El Woody Allen que vigila a Amenábar
Hay un objeto con el que el director de 'Regresión' no puede vivir, y que le mira cada día en su despacho
Los viajeros de un trayecto Barcelona-Madrid pudieron disfrutar hace unas décadas de la cuando menos sugerente estampa de Alejandro Amenábar con Woody Allen a cuestas. Amenábar, el ex niño prodigio del cine español, venía a tamaño real y era de carne y hueso. Allen era de cartón y levantaba medio metro del suelo. Juntos, estaban llamados a tener una de las relaciones profesionales más prolíficas del cine patrio. “Era un regalo para el que entonces era mi compañero de piso, de cuando éramos tres: Mateo Gil [guionista de Abre los ojos y Mar adentro], Carlos Montero [creador de Física o química] y yo”, recuerda hoy el director en su despacho madrileño bajo la mirada característicamente aterrorizada de su socio de cartón.
“A Carlos le entusiasmaba Woody Allen y en Barcelona, en una tienda que tienen de todo en figuras de papier maché y cartón, vi este y se lo compré. Fue un cuadro verme con la figura en el tren: la llevaba envuelta, pero es un pequeño monstruo de todas formas. Carlos la tuvo hasta que nos fuimos a vivir cada uno por su lado, que no sabía si le iba a caber en su nueva casa y me pidió que me la quedara”. Hoy, ese Woody Allen tiene rota una patilla de las gafas y la pintura algo desgastada. Pero es el objeto elegido por Amenábar como aquel sin el cual no podría vivir. No una torre llena de bandas sonoras (“de cuando se compraban CDs”, apostilla) que tiene en una esquina. No la saga de J. J. Benítez que hay en una de las estanterías. No los ensayos sobre el satanismo, el abuso en el trabajo y demás que hay encima de la mesa. No la abundante colección de Goyas y el prestante Óscar que ganó en 2005 por Mar adentro. No el volumen de Tintín (La oreja rota, para más señas) que se encuentra en soledad en otra estantería (¿quién tiene un único Tintín?). No. Ha elegido el Woody Allen, el objeto menos amenabariano de la habitación. “Yo no soy muy fetichista y si me hubiera comprado una figura para mí, me hubiera comprado a Spielberg, que es uno de los mitos que tengo. Woody Allen es un genio, pero no es el director con el que más conecto”. Este razonamiento responde más a la imagen que empezó a establecer hace 19 años, cuando Tesis le convirtió no solo en un autor prometedor, sino en uno que, además, mostraba un aprecio crítico por el género blockbuster y declaraba a E.T. como una de sus cintas favoritas. Ahora, seis películas y esa mudanza después, se encoge de hombros: “Pero es gracioso. Al final llevo casi 20 años compartiendo despacho con Woody Allen”.
Amenábar promociona estos días Regresión, su sexta película y la primera tras un parón de seis años. Es su vuelta al thriller tras el lirismo existencialista de Mar adentro y la altisonancia histórica de Ágora. Y también lo que nos trae a su despacho: es el regreso del director, generalmente más cómodo en la intimidad que en la esfera pública, a los medios.
Eso lo tiene en común con el director de Delitos y faltas, lo de tener que esgrimir su nombre y su visión para venderle una película al público. “No es algo con lo que me sienta especialmente cómodo”, protesta. “Ni al financiar la película –y en el caso de Regresión, se ha financiado internacionalmente, así que ha habido que hacer más paseíllo y más presentación del proyecto– ni al presentarla a los medios. Pero bueno, es parte del trabajo. No soy buen vendedor porque no me gusta andar pidiendo cosas, y mucho menos dinero, pero sí tengo claro que se me da bien explicar por qué algo va a conectar con los espectadores”.
¿Y por qué va a conectar Regresión con los espectadores?
“Spielberg siempre dice que hace la película que le gustaría ver en la sala. Como fan del género de terror y de suspense, yo también echaba de menos una película así, de satanismo (bueno, y de otras muchas cosas) con un enfoque serio. Aunque no es una película de terror, es más bien una de suspense, pero es la película de suspense y de misterio que a mí me gustaría ver. Luego ya depende de si conecta con los espectadores o no”.
Esa respuesta tiene una estructura típicamente amenabariana: primero una cita o una frase hecha; entra en un túnel de subordinadas que van matizando quirúrgicamente lo anterior, y concluye con honesta incertidumbre. Es la que usa también en casi todas sus respuestas (muchas de las que se leen aquí están condensadas). Su palabra favorita parece ser aunque. Se podría extraer de ella un rechazo a la certidumbre, que es algo propio de un hombre maduro y muy poco del Amenábar que el mundo conoció hace dos décadas. “Hombre, ya soy una persona de 43 años”, explica. “En muchos casos te sientes más inseguro o quieres sentirte más inseguro. Ahora cuando me enfrento a un rodaje lo que más me gusta es dejar espacio, que la gente proponga, y me proponga muchas veces apasionadamente si es preciso. Intento no estar tan seguro de mí mismo”. Frase hecha, matices, confesión. El nuevo estilo Amenábar.
Los otros
De todas las formas en las que se puede relacionar un artista con la prensa, Amenábar siempre ha preferido la saguntina. No da entrevistas a menos que esté promocionando alguna película y, cuando las da, se aleja de su vida privada. No se mete en política como otros en el mundo del cine y no toca los temas del día. A él se le conoce por y a través de su cine. “No me manifiesto públicamente, sobre todo en cuestiones que tienen que ver con la política, aunque la política me encanta y me apasiona, pero para eso están los tertulianos”, razona. “Intento no usar constantemente el altavoz que me da el ser un personaje público, o semipúblico, y mis ideas políticas las defiendo y discuto con mis amigos y familiares, pero no soy amigo ni de las redes sociales. Tengo Facebook, pero no participo activamente”.
Este año, sin embargo, protagonizó una peculiar aparición pública: fue el encargado de leer el pregón en las fiestas del Orgullo LGTB madrileño. “A mí también me sorprendió”, admite. “No lo hice antes porque no me lo habían propuesto: si lo hubieran hecho habría aceptado”. Lo tentador es tomar esa excepción para imaginarse una narrativa con los otros acontecimientos recientes: tras dar el pregón, se casó con su novio justo antes de efectuar su gran reaparición.
Quien no quiera ver una reinvención de la vida pública del director con especial énfasis en su homosexualidad puede entrever una táctica para tener más de qué hablar durante las entrevistas de Regresión. Y los dos estarían igual de equivocados: estas situaciones son frecuentes en la vida de Amenábar. “Cuando salí del armario públicamente fue justo en la promoción de Mar adentro [en septiembre de 2004]”, rememora. “Evidentemente hubo gente que podía pensar que lo había hecho coincidir con el estreno para buscar publicidad. Y nada más lejos de mi intención. Pero es lo que pasa cuando te entregas a los medios durante la promoción. Sabía que en ese periodo, porque me ha pasado otras veces, me iban a preguntar cuál era mi tipo de mujer preferida, dando por hecho que yo era heterosexual. Mi reflexión fue: ‘Soy homosexual y no tengo por qué ocultarlo’. Así que lo dije en el periodo de promoción de la película”.
Sabiendo que eso te había pasado ya, casarte justo cuando ibas a estrenar tu primera película en seis años, ¿no te pareció una idea terriblemente mala?
“Sí, y le planteé a mi pareja la opción de retrasarlo para después del estreno. Pero él me contestó de una manera que me terminó de convencer: ‘¿Y quién es nadie para decir cuándo nos tenemos que casar?”.
Abre los ojos
Amenábar crea de la forma más complicada posible: pasando de lo abstracto a lo concreto. Regresión es un thriller muy concreto sobre cultos satánicos muy concretos ubicado muy concretamente en Minnesota, pero a esa historia llegó tras años de buscar una excusa (él, hombre de cine, la llama MacGuffin) que le permita explorar el tema que le estaba rondando en su cabeza (reticente a destripar sus películas, no explica cuál). Y aún dar con la idea del satanismo no fue suficiente. “Empecé a leerme libros sobre el tema, pero no encontraba un enfoque fresco”, explica. “Tardé años en encontrar esa tecla que me permitía conectar con ese MacGuffin”.
Así justifica, de paso, el parón de seis años entre Ágora y Regresión, una brecha imposible de ignorar que probablemente diga tanto de Amenábar como cualquiera de sus películas. En todo caso, estropea la narrativa de genio imbatible que se supera con cada proyecto: del pulso maestro de Tesis (1996) había pasado al virtuosismo de Abre los ojos (1997) y de ahí a la conquista de Hollywood con Los otros (2001), para ganar el Óscar por Mar adentro (2004) y lanzarse al gran presupuesto de Ágora (2009). Y después, el silencio. Tras la nada, una vuelta al género con el que más se le asocia, invitando a que cualquier crítico se lo tome como una capitulación. El director se enfrenta a ello con certera elegancia: “No soy tan creativo y punto”. Pausa. “Cuando estaba a punto de terminar la carrera, veía el cine con un enfoque mercenario. Lo que quería era vivir de esto y ya. Con los años no sé si me he vuelto más exquisito, pero me importa que algo tenga la suficiente fuerza como para ser mi próxima película”. Y añade, tan tajante que podría estar a la defensiva o convencidísimo de que esto no le va a suponer problema alguno: “Ya he asumido que no soy de esos directores que pueden sacar una o dos películas por año”.
¿Te gustaría?
“Hombre, claro que me gustaría. Estaría todo el día en acción. Pero gran parte del trabajo es estar aquí, leyendo, buscando…”.
Al decirlo, señala a la mesa del despacho, enterrada bajo libros de temáticas, y no de historias, y una pizarra blanca cuyo contenido ha sido borrado. No está muy lejos de donde le observa Woody Allen, testigo de las etapas más fértiles y de las que vinieron después, de la lluvia de premios y de la presión por hacer más. En fin, del formidable salto del joven visionario que se iba a comer el mundo a creador a tiempo parcial. Y que tenga que ser justamente Allen, uno de los cineastas más prolíficos de Hollywood, el que le observe. “En este sentido, sirve para recordarme que tengo que espabilar”, se rinde. Se le va la mirada hacia el trípode y arquea las cejas. “Llenar la pizarra esa”.
¿Es donde apuntas tus ideas?
“Ya ves que está en blanco”.
Regresión se estrena el 2 de octubre.
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