Los invitados ausentes del debate migratorio


Theresa May, ministra y agitadora. Foto: Real Media Press.
Fernández Díaz, Donald Tusk, Monseñor Cañizares… Resulta francamente complicado seguir a los participantes de la olimpiada de memeces en la que se ha convertido la crisis de refugiados a la que hace frente Europa. Ninguno de ellos, sin embargo, ha alcanzado el grado de sofisticación de la Secretaria de Interior del Gobierno británico, Theresa May, cuyo discurso sobre inmigración el pasado 6 de octubre en la conferencia del Partido Conservador convierte a Margaret Thatcher en una progre de salón.
Como señalaba el abatido comentarista del Daily Telegraph esa misma tarde, “Es difícil saber por dónde empezar con este horrible, repugnante, engañoso, cínico e irresponsable discurso”. No exagera.
A lo largo de su intervención (por favor, léanla completa), May distorsiona groseramente las cifras de inmigrantes, volatiliza cualquier evidencia económica con respecto a la movilidad internacional de los trabajadores y reduce a la comunidad de extranjeros en el Reino Unido a una pandilla de embusteros que sortean el Estado de derecho a costa de los trabajadores autóctonos. Por si hubiese alguna duda, aclara a su audiencia la posición del Reino Unido en las futuras negociaciones europeas: “Para quienes piden un nuevo enfoque que implique una política común de asilo y migraciones, tengo una respuesta clara: ni en mil años”.
Al igual que otros líderes conservadores europeos, la ministra británica regatea para situarse en el centro del arco ideológico: “La gente en ambos extremos del debate –desde la extrema derecha anti-inmigración a los izquierdistas liberales de las fronteras abiertas- confunden a los refugiados en busca desesperada de ayuda con los inmigrantes económicos que simplemente quieren vivir en una sociedad más próspera”.
Se trata de una afirmación exótica para alguien que construye todo su argumentario mezclando de manera consciente a asilados de guerra, camareros y estudiantes, pero es indudable que la apuesta le está saliendo bien a Sra. May y a sus colegas en la UE. El eje del debate migratorio se ha trasladado de manera peligrosa hacia las posiciones más reaccionarias, de modo que quienes debemos dar las explicaciones somos los que cuestionamos un modelo que ha derivado en la derrota de la ley, el sufrimiento de millones y un coste económico mucho más allá de lo aceptable.
Me gustaría decir que la socialdemocracia europea está dando esta batalla, pero eso sería ignorar los hechos. Más allá de defender en los últimos meses el derecho de asilo –solo faltaba-, la creatividad de la izquierda en materia de migraciones se reduce a concebir formas más humanas de deportación y a realizar apelaciones indignadas al ‘derecho a no verse obligado a emigrar’, lo que para ellos equivale incrementar los presupuestos de la ayuda. Y si pensaban que Corbyn El Rojo va a sacar a los socialistas europeos de debajo de la cama, piénsenlo de nuevo. Como se encargó de dejar claro su nuevo portavoz en política interior, Andy Burnham, “en algunos lugares, [la inmigración] ha beneficiado más a las compañías privadas que a la gente y a las comunidades. (…) El libre movimiento, tal como funciona ahora, está incrementando las desigualdades”.
Dónde ha presenciado el Sr. Burnham ese ‘libre movimiento’ es un misterio que no tuvo ocasión de aclararnos, pero ésa no es la cuestión ahora. Lo verdaderamente relevante es que su discurso no ofrece la visión de un líder progresista del siglo XXI, sino los mismos clichés de sindicalista decimonónico que han impedido a la izquierda en el pasado reconocer en la práctica el derecho de todos a una vida digna, aunque eso suponga hacerlo lejos de donde has nacido.
La reforma de este modelo migratorio enfermo necesitará buenas dosis de radicalidad, pero no precisamente la que destila Theresa May. Ni siquiera creo que este debate pueda ser enclaustrado en el estrecho eje de la derecha y la izquierda: la batalla por las fronteras (más) abiertas puede encontrar aliados improbables en el sector privado, los activistas internacionalistas e instituciones internacionales como la OCDE o la Comisión Europea. El tipo de coaliciones que nos permitirá enfrentarnos a uno de los grandes debates políticos y éticos de nuestro tiempo, en donde el coraje va a pesar tanto como la imaginación. La crisis de refugiados ofrece una oportunidad para plantear las preguntas adecuadas. Aprovechémosla.
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