Coelho, un palacete ubicado en el Madrid de los Austrias, que acogerá la obra los días 6, 7, 13, 14 y 21 de noviembre.
Ambas esperan tomando algo. Por detrás, parecen dos chicas normales. Al verlas de frente, cualquiera diría que hasta se ha puesto mejor el día. Soleá, que en la obra interpreta a Margarita, la pizpireta camarera de la coctelería en la que transcurre la obra, y que canta e interpreta, es una morenaza de ojos claros y labios carnosos (color fucsia). Natalia no se queda atrás. Sus rasgos afilados y su tez, impoluta, haría palidecer al mismísimo filtro Nashville de Instagram. “Yo interpreto a Dorothy, una chica muy misteriosa y el personaje más racional. Tenía ganas de volver al teatro”, confiesa Natalia. “Empecé haciendo obras underground pero desde que llegó Vivir es fácil con los ojos cerrados (David Trueba), me he centrado más en el cine”, remata. Para Soleá, que también interpreta el tema principal de la obra, este es, casi, su debut como actriz: “Había hecho un papel, pequeñito, en la Yerma de Miguel Narros. Para mí, actuar delante del público es lo más parecido a volar”.
De Molina, que ganó el Goya a la Actriz Revelación por su papel en la película de David Trueba, se ha convertido, con veintiséis años, en una de las actrices más solicitadas del cine español. Además de la obra, en la que ambas comparte protagonismo con Juan Diego Botto y Carolina Bang, el 4 de diciembre estrenará Techo y comida, un dramón indie (un poco Wendy and Lucy) que se llevó el Premio del Público en el Festival de cine español de Málaga y que le valió el galardón a la Mejor Actriz. Pero ahí no queda la cosa, también tiene pendiente de estreno Pozoamargo, una película “muy de autor”, del director de Parque vía, Enrique Rivero (que ganó en Locarno con su peli de debut, Parque vía), y acaba de terminar la última de Paco León, Kiki, el amor se hace, “una comedia ‘erótico festiva’ que habla sobre filias sexuales”. Para no añadir más scroll al asunto, únicamente apuntaré que, en estos momentos, anda inmersa en el rodaje de Los del túnel, una de risa protagonizada por Arturo Valls y dirigida por Pepón Montero, guionista de, entre otras cosas, Cámera café.
Soleá, por su parte, es hija de Enrique Morente y hermana de Estrella, y está a punto de publicar su primer disco en solitario. “He cantado desde pequeña porque en mi casa todo el mundo lo hace, hasta el perro”, reconoce entre risas. Mientras estudiaba Filología Hispánica (en parte porque su padre le aconsejó que probara la universidad, y en parte porque le encanta la poesía y la literatura), Soleá veía canciones en las rimas de Bécquer y aprovechaba cualquier oportunidad para salir de gira con alguno de sus familiares. “Cuando acabé la carrera le confesé a mi padre que quería grabar unas canciones, trabajar con él en el estudio. Empezamos pero no pudimos terminar nunca”. En 2010 fallecía Enrique Morente. Tras su muerte, Soleá se aferró a la música para salir a flote. Entonces llegaron Los Evangelistas, el grupo/homenaje de Jota, de Los Planetas, al maestro flamenco. “Me pidieron que colaborara. Me sentí muy cómoda cantando con una banda tan ruidosa. Vengo de un sitio en el que se canta muy bien y me daba mucho respeto”. Tras aquel disco de Evangelistas, Encuentro, ahora publica Tendrá que haber un camino, “un disco de búsqueda” en el que colabora con, entre otros, Jota, La Bien Querida y su hermana, Estrella, “que ha hecho coros, palmas… y ha aportado ideas súper bonitas”, reconoce.
La obra cuenta con una cuidadísima ambientación a la que contribuye el vestuario, diseñado ex profeso, por Duyos, y las apariencias tiene mucho que ver con lo que se representa. Por si no lo has googleado ya, la Clara Bow del título fue una flapper (mujeres que fumaban, bebían y vivían a su aire antes del Crac del 29), “una actriz de cine mudo de los años veinte y la primera it girl de la historia. Fue ella la que acuñó el término it porque no era ni muy guapa, ni fea, era bastante andrógina y tenía ‘eso’. De ahí nació el término”, cuenta el director, Secun de la Rosa. Como Bow, Soleá y Natalia también tienen “eso” y por ello se les puede calificar de it girls. No blogueras, no. Son it girls y la moda y las redes sociales les interesan moderadamente. De hecho, aunque de Molina afirma que sigue las tendencias y que sueña con vestir de Elie Saab, “cuando no estoy trabajando, soy bastante desastre y me pongo cualquier cosa”. Morente, por su lado, reconoce la importancia de la estética, “forma parte del mensaje que quieres transmitir con lo que haces. Para mí es un 50% del trabajo”.
Ambas reconocen que Internet es una herramienta poderosa para dar a conocer el trabajo de uno pero se muestran preocupadas por la relevancia, creciente, que el número de seguidores en redes sociales empieza a tener a la hora de conseguir contratos. “Yo no llevo ni Instagram ni Facebook, solamente llevo el Twitter. Lo intento pero me cuesta mucho mantenerlo al día y me siento un poco desplazada por ello”, se sincera Soleá. Natalia, por el contrario, es muy activa. De hecho, hace poco, su nombre sonó con fuerza por apoyar a su compañera, la actriz Inma Cuesta, en su decisión de reprender (vía Instagram) un retoque excesivo en una sesión de fotos. “A mí me pasó, no lo conté y me arrepentí. Desde entonces exijo ver las fotos antes de que se publiquen. Me pareció maravilloso que ella lo hiciera. No estoy en contra del Photoshop pero sí de que te conviertan en quien no eres”. Aún y así, reconoce que se autocensura: “Me callo muchas cosas. En EE UU los actores son ciudadanos y pueden opinar, aquí no. Por ejemplo, Scarlett Johansson puede salir apoyando a un partido y nadie cuestiona su ‘arte’”.
Las dos son granainas de adopción y ambas defienden una identidad andaluza al margen de tópicos maniqueos. De Molina dice: “Hace unos años, la andaluza era la asistenta y cosas así pero ahora no veo tanto eso. Depende del proyecto. En el último, por ejemplo, me dejan hablar con mi acento. Creo que los acentos enriquecen las películas y muestran la diversidad española”. “De hecho –apunta Soleá- una de las cosas que más me gusta de Natalia como actriz es que conserva el acento granaino. Para mí ser andaluza es un punto a favor, un orgullo”. No sé si fue que el día se mimetizó con el nombre, con la tez o con el brillo de los ojos. Igual fue purita sugestión mía pero, al salir de mi encuentro con ellas, efectivamente, había salido el sol. Y pongo rumbo a casa, esta vez, caminando.
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