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Tentaciones

Sexo, drogas y acné: el cine adolescente salvaje

'Kids', la polémica película de Larry Clark, cumple 20 años, y nosotros recuperamos otros títulos protagonizados por adolescentes que vivieron al límite

El cine adolescente ha sido un reducto goloso para francotiradores de todas las cinematografías. Cineastas como Larry Clark, Bernardo Bertolucci, Eloy de la Iglesia, Ken Loach, Michael Cuesta, Gus Van Sant, Harmony Korine, seducidos por esta etapa vital de explosión, a veces, descontrolada, han radiografiado la juventud más descarrilada en algunos de sus trabajos.

Un cóctel de embarazos no deseados, drogas, agresiones, suicidios, bullying, campanas, riñas hogareñas, expulsiones en cadena, enfermedades venéreas, que ha tenido en Larry Clark a su principal agitador y referente, en una carrera que se despliega en su totalidad alrededor de la figura del adolescente outsider, y de la que este año se cumplen 20 años de su seminal Kids (1995). Aprovechamos la efeméride para repasar otros títulos imprescindibles que han capturado el angst hormonal más asilvestrado.

Evasión o nihilismo

La mayoría de personajes que pueblan el cine de Larry Clark se precipitan hacia el mundo de las drogas, el sexo vacuo y de riesgo e, incluso, la delincuencia como un salto al vacío disconforme ante una realidad inerte en la que o bien las figuras progenitoras son inexistentes o desearían que así fuera. Jóvenes disonantes, apáticos y alienados que recurren a lado salvaje de la vida para evadirse de una realidad desalentadora, como una salida desesperada y nihilista de ésta.

Otro paladín del cine independiente norteamericano, el director Gus Van Sant, ha indagado en ese retrato con un enfoque parecido al de Clark. Sin la punzada agresiva, ni el tono polémico del de Tulsa, el de Drugstore Cowboy se abalanzó sobre la clase de adolescente que da salida a su conflicto interno a través de la violencia. Primero a través del seguimiento frío, desforestado de emoción, en que la imagen en movimiento se traducía en acción estática para el relato, pero a su vez se descubría como el encaje formal necesario para comprender las vidas vacías y a la deriva de dos jóvenes a punto de perpetrar una masacre en la high school: Elephant, inspirada en los terribles hechos del instituto Columbine. Pero más clarkiana fue su incursión en Paranoid Park, donde se marcaba un seguimiento al hombro de ese skater solitario, que solo encuentra la paz interna cuando se desliza con su monopatín por los skateparks de la zona. En el relato se filtraba de nuevo la violencia, pero esta vez como una marca accidental con la que abordar cómo el sentimiento de culpa incidía en el recorrido errático y atípico de un personaje, que como ocurre con los que acaparan la cámara en los filmes del director de Kids, se muestra asqueado ante una existencia alienada... y solitaria.

Estrenada el mismo año que Kids, y con un adolescente Leonardo DiCaprio de protagonista, Diario de un rebelde es otra de las obras que capturan el calamitoso trance de un joven norteamericano por el lado salvaje de la vida. En su caso son las drogas las que desvían a un chico de clase media, deportista y brillante. Scott Kalvert fue el encargado de trasladar a la gran pantalla las memorias homónimas del músico, poeta y escritor Jim Carroll, centradas en su tormentosa adolescencia: a los 14 años un brillante estudiante becado en una escuela de élite de Nueva York, apuntando a estrella de baloncesto. A los 16 un chapero adicto a la cocaína y a la heroína sufragadas con lo que se sacaba haciendo mamadas en el Bowery o cometiendo toda clase de hurtos.

La pecera de hormigón

El otro campo de exploración, en el que se han visto envueltos los cineastas preocupados por absorber la angustia teenager, ha tenido su foco principal en las calles sin adoquines y sin asfaltar, las separadas del centro neurálgico de las ciudades por feúchas pasarelas que sortean autopistas, esas en las que los servicios de emergencia llegan con 20 minutos de retraso. La cepa sociológica de las barriadas más humildes y castigadas, la suma de pobreza, drogadicción y delincuencia ha sido otro de los grandes encajes donde el cine adolescente se ha desenvuelto para explicar su periplo por la cuerda floja.

Ya en el año 1950, Luis Buñuel daba voz a los desamparados de la calle en Los olvidados, su primera gran obra de la etapa mejicana que le supuso el premio al mejor director en el festival de Cannes de ese año. Recorriendo las calles mugrientas de la capital de Méjico con una pandilla de adolescentes delincuentes, Buñuel, con un estilo deudor del neorrealismo pero sin desprenderse de sus notas surrealistas, retrataba la profunda crudeza y amargura de estos apátridas del hogar, sin ningún tipo de apego familiar, ni institución estatal u organización que velase por ellos, que impidiese su caída a la delincuencia y el crimen. La de Buñuel es una película capital y de referencia para un puñado de filmes de índole social que han dibujado la casta social y el entorno socioeconómico degradado como un alto muro en el que el adolescente se daba de bruces.

Especialmente fecundo en el cine social inglés, desde la mirada de un referente en la materia, un Ken Loach que en Felices dieciséis cargó sus dardos críticos contra la herencia del thatcherismo en la Inglaterra de la época mediante la historia de un adolescente que empieza a trapichear con las drogas y la delincuencia común en los barrios más marginales de Greenock (Escocia) con tal de propiciar a su madre un entorno estable alejado de un novio narcotraficante. O la más reciente Fish Tank, segundo largometraje de la británica Andrea Arnold, sobre la peliaguda y prohibitiva relación que establece una adolescente de los suburbios ingleses con el nuevo novio de su madre, dentro de la clásica estampa de hogar roto. Un novio, que por cierto, interpretaba Michael Fassbender en uno de sus primeros papeles cinematográficos.

Aunque si la intención fuera salir devastado de la proyección, la opción más efectiva sería enfrentarse a Lilya 4-ever, película de culto del sueco Lukas Modysson que añadía, a las habituales dosis de sexo y drogas, la prostitución y trata de blancas. Lilja es una chica adolescente que lleva una vida miserable en un destartalado edificio de hormigón de una república de la antigua Unión Soviética. Cuando parece que nada podría irle peor, su madre la abandona, dejándole una única salida, confiar su suerte en Andrei, un novio que le promete una vida próspera en Suecia, pero una vez allí se le extirpará de cuajo cualquier esperanza cuando es obligada a prostituirse para pagar una deuda fantasma. Una historia cruda que se reproduce lamentablemente en burdeles y carreteras de toda Europa.

Los desvíos europeos de la adicción

Probablemente a Modysson le influyó Yo, Cristina F, una de las películas que primero pellizcan el cerebro cuando se piensa en inocencias truncadas. La historia real de esta chica de trece años adicta a la heroína – o simplemente H como se conocía en los círculos del Berlín de los años 70's,- y empujada a la prostitución para costearse la adición a una droga desconocida por entonces, es de las que no abandonan las retinas con facilidad. Uli Edel fue el responsable de adaptar a la gran pantalla la devastadora novela homónima – en España traducida como Yo, Cristina F – hijos de la droga-, que a su vez se basaba en las experiencias reales de Christiane Vera Felscherinov. Con un breve cameo de David Bowie, interpretándose a sí mismo- el propio músico había tonteado con la muerte por culpa de la misma droga-, la película de Edel, de 1981, se ha convertido en obra de culto y referencia posterior para filmes sobre los estragos de la droga, tal como Réquiem por un sueño, o la aún inédita en nuestro país, Heaven Knows What.

Pero Edel no fue el primero en tocar la aguja de la heroína desde el punto de vista de un adolescente. Dos años antes, el maestro Bernardo Bertolucci, ya lo había capturado es una de sus cintas menos recordadas. La luna narraba la relación edípica entre un hijo y una madre volcada en su carrera como soprano. La muerte de una figura paterna, que se descubre como la no biológica, y el descuido de la madre en su rol de progenitora a su llegada a Italia, conducían al protagonista a abrazar la heroína para desesperación de la madre. Bertolucci no rehuía la mirada de las jeringuillas, las masturbaciones o las relaciones incestuosas en otra demoledora película sobre la adolescencia rota. Un interés sobre la juventud que ha centrado, en más de una ocasión, la agenda del cineasta italiano, por ejemplo en Soñadores, aunque los protagonistas fueran universitarios, se entregaban a los tríos, las drogas y a la cinefilia mientras el ruido de la revolución del mayo del 68 se colaba desde los ventanales y balcones de su apartamento parisino, pero especialmente en su última incursión, un Io e Te, que remite a La luna a través de la relación ambigua entre dos hermanos encerrados en un sótano con la intención de que ella supere el síndrome de abstinencia. Una vez más la música de Bowie, mediante una versión de “Space Oddity” cantada en italiano por el propio músico, salía a plano como neutralizadora de los males que acechaban a dos adolescencias poco convencionales.

La pandilla como núcleo familiar

Una de las constantes más recurridas del cine adolescente ha consistido en dibujar la pandilla como el refugio en el que expresar los sentimientos, encontrar el entendimiento, e incluso el cariño y el vínculo que se niega en el hogar. Adolescentes problemáticos que se enzarzan en peleas, trapicheos y fiestas descontroladas sin límite de horario. Las películas que entrarían en este casillero son numerosas: The Wonders, Rebeldes, The Warriors, Quadrophenia, La Haine, Cuenta conmigo y un largo etcétera. Aunque una de las aproximaciones más realistas y crudas la filmó Dito Montiel con la autobiográfica Memorias de Queens. Nueva York, años 80... un reverso dantesco del parque temático en que la convirtió el alcalde Michael Bloomberg. El crack campa a sus anchas, los bancos y los grupos de inversión no se atreven ni a mirar de reojo los solares abandonados, las bandas callejeras controlan los barrios, la policía, igual de temida que a día de hoy. En ese escenario casi postapocalíptico, Montiel repasa sus incursiones por las malas calles de Astoria, Queens, con esta historia poblada de navajas, hormonas desatadas, peleas entre portorriqueños e italoamericanos y drogas que te llevan a Rikers Island o al cementerio de la zona.

La respuesta británica la ofreció Shane Meadows con This is England. En los suburbios de los barrios obreros de la Inglaterra de Thatcher suenan The Specials y The Smiths, pero las pandillas son el único conducto de aire en un ambiente contaminado y desolado por la pobreza, el desempleo y las depresiones. Shaun, un niño solitario que ha perdido a su padre en la guerra de las islas Malvinas – una vez más la ausencia de la figura paterna desencadena un círculo vicioso,- es acogido por una pandilla de skinheads. Con ellos descubre las fiestas, el primer amor, el sexo y las botas Dr. Martins. Un filme que ha tenido su continuación en una mini serie que estrena su tercera temporada en septiembre, con los mismos intérpretes y director que la obra embrionaria.

El cine quinqui y el caso español

Nuestros adolescentes también han batallado por el lado salvaje. Especialmente a finales de los años 70's y principios de los 80's, cuando la crisis económica golpeaba con extrema crudeza el extrarradio de las grandes ciudades, y el caballo se introducía en estos territorios como una plaga aniquiladora. Fue la explosión del cine quinqui, que recogía la realidad de esa época en que varios jóvenes delincuentes alcanzaron cierta popularidad por sus fechorías. Eloy de la Iglesia y José Antonio de la Loma fueron sus abanderados, pero también hicieron sus excursiones a esas hostiles barriadas Manuel Gutiérrez Aragón (Maravillas, Camada negra), Carlos Saura (Deprisa, deprisa) o Vicente Aranda (El Lute: camina o revienta). Aunque probablemente la película más reconocible sea Perros Callejeros. Dirigida por José Antonio de la Loma en 1977, y protagonizada por Ángel Fernández Franco, alias El Torete, seguía las andanzas criminales de una pandilla de delincuentes que rondaban los quince años y que propinaban sus golpes en la Barcelona que andaba aún de cuclillas por la democracia. Filme inspirado en los derroteros de El vaquilla que daría inicio a todo el cine quinqui característico de la época, y que años después ha seguido influenciando cierto cine social como se puede notar en El bola, 7 vírgenes o Barrio.

Todas estas películas son primas lejanas, o hermanas, de ese Kids que dinamitó las cabezas biempensantes con una aproximación realista y sin cortapisas a una realidad que muchos ignoraban viviendo en la inopia. Clark sigue siendo el gran padrino obsesionado con este subgénero, como vuelve a demostrar en su último esfuerzo, la inédita, en nuestro país, The Smell of Us, una reactualización de Kids en la que ahora los adolescentes incorregibles son parisinos, que siguen matando las horas patinando, consumiendo estupefacientes, y fornicando con todo lo que se mueva...pero ahora, en cambio, todo lo graban con su iPhone.

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