Nueva temporada: vacía los armarios en vez de llenarlos
Es la «rentrée» y hay que «equiparse» para la nueva temporada. Eso al menos es lo que repite la publicidad con la que nos machacan todo el santo día. Que si zapatos, jerséis, abrigos, accesorios y por supuesto «todo lo necesario» para que los niños vuelvan al cole «como es debido». Se diría que en vez de venir todos nosotros del verano, venimos de una guerra en la que hemos perdido hasta la ropa. ¿Realmente necesitamos comprar tantas cosas sólo porque el otoño está a las puertas?
El domingo pasado participé como vendedora en un mercadillo de segunda mano. La idea que lo inspira es básicamente lo opuesto a la publicidad reinante y podría formularse más o menos así: «Nueva temporada: deshazte de lo que no quieres y no necesitas. Otra persona puede quererlo y necesitarlo». Muchas familias aprovechan la ocasión para deshacerse de la ropa de sus hijos que ya no les entra y a la vez comprar la que necesitan.
A las 5.30 de la mañana ya estábamos montando las mesas plegables sobre las que expondríamos los miles de objetos más o menos valiosos. Aún andábamos vaciando las cajas que se acercaron a nuestro puesto varias personas pertrechadas de linternas. Son los coleccionistas y los profesionales de la venta de segunda mano, buenos conocedores de estos mercados. Ellos inspeccionan las mesas sin haber sido invitados y antes de que llegue el gran público, como si en vez de un mercado se tratara de la escena de un crimen y ellos los inspectores encargados de hallar la prueba de cargo. Algunos ni esperan a que hayamos descargado todo sobre la mesa. Rebuscan entre las cajas a la búsqueda y captura de ese «tesoro único» que sólo ellos y otros pocos felices saben apreciar. Así fue como antes de las 6 ya habíamos vendido un par de abrecartas que, a mi modo de ver, no valían mucho y que encima eran bastante feos.
El precio de un objeto no supera normalmente 1 € y encima a medida que avanza el día el precio va bajando. El objetivo no es hacer una buena caja sino deshacerse de tanto «trasto» que ocupa espacio y no sirve de nada. A última hora de la tarde ofrecíamos colecciones de revistas o lotes de libros por el «más que módico» precio de 10 céntimos. Incluso algún gracioso se atrevió a preguntarnos medio en broma medio en serio si no estaríamos dispuestos a pagarle algo por hacernos el favor de quedarse con un resto de vajilla desaparejada. Le reímos la gracia pero la verdad es que no habría sido mala idea. ¿Qué hacemos ahora con esa loza?
Incluso las cosas más sorprendentes e inservibles encuentran su público. Entre los miles de cachivaches llegamos a vender una reproducción de dos avestruces a pequeña escala y, aunque parezca increíble e incluso ridículo, fue un momento muy emotivo. Vi la compradora, una mujer que rondaría los sesenta años, acercarse con emoción hacia nuestro estand para tomar en su mano una pequeña estatua de 2 avestruces. Se quedó de una pieza cuando se enteró de que sólo valía 10 céntimos. Una de sus hijas, que la acompañaba, se la compró en el acto. Y la madre se abrazó a su hija como si le acabara de regalar un décimo premiado del Gordo. Supongo que mi cara debía de ser un cuadro porque madre e hija se sintieron en la obligación de dar explicaciones por tanta efusión. La madre soñaba con tener un avestruz -un avestruz de verdad- en casa como mascota. La familia había intentado por todos los medios posibles hacer realidad su sueño pero sin éxito. La buena mujer tuvo que conformarse con coleccionar dibujos, cuadros y estatuas del animalito.
Me emocionó una madre del barrio, enfermera de profesión, quien dos veces al año planta su mesa en el mercadillo. Se pasa el día recogiendo trastos de la familia, los amigos y los vecinos para en mayo y en agosto poder ofrecer un estand bien surtido y atrayente. La juzgué mal porque pensé que era una adicta a las compras (y a la venta) y que buscaba con todo este trajín conseguir más dinero para comprar aún más. Descubrí que en realidad todo el esfuerzo tiene por objetivo financiar las actividades extraescolares de sus hijos.
En nuestro caso la venta tenía un fin solidario: financiar un proyecto agrícola en Guinea-Conakry. Cuando los potenciales clientes se enteraban de ello, nos devolvían el cambio o nos daban más dinero del que les pedíamos por el objeto que compraban.
Me gusta el ambiente del mercadillo porque devuelve al consumidor un cierto poder de decisión. De entrada encuentra un abanico mucho más amplio de oferta que el que pueda ofrecer un centro comercial. Puede vender, no sólo comprar. Puede negociar el precio de venta y el de compra. Y puede deshacerse de cosas (no sólo comprarlas) haciendo felices a terceros. El dinero es casi lo de menos. Y todo eso sin contar la cantidad de personas que conoces y las historias cuasi increíbles que llegas a oír. ¿Es o no es un buen plan deshacerse de cosas?
Foto de apertura: Flea Market Findings de Claus Tom Christensen vía Flickr / The Commons
Foto 2: Flea Market #1 de Benjamin Stäudiger vía Flickr / The Commons
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