Perdona las disculpas
Escribir es como lanzar pensamientos a la eternidad. No vale cualquier cosa. Es como si hubiese pensamientos de primera y de segunda
Tengo dos noticias, una buena y otra mala. La buena es que me han propuesto escribir en EL PAÍS. La mala es que te afecta. Lo siento de verdad. Que estés al otro lado del papel lo hace todo más difícil. Al escribir, como en casi todo, la presencia del “otro” nunca ayuda a relajarse. Piensa en tu primera vez, por ejemplo. ¿No hubiera sido mucho más placentera sin testigos? Me refiero, claro está, a tu pareja, no a tus amigos haciéndose los dormidos en la habitación de al lado. ¿En el momento en que cesaron las risas y empezaron las urgencias, no hubieses deseado estar solo? No respondas aún. Hazlo después de recordarte con la cara roja, vistiéndote a toda prisa y buscando un cigarrillo al que aferrarte como un náufrago a un madero. Ahora. ¿Te ves? Pues más o menos así estoy escribiendo yo estas líneas. No me culpes. Piensa que estudié Periodismo y, como siempre dice mi admirado Ricardo Castella: “EL PAÍS es el periódico que compro para saber lo que pienso”. Aunque mentiría si te dijese que es solo por el medio.
Es también por el mensaje. ¿Qué es tan importante para ser escrito? Escribir es como lanzar pensamientos a la eternidad. No vale cualquier cosa. Es como si hubiese pensamientos de primera y de segunda. Los primeros, nacidos para la gloria, hechos para ser plasmados, obligados a no envejecer. Los segundos, en cambio, liberados de la responsabilidad de sus hermanos, pueden ser frívolos, estúpidos, cachondos y perroflautas. Total, como decía el letrista de Serrat, "no persiguen la gloria ni dejar en la memoria de los hombres su canción". Estos son los más habituales en mí. Los que suelto alegremente convencido de que se olvidarán pronto y que, como mucho, vivirán la efímera fama de un tuit, que con otro verde se quita. Pensamientos low cost. Pero esto es otra movida… En fin, ya sólo me queda decirte gracias, hasta pronto y, como decía un yonki muy simpático de mi barrio cuando se acercaba a alguien para pedirle un euro: "Perdona las disculpas".
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