El hombre que se parece a Ter Stegen
En la celebración de la victoria, al presidente de la Generalitat se le vio rodeado de otros seres humanos que lo miraban como si se preguntaran si ese hombre se había olvidado de que es Artur Mas
Se dice que el portero del Barça, Ter Stegen, que sustituye ahora al titular más regular del equipo, Claudio Bravo, comete fallos que ya parecen leyenda porque en realidad no sabe que su oficio es el de portero. Se lanza al vacío del campo, despeja de cabeza, juega con los pies, y utiliza las manos sólo en caso superior de supervivencia; y en estos casos también yerra tanto que se llega a pensar que su relación con la realidad padece trastornos, que él no se ha tomado en serio que sea portero.
Tan es así, que no se toma en serio, que sus compañeros afirman que, en los fracasos que ha protagonizado por su olvido habitual de la esencia del oficio (parar balones con peligro de gol), es quien más anima a los que corren riesgo por su culpa. Ocurre en la raza humana y en el resto del reino animal: hay perros que actúan como gatos y hay gatos que querrían ser otros animales, e incluso los hay que quisieran no ser lo que son pero no aciertan con la salida que busca su verdadera identidad. En la literatura hay monumentos que le han quitado a este fenómeno la precisión de la psiquiatría y lo ha dotado de un enorme poder metafórico. Borges ha llevado ese espejo humano a la mayor altura simbólica: él no es él, es el otro.
Ese desdoblamiento se da en la política; es muy conocida la historia de un tertuliano político que mientras denunciaba a quienes habían delinquido en su partido llevándose dinero que no era suyo hacía lo propio en las horas en que hacía oscuro.
La política es un territorio muy propicio a estos desdoblamientos, y no porque los políticos caigan más que el resto de los humanos en el defecto de la hipocresía, sino porque sólo un concepto laxo de sí mismo permite que se digan en los estrados o ante los micrófonos determinadas cosas que en serio a ellos les produciría risa. Un diputado le dijo a este cronista, cuando el representante político defendía a los suyos o atacaba a los de enfrente con argumentos no verificables: “Me pagan por esto”.
Ahora hemos asistido, en la noche electoral catalana, a un caso máximo de desdoblamiento similar al que protagoniza Ter Stegen cuando se olvida de sí mismo. Es el de Artur Mas, presidente de la Generalitat, cuyo partido se diluyó en una coalición (Junts pel Sí) y de cuyo resultado ha salido un galimatías. No ganó la mayoría absoluta, tiene ahora una enorme incertidumbre sobre qué va a pasar con los votos que requiere, y sin embargo apareció en la noche electoral más eufórico que el resto, bebiendo incluso a morro de una botella de cava, como si el triunfo hubiera sido descomunal. En cierto modo, como dicen los datos, le metieron tantos goles como diputados ha perdido su propio partido y además depende de tantos factores para salir él mismo adelante que no se entiende su euforia. A su alrededor, en la celebración de su gesta, se le vio rodeado de otros seres humanos que lo miraban como si se preguntaran si ese hombre se había olvidado de que es Artur Mas. Se lo irán recordando, porque todo Ter Stegen tiene su Claudio Bravo. Aunque se llame Romeva.
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