La destrucción de la convivencia
La destrucción
de la convivencia
Recuerdo con sorprendente nitidez mi primera clase de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Barcelona, hace ya 14 años. Recuerdo a la profesora abriendo el curso con la definición de la política: la política es la actividad que busca garantizar la cohesión social. Recuerdo también la Barcelona de aquellos años: bilingüe, cosmopolita, abierta al mundo y definitivamente vanguardista. Por eso ahora, tras haber pasado más de una década fuera de Cataluña, me cuesta entender el desgobierno de los últimos años por parte del nacionalismo catalán. En mis visitas a Barcelona —mi familia aún vive en la Ciudad Condal— he sido testigo de una polarización social y política que ha crecido de forma casi exponencial. ¿Cómo es posible que los mismos políticos, encargados de facilitar la convivencia, hayan conseguido enfrentar a la población encrespándola hasta tal punto que Barcelona ha pasado de ser una de las ciudades más apetecibles de Europa, a un lugar hostil y antipático, en el que ni los unos ni los otros están satisfechos?— Antonio Morenés Bertrán. Medina-Sidonia (Cádiz).
“Nadie puede atribuir mayorías silenciosas. Las urnas han hablado. Y el mensaje es claro: una mayoría absoluta a favor de la independencia, que casi roza el 50% de los votos”. Este extracto de la comparecencia de Artur Mas el pasado lunes en el Parlament me preocupa tanto en mi condición de demócrata como de catalán. Como demócrata, porque tildar de “absoluta” a una mayoría que no llega a la mitad de votos demuestra un peligroso menosprecio al resto de ciudadanos (o una incompetencia matemática supina). Como catalán, porque supone un paso más en la destrucción de la convivencia, que una vez perdida tanto cuesta recuperar.— Daniel Torán Saltó. Sant Pol de Mar (Barcelona).
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