Anacleto, agente nada secreto... del patriarcado
“El relato audiovisual sigue instalado en un androcentrismo espantoso y rancio. Sigue afirmando que el varón es el verdadero y genuino sujeto, el que merece el protagonismo de las historias socialmente compartidas, el único digno de representar a la humanidad, el eje central, el que se mueve, el que avanza, el que sabe y afirma, el que encarna el sentido”, Pilar Aguilar, 'La ficción audiovisual como instrumento de educación sentimental en la Modernidad', en Almudena Hernando (ed.), 'Mujeres, hombres, poder. Subjetividades en conflicto'. Traficantes de Sueños, Madrid, 2015, p. 37.
Una de las representaciones clásicas de la masculinidad hegemónica ha sido la del superhéroe. La historia del cine está repleta de protagonistas masculinos heroicos, nacidos y educados para la acción y el ejercicio del poder y de la violencia, encargados de salvar al mundo y, por supuesto, a las mujeres que siempre han sido en estas tramas personajes subalternos. Los discursos audiovisuales se han encargado y se encargan de reiterar ese modelo y de generar un discurso androcéntrico que tanto contribuye a perpetuar el sistema sexo/género y los valores a él asociados. Desde este punto de vista, podríamos pensar que las representaciones de estos personajes masculinos por buena parte de los autores españoles de cómic, de esos tebeos con los que tantas generaciones hemos crecido, son en buena medida una parodia de los superhéroes creados por otras culturas, fundamentalmente por la norteamericana, aunque también acaban siéndolo de una virilidad que algunos entendemos ridícula.
Una de las posibles lecturas de la recientemente estrenada Anacleto, agente secreto, la más que digna adaptación del clásico tebeo español realizada por el dinámico y efectista Javier Ruiz Caldera, es precisamente la derivada de una lectura de género y, más en concreto, del análisis desde una perspectiva de la construcción de las masculinidades. Como buena película del género -aunque casi me atrevería a decir que como casi toda película, sea cual sea su género-, el protagonismo absoluto es de los hombres.Apenas hay un par de personajes femeninos que, obviamente, son apéndices de ellos: chicas dóciles que viven en función del hombre al que acompañan (esa novia eterna interpretada por Alejandra Jiménez, que además trabaja en una de esas profesiones, la enfermería, que extiende las ocupaciones femeninas de cuidado, y que por supuesto vemos en algunos momentos perdida, voluble, incluso caprichosa) o perversas mujeres que acaban siendo las traidoras (ahí está la interpretada por Rossy de Palma en uno de los momentos más delirantes y divertidos de la cinta).
Por supuesto, son ellos los que hablan, actúan y piensan. Los que tienen la fortuna, o la desgracia según se mire, de vivir aventuras y poner en riesgo en su vida. Los que se socializan y autorreproducen valores en fratrías de varones con los que comparten la empatía que difícilmente generan hacia las mujeres. Los que, en buena lógica patriarcal, tienen incluso que renunciar a su vida más privada con tal de mantener el tipo en la pública. Una vida, la familiar o la que nos remite a los vínculos más personales o íntimos, que no conocemos, que no parece relevante, aunque incluso haya podido marcar las trayectorias de los personajes. La ausencia, e invisibilidad, de la madre del hijo de Anacleto es suficiente para comprobarlo. De otra parte, la única “familia” que sí aparece es la de la novia del hijo, constatando de esta manera que el mundo privado solo parece interesar al cine desde su vinculación con lo femenino.
La misma elección de Imanol Arias como intérprete de Anacleto puede considerarse simbólica en cuanto que el actor representa a la perfección el estereotipo de varón seductor, valiente, activo y heroico que ha sobrevivido a distintas generaciones. Recordemos que fue El Lute de Vicente Aranda, el que volvía locas a Ana Belén y Ángela Molina en Demonios en el jardín, la traducción supuestamente “moderna” del latin lover en la exitosa Anillos de oro o el poli “con dos cojones” de Brigada central. Su Antonio Alcántara de Cuéntame cómo pasó podría servirnos como magnífico ejemplo de cómo la sociedad española ha prorrogado durante décadas, incluso superada la dictadura, un tipo de hombre proveedor, titular del poder y la autoridad, machista en definitiva, por más que en los últimos años se haya revestido de una cierta piel igualitaria.
Su conversión en un “héroe a la española”, decadente y en los últimos momentos de su itinerario vital, parecería pues la conclusión lógica de toda una carrera en la que encontramos material para una perfecta tesis sobre el androcentrismo audiovisual. Desde esta perspectiva, Anacleto acaba siendo una recreación paródica, y hasta surrealista, de lo que el hombre fue y se resiste a dejar de ser. Una lectura que, sin embargo, se escurre entre los pliegues de una comedia explosiva que parece optar por mantener inalterables los esquemas.
De la misma manera que Imanol Arias representa lo que podemos calificar como un determinado modelo de masculinidad, Quim Gutiérrez es un actor que bien podría servirnos como prototipo de una “nueva masculinidad”. Algo que podemos constatar si repasamos algunos de los más brillantes papeles de su carrera como los realizados a las órdenes de Sánchez Arévalo en Azul oscuro casi negro o Primos.
Al principio de la película lo descubrimos como lo que podríamos calificar como un auténtico antihéroe, un joven que aparentemente no tiene ninguna de las características del varón que representa su padre, aunque de hecho –por ejemplo en la relación que vemos con su novia– continúa actuando como el hombre de siempre. En todo caso, en esa vulnerabilidad que también encarna Gutiérrez podríamos encontrar la llave de una nueva masculinidad, algo que sin embargo la película no explora. Al contrario, más bien lo que hace la película es esquivar ese Quim tierno y cobarde y convertirlo finalmente en el digno sucesor del padre. “Quiero que seas un hombre de verdad”, le ruega su novia, la cual finalmente da un golpe de timón y se rebela contra el que, por más superhéroe en que pretenda convertirse, continúa encerrando dentro de sí un auténtico calzonazos. Convertido pues en el nuevo Anacleto, no solo tenemos la saga garantizada –veremos, si el público responde, un Anacleto 2– sino que también el patriarcado habrá encontrado un eslabón más en su larga cadena de reproducciones simbólicas. De la chica, que es realmente la verdadera heroína de la historia, me temo que nada más sabremos.
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