Mono
Algunas consecuencias de elegir o no elegir país
En Trainspotting, la franquicia de yonquis cuya segunda parte anunció ayer Danny Boyle (Porno, la continuación de Irvine Welsh, bajaba dramáticamente el nivel), hay una gran escena en la que los protagonistas deciden dejar la heroína (en realidad el libro de Welsh es la historia, como todas las historias de heroinómanos, de un desenganche del que sólo Mark Renton adivina la solución: si de verdad quieres dejar las drogas traiciona a tus amigos).
Esa escena sitúa a cuatro de los chicos tratando de hacer planes normales, como ir al campo a respirar aire libre. Son cosas que han visto por la televisión o que una amiga de su madre les ha contado que se hacen en domingo: si algo explica bien Trainspotting es la absurda cantidad de tiempo libre que tiene un exheroinómano y el verdadero peligro de morir de aburrimiento mucho antes que de sobredosis.
Al ser depositados por un tren en un ridículo paisaje verde, sin lomas de película, casitas de cuento o restos del ejército de William Wallace, el playboy Sick Boy suspira: “Muy bonito. ¿Podemos irnos para casa?”. Pero entonces uno de ellos (el enamorado, quién si no) siente un terrible fervor patriótico y pregunta, a cielo abierto, si “todo esto” no levanta el orgullo de ser escocés. Se produce entonces una de las reacciones singulares de Ewan McGregor/Mark Renton: le da asco, dice, ser escocés porque es “lo peor de lo peor”. No odia a los ingleses, aclara: sólo le parecen “unos mamones”. Y por tanto Escocia está colonizada por mamones: “Ni siquiera somos capaces de escoger una cultura decente que nos colonice”. Ese aire fresco que respiran ahora no cambia, dice, “ni una puta milésima” su opinión.
Años después, Escocia obtuvo el derecho a decidir. Ewan McGregor apoyó seguir siendo británico. El que escribió su monólogo, Irvine Welsh, apoyó la independencia. Robert Carlyle, el psicópata que juzgó buena idea tirar una jarra vacía a una barra llena de gente, prefirió esta vez no pronunciarse. Sean Connery, el ídolo que planea durante buena parte del libro (“si Ursula Andress se folló a uno de Edimburgo es capaz de follarnos a todos”), quiso independizarse.
Después de su alegato contra ingleses y escoceses, Mark Renton se subió al tren, dejó atrás ese pegajoso páramo verde y ese aire fresco y decidió, con la mejor voluntad del mundo, regresar a la heroína. Una consecuencia lógica, la de no elegir país, de quien nada más empezar la película se lamenta amargamente de tener que elegir una vida, un empleo, una carrera, una familia y “un televisor grande que te cagas”.
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