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MIRADOR
Columna
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Mentir o morir

El vómito ciudadano ante sus dirigentes ha obligado a tomar medidas, lentas, pero saludables con respecto a los refugiados.

David Trueba

No estamos habituados a mirar la vida desde la perspectiva de la desesperación. Pero estar tocados por la suerte no nos tiene que hacer olvidar que ese lugar existe y está muy poblado. Cuando el escritor Céline, en su relato del naufragio humano titulado Viaje al fin de la noche,escribió aquello de que la verdad es una agonía que nunca termina, se colocaba en esa perspectiva y concluía que la única opción de supervivencia se resumía en mentir o morir. Mentirnos a nosotros mismos se convierte en un consuelo, y así nuestros Gobiernos, como entes superiores, nos mienten a nosotros mismos para tranquilizar conciencias por institución interpuesta. Lo raro en la crisis de los refugiados sirios de estas últimas semanas es que parte de la población europea le ha gritado a sus Gobiernos que no estaban dispuestos a aceptar la mentira un segundo más. Y entonces los Gobiernos se han visto obligados a cambiar el paso. Sucede siempre cuando la mentira es tan intragable que obliga a vomitar a los ciudadanos.

En la Europa de los tirones de orejas económicos ha aparecido un bloque insumiso a la caridad, fortalecido por la esencia nacionalista, que sostiene que el maltrato a los refugiados es la única opción real. Países que consideran, desde las más altas instancias, que la solidaridad se terminó con ellos mismos y ahora toca la mano dura con quienes llegan 15 minutos después de que se agotara la bondad. Son países que llamaron a la puerta de Europa y cuando entraron decidieron cerrar por dentro. Pero una de las líneas mayores de cinismo ha sido pronunciada por David Cameron cuando ante las imágenes de un niño ahogado en la costa ha reconocido que como padre se ha sentido impresionado y eso le ha hecho variar su política inflexible. Aprovechemos la alta cotización del niño muerto en la bolsa de gestos solidarios. Corramos a salvar alguna vida antes de que se agote la mecha y nos quedemos sin niños ahogados con que abrir en portada.

El vómito ciudadano ante sus dirigentes ha obligado a tomar medidas, lentas, pero saludables con respecto a los refugiados. Queda una indefinición en el aire, porque las políticas de reagrupamiento familiar, cuya dureza inhumana se cobró desde el Canadá la vida del niño de la foto, son también el escollo diario para desgarros familiares en nuestro país. Conviene no emocionarse demasiado con los gestos y legislar desde una mínima humanidad que levante un poco el listón desde el que comenzamos a mentirnos a nosotros mismos.

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